El Otro es un camino hacia mi propia identidad

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Por: Pbro. Juan Manuel Hurtado López

Hace muchos años yo aprendí del Dr. Enrique Dussel que, “El Otro”, es una categoría fundamental tanto en filosofía como en teología, para posibilitar el camino hacia la identidad de Dios y hacia la propia identidad como personas.

Para esto hacíamos un largo camino pasando por diversos filósofos hasta llegar a Emmanuel Lévinas, quien, a juicio de Dussel, había aportado definitivamente la trascendencia de esta categoría filosófica y teológica para llegar hasta el concepto de Dios y del prójimo. Aquí Lévinas nos llevaba hasta el pensamiento bíblico del “Otro” y “del prójimo” como las categorías de la trascendencia.

Para Lévinas “la presencia de lo Otro es la bondad, que se expresa en el rostro. Este rostro que llama a la responsabilidad se hace patente en el discurso que no es violencia, ni retórica, sino encuentro con la verdad y la justicia”

“El “otro” se manifiesta en “el rostro”. El rostro se expresa, se manifiesta en el discurso y, al hacerlo, deshace continuamente la forma que ofrece y que petrifica al otro. El lenguaje es lo que permite mantener la separación del yo y su relación cara a cara con el otro, en una relación sin intermediarios, sin un previo conocimiento objetivo, sin paso por la ontología” (Totalidad e infinito).

Esto nos recuerda el diálogo de Moisés en la Tienda de las citas en la que platicaba “cara a cara” con Dios (Ex 33, 14); o el diálogo de Moisés ante la presencia de Dios en la zarza ardiente del desierto: “Yo soy el que soy; o yo soy Yahvéh: el Dios de sus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob ( Ex 3,14). Aquí se da la experiencia de la trascendencia: la relación con otro.”El otro se hace patente en el rostro que llama, que apela al lenguaje y que no puede ser inscrito en la lógica formal. Ante el otro, sólo es posible la responsabilidad, pues en su rostro se refleja su debilidad y su grandeza, la imposibilidad de matarlo”.

Para Lévinas la salida “del ser” (del sí mismo de la ontología) se da en la responsabilidad con el prójimo. Por eso concluirá Emmanuel Lévinas: “La ética es la filosofía primera, y no la ontología”.

Esto evita la manipulación del Nombre de Dios y reconoce en el pobre “al otro”.

Ciertamente el aporte del pensamiento bíblico judeo-cristiano es fundamental para el sistema filosófico y teológico occidental. Con Jesús de Nazareth llegamos al pobre como la categoría fundamental, de tal manera que Dios se hace pobre y se identifica con él: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y ustedes me dieron de beber…” (Mt 25,35).

Karl Rahner, cuando define a Dios, lo hace a su manera de una manera difícil, si se quiere, intrincada. Pero un elemento que él pone es “la otreidad”.

Entender “al otro” es la posibilidad de encontrar la propia identidad. Lo demás, es girar sin sentido ni trascendencia sobre el propio eje a manera de una rueda.

El “otro” entonces como el camino, como la categoría filosófica y teológica que nos permite avanzar hacia nuestra propia identidad.

Pero entones ¿Quién es el otro ahora? ¿Quiénes son “los otros”? En el Evangelio de Lucas, el prójimo golpeado y herido del camino es “el otro”, al que no reconocieron ni el levita ni el sacerdote, y por lo tanto no reconocieron ni su propia identidad. En cambio el samaritano sí reconoció “al otro” y llega a su propia identidad. “¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del hombre que cayó en manos de los salteadores. ‘El que se mostró compasivo con él?” (Lc 10,36-37)

Creo que en este momento de pandemia del COVID 19, surge una voz potente desde el pensamiento bíblico y desde autores como Emmanuel Lévinas que es un cuestionamiento a la sociedad y a nuestra fe cristiana: ¿Quién es el otro? ¿Quiénes son los otros, las otras?

Pero es válida esta pregunta si en verdad no giramos sobre nuestro propio eje como una rueda, y cruzamos el umbral hacia “el otro, la otra”. Y ahí aparecerán los rostros de los contagiados por el coronavirus, los pobres, migrantes, niños en condición de calle, las personas que son objeto de comercio sexual o con otros fines, los indígenas, o mejor, los pueblos originarios con todas sus diferencias y especificidades, las minorías étnicas avecindadas en las grandes urbes que luchan entre conservar su identidad con su lengua, costumbres, valores, actitudes, etc., o su asimilación a la cultura hegemónica, global, de los grupos y clases dominantes económica o políticamente en un país.

El otro tiene un rostro que nos interpela y que nos saca de nosotros mismos –y en esa salida- nos posibilita nuestra verdadera identidad.

Pbro. Juan Manuel Hurtado López

Colaborador de El Puente.

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