Un nuevo impulso misionero
Testimonios y reflexiones sobre la Octava Asamblea Diocesana
La Octava Asamblea Diocesana fue un acontecimiento eclesial que animó el sueño de consolidar el proyecto de ser una Iglesia en camino, servidora del Reino. Pero que también descubrió ciertas tensiones que atraviesan los procesos de evangelización en la Diócesis.
La etapa de preparación, la representatividad de los participantes, el aporte de los expositores, el intercambio de experiencias, el ambiente de convivencia, la organización y el trabajo de las comisiones, los acuerdos tomados, los momentos de oración y celebración, fueron factores que abrieron nuevos horizontes e inyectaron un renovado entusiasmo en los agentes de pastoral, para responder al llamado de vivir la misión en el actual contexto histórico marcado por la pobreza y la violencia, pero cargado de esperanza.
A catorce meses y medio de la proclamación del Cuarto Plan Diocesano y del compromiso asumido de ponerlo en práctica en cada una de las parroquias, y después de cinco meses de preparación, 370 seglares y más de sesenta sacerdotes participaron en la Octava Asamblea Diocesana celebrada los días 8 y 9 de febrero, en Techaluta.
Más que una crónica del acontecimiento, la intención de este artículo es registrar los puntos centrales y compartir algunas reflexiones sobre su proyección pastoral. Los testimonios de varios de los participantes confirman que la Asamblea cumplió con los objetivos propuestos: propiciar una reflexión sobre la urgente necesidad de buscar nuevos horizontes para vivir la misión y reanimar el compromiso de los agentes de pastoral. Fue una experiencia de fe que cosechó buenos frutos, gracias a la conjunción de esfuerzos y varios factores.
El proceso de preparación fue clave
El planteamiento fue claro y el tiempo suficiente. La celebración de las asambleas comunitarias en la base y a nivel parroquial no fue una acción ajena ni una tarea impuesta. Al contrario, fue una experiencia que embonó y animó los procesos pastorales de las comunidades. El reconocimiento de los nuevos fenómenos sociales y de las nuevas realidades en la vivencia de la fe, así como la reflexión sobre los presupuestos y exigencias de una Iglesia Misionera alentó a los participantes a caminar juntos hacia el horizonte de vivir la misión con el compromiso de ser discípulos misioneros, teniendo como guía el Cuarto Plan Diocesano de Pastoral.
La representatividad de los participantes
La mayoría de los 430 participantes llegaron con conocimiento de causa; conscientes de que no iban a título personal, sino elegidos por sus comunidades. Junto con su fe en Dios y su amor a la Iglesia diocesana, con su experiencia de servicio pastoral y su autoridad moral, traían en sus manos la cosecha recogida en el proceso de las asambleas vividas en sus comunidades. Pero sobre todo, llegaron con el compromiso de mirar hacia el futuro para asumir los desafíos de la misión y buscar caminos para inaugurar una nueva etapa en los procesos comunitarios de evangelización en sus parroquias, guiados por las orientaciones del documento de Aparecida, el espíritu de la Misión Continental y las prioridades propuestas por el Cuarto Plan Diocesano de Pastoral.
Este espíritu de esperanza y compromiso se expresó en los saludos de bienvenida que preparó cada vicaría. “Queremos ser discípulos en misión, con espiritualidad y formación” (segunda vicaría). “Nuestro ideal es vivir como comunidades vivas, ricas en servicios y ministerios, encarnadas en la realidad” (quinta vicaría). “Señor Jesús, queremos ser servidores tuyos, para anunciar y construir tu Reino en comunidad” (cuarta vicaría). “Tenemos que ser fermento en nuestras comunidades, para poder avanzar en las cinco prioridades de nuestro plan” (tercera vicaría). “En los rostros de muchos de los que estamos aquí, se ha marcado, como en el rostro de los buenos campesinos, una mirada gozosa que tiene su raíz en el trabajo comunitario, que traza caminos insospechados y nos desnuda de nuestras seguridades de frente a la tarea del Reino” (Oración final del primer día de la asamblea).
Los expositores abrieron horizontes
En la contextualización de la realidad social, Miguel Álvarez ofreció claves para interpretar el momento histórico desde la fe. De su exposición clara y orientadora, rescato tres puntos que considero más relevantes.
Primero, no olvidar que en esta nueva y compleja realidad, marcada por una profunda crisis, es un tiempo de gracia que reclama a los creyentes descubrir cómo y dónde está la presencia del Señor y hacer análisis constante de la realidad para tomar conciencia de cómo impactan los procesos globales en lo local y cómo afectan la vida interna de los seres humanos y en la naturaleza. Segundo, aclarar que en este momento, donde está en crisis el estilo de vida y en disputa su solución, donde la consigna es debilitar a los sujetos y las identidades culturales, donde la táctica es imponer y pisotear, donde los pobres son excluidos y vistos como desechables, el reto es pasar de la sobrevivencia y resistencia pasiva a una resistencia activa buscando nuevas alternativas con nuevos actores, en y desde los espacios de los pobres a través de redes, mecanismos y organizaciones nuevas fuera del sistema. “Falta ponerse de pie para organizarse”, expresó. Y tercero, tomar conciencia de que en este ambiente de oscuridades, lo prioritario es ratificar el profetismo de nuestra fe y reconstruir el sujeto y el tejido social. Y para esto, es necesario no perder de vista que el horizonte es el Reino de Dios, que los procesos son lentos y que la clave, la fuerza y el signo de la vida de Dios es recuperar el sentido comunitario, buscar nuevas formas de espiritualidad, respaldados por el testimonio de vida.
Por su parte, el P. Benjamín Bravo, de manera amena y anecdótica, respaldado por su larga experiencia y compromiso pastoral, planteó a los participantes la necesidad de pasar de una pastoral de conservación a una pastoral de la conversión a la misión. La historia, características, estructuración, radio de acción de la “Iglesia en las casas” fue el núcleo de su exposición. A través de ejemplos y experiencias, insistió en la urgente necesidad de volver a la naturaleza de la Iglesia para salir y encontrarse con los “alejados”; de animar la misión con sabor comunitario y rostro humano, de encarnar los valores y criterios evangélicos en el actual contexto histórico y con los lenguajes simbólicos, sensoriales, electrónicos y cibernéticos propios de este tiempo. Afirmó que el gran desafío pastoral es vivir la misión desde la base, construyendo la “Iglesia en las casas” (concepto que sintoniza con el proyecto diocesano de impulsar y vitalizar la Iglesia de Jesús en los barrios, colonias y ranchos). Subrayó que asumir este desafío exige necesariamente romper con mentalidades y estructuras caducas, y emprender una nueva acción pastoral que tenga como criterios de acción pasar del templo a la casa, del sacerdote al seglar, de lo individual a lo comunitario y de lo ritual a lo existencial.
El corazón de la asamblea
Compartir los esfuerzos y las experiencias sobre las inquietudes y motivaciones, que la Misión Continental y el Cuarto Plan Diocesano han suscitado en los procesos comunitarios de evangelización, tanto en el nivel de base como a nivel parroquial, fue el objetivo central y el corazón de esta asamblea.
El hecho de sentarse en la misma mesa para compartir las acciones realizadas para poner en práctica el Plan Diocesano, con actitud de escucha y el deseo de aprender de los aciertos y errores, inyectó a los participantes una fuerte dosis de esperanza y compromiso. Saber que no van solos; que son muchos los que van por el mismo camino y luchan por el mismo proyecto, fue motivo de esperanza. Tomar conciencia de los desafíos de la misión, animó su compromiso misionero de ser sujetos responsables y entusiastas para ser buena noticia en sus comunidades.
La proyección todo un reto
A partir de este acontecimiento eclesial, hay muchas preguntas que exigen respuestas de fondo. Porque del nivel de las respuestas dependerá no sólo la proyección de la asamblea, sino la fidelidad a la misión y la consolidación del sueño de ser una Iglesia en camino, servidora del Reino.
Aunque son muchas preguntas, no están todas. Éstas tienen el propósito de ser una simple guía que provoque una reflexión personal y comunitaria. ¿La realidad social y eclesial sintetizada en el diagnóstico que se presentó en la asamblea, entrará en un proceso de transformación? ¿La práctica pastoral en cada una de las parroquias dejará la pastoral de conservación para emprender un proceso de conversión a la misión? ¿Los 430 participantes vivirán su fe y servicio pastoral con espíritu misionero, para responder a los desafíos de la misión e ir a encontrarse con los “alejados”, no sólo en sentido geográfico (barrios y ranchos), sino sectorial: adolescentes, jóvenes, obreros, campesinos, profesionistas? ¿Asumirán el reto de impulsar el nuevo modelo de Iglesia desde la base? ¿Serán los sujetos responsables y entusiastas de dar respuesta, con acciones transformadoras, a los problemas estratégicos propuestos en el Plan Diocesano en sus comunidades? ¿Sacerdotes y seglares meterán en su mente y corazón el sueño de ser una Iglesia misionera al servicio del Reino? ¿Las parroquias emprenderán procesos de formación integral para todos los bautizados en el espíritu de la Iniciación Cristiana? ¿Habrá en todas las comunidades una promoción decidida de servicios y ministerios laicales, de manera especial, en el campo social? ¿Se promoverán las organizaciones básicas y civiles? ¿Las parroquias y vicarías tendrán su plan de trabajo en sintonía con el diocesano? ¿Los equipos de las pastorales específicas a nivel diocesano, vicarial y parroquial tendrán el Plan Diocesano como guía de su trabajo?… en fin, muchos planteamientos que esperan respuestas de fondo, con sentido humanitario y comunitario.
Los coordinadores diseñaron el aterrizaje de la asamblea como el primer paso de su proyección. Para definir los caminos concretos para animar la misión, de frente al futuro y a los desafíos de la misión, cada parroquia compartió sus respuestas a dos asuntos esenciales: ¿Cuáles son las acciones estratégicas para seguir animando la Misión Continental y el Cuarto Plan Diocesano de Pastoral? ¿Qué estructuras organizativas es necesario modificar? Luego, se compartieron los resultados a nivel vicaría. Y en el plenario general, el equipo de secretaría presentó las constantes a cada una de las preguntas. Posteriormente, por internet, se envió la síntesis que aparece en los recuadros.
El formato de la asamblea no dio para más; la falta de tiempo no hizo posible una discusión a fondo. Aunque no se definieron acuerdos específicos, creo que una responsabilidad de los participantes es ver cómo compartir su experiencia con los agentes de pastoral de su parroquia. Lo lógico sería hacer el camino de regreso, es decir, primero a nivel parroquial y luego en asambleas de cada comunidad. En esta tarea es necesario compartir el material del diagnóstico de la realidad social y eclesial, las ideas centrales propuestas por los expositores, las síntesis sobre las motivaciones, inquietudes y las acciones propuestas por la parroquia para llevar a la práctica el Plan Diocesano. Dar a conocer los acuerdos sobre las acciones estratégicas y las estructuras de organización, el material de las celebraciones, las palabras del P. Salvador Urteaga, Vicario de Pastoral, en el momento de la ubicación, y el mensaje de nuestro señor obispo Rafael en su saludo y en la celebración eucarística. Pero, de manera especial, su propia experiencia sobre lo que significó esta asamblea como agentes de pastoral y para el proceso diocesano de frente a los desafíos de la misión.
La necesidad de la evaluación
La experiencia nos dice que para avanzar en los procesos es necesario evaluar de manera crítica las acciones que se realizan. Desde esta perspectiva, lo primero es reconocer que la Octava Asamblea fue un eslabón más del largo proceso pastoral diocesano, caracterizado por sus presupuestos, opciones y criterios pastorales e identificado por su compromiso por consolidar el sueño de ser una Iglesia en camino, servidora del Reino, a través de un trabajo de conjunto y planificado.
Si afirmamos que esta Octava Asamblea fue un eslabón del proceso diocesano, también fue un reflejo que proyectó los aciertos y vacíos, las problemáticas y tensiones en su labor evangelizadora. Consciente que tocar el punto de las problemáticas y tensiones es delicado, aclaro que el propósito es poner en mesa puntos para la reflexión y el debate.
El fortalecimiento de los procesos de evangelización, como todos los procesos, requieren de personas comprometidas con los objetivos del proyecto, que asuman el papel de sujetos y participen en las etapas de la planeación, decisión y operativización de las acciones. Sin duda que un logro de esta asamblea fue haber aclarado y animado el proyecto pastoral diocesano. La pregunta es si en la práctica es respaldado por todos los agentes de pastoral. El sólo hecho de que muchas parroquias no vivieron la etapa de preparación y sólo 40 por ciento de las parroquias entregaron los trabajos pedidos para la asamblea, confirman que junto con el proyecto del nuevo modelo de Iglesia existen y subsisten otros proyectos de Iglesia. El camino es claro, pero no todos lo siguen. Los avances en los procesos dependen del compromiso y visión de los sujetos. Y aquí, hay mucho camino por andar.
Una de las tensiones está en los niveles de participación. Las relaciones entre sacerdotes y seglares se da más sobre la forma de una participación controlada, que de una participación autónoma. Se estimula la participación, pero dentro de determinados límites. Se quiere una Iglesia con “rostro laical”, pero a final de cuentas, aparece “la mano sacerdotal”. El papel de los seglares se concentra en la ejecución de acciones y en la administración de ciertas operaciones, pero las decisiones definitivas aún son un derecho reservado a los sacerdotes. La mayoría de los seglares no expresan su propia palabra y repiten y aceptan lo dicho por los sacerdotes. Un ejemplo claro es que el origen de esta asamblea nace en el Consejo Diocesano de Pastoral, pero la responsabilidad de preparar los materiales y coordinarla la asumió el Equipo de Vicarios y Coordinadores, que en su mayoría son sacerdotes.
La asamblea aterrizó en un conjunto de buenas intenciones y en un listado de criterios y principios, pero faltó tiempo para discutir y definir los pasos, mecanismos de operativización, responsables, tiempos para la proyección de la asamblea en las vicarías, parroquias y, sobre todo, en el nivel de base. Para esto, es necesario buscar otro diseño para que la asamblea no sea sólo un espacio de convocación, que tiene sus ventajas, sino sobre todo, un espacio de discusión, que convierta en punto de llegada, pero a la vez, punto de partida para animar los procesos comunitarios de evangelización. Lo masivo no propicia la participación en la toma de decisiones.
Los procesos de evangelización tienen puesta su mirada en el futuro; el horizonte es el Reino de Dios. Los agentes de pastoral, sacerdotes y seglares, son los sujetos responsables de impulsar y consolidar el proyecto del nuevo modelo de Iglesia en la diócesis. Esto exige una conciencia clara del momento histórico que se vive y una nueva visión de ser Iglesia, que se exprese en nuevas acciones, en nuevos espacios y con nuevos actores. La realidad es que la responsabilidad de llevar adelante el proyecto en las comunidades está en las espaldas de pocas personas de buena voluntad, mayores de edad, en su mayoría mujeres, amas de casa, con muchos años en el trabajo pastoral, con varios servicios “medallas”, con la experiencia de una fe tradicionalista, que les cuesta asumir y vivir las implicaciones concretas de este proyecto, además de afrontar la indiferencia y hasta el rechazo de la mayoría de los bautizados. Sin duda que su servicio en estas condiciones es más valioso, pero se debe tomar conciencia que esta situación reclama la renovación de cuadros, de nuevos servidores y de una formación integral y sistemática de todos los evangelizadores en el espíritu de la Iniciación Cristiana.
En medio de este momento complejo, marcado por una crisis en todas las dimensiones de la vida, se debe valorar y explotar la madurez del proceso pastoral diocesano. Es hora que la Diócesis ponga su luz y esperanza en el candelero de la vida con responsabilidad histórica y testimonio.
Primer recuadro
Acciones estratégicas
• Impulsar la vida comunitaria en la base.
• Trabajar los planes vicariales y parroquiales de acuerdo a su proceso y en sintonía con el plan diocesano.
• Promover el intercambio de experiencias.
• Emprender procesos de formación integral a todos los agentes de pastoral.
• Impulsar la articulación y descentralización del trabajo pastoral.
• Buscar que la coordinación de las pastorales específicas sea por seglares.
Segundo cuadro
Estructuras de organización a modificar
Criterios:
• Pasar de estructuras verticales a estructuras horizontales; de estructuras de conservación a una estructura de misión y vida comunitaria. Que las estructuras estén en función de las acciones estratégicas.
• Que los trabajos en las vicarías estén integradas todas las parroquias y campos de trabajo; que haya comunicación entre seglares y sacerdotes; que se promuevan las asambleas por zonas pastorales y que se reanime el trabajo por núcleos de trabajo.
Acciones:
• Fortalecer la mística de articulación y comunión en las vicarías.
• Dedicar tiempo para el análisis de la realidad.
• Impulsar la descentralización de los servicios y ministerios.
Publicación en Impreso
Número de Edición: 107
Autores: Dichos y Hechos
Sección de Impreso: Pbro. Luis Antonio Villalvazo