San José por su protección, goza de gran devoción
Estamos celebrando el Bicentenario del inicio de la lucha por la Independencia, los doscientos años de aquel 16 de septiembre de 1810, cuando el párroco de Dolores, Guanajuato, Don Miguel Hidalgo y Costilla hizo un llamado al pueblo a luchar por la justicia y la libertad.
Este movimiento social tuvo como causa principal la pobreza y el deterioro económico provocado, entre otras cosas, por las leyes promulgadas por los reyes de la casa de Borbón, conocidas como «Reformas Borbónicas» que tenían el propósito de reforzar el dominio español y extraer más recursos de las colonias. Y también por las nuevas situaciones culturales y sociales originadas por la Revolución Francesa y de la independencia de los Estados Unidos Americanos, así como por las calamidades naturales, de manera especial, la sequía que acrecentaron el hambre y la desesperación en el pueblo.
Las condiciones para el estallido popular ya se venían dando desde mediados del siglo XVIII. Concretamente en los tiempos en que llegó a la región la imagen de Señor San José y a quien nuestros antepasados se acercaron con cariño y devoción para implorar su protección.
Zapotlán el Grande, en su fundación realizada por el fraile franciscano Juan de Padilla el 15 de agosto de 1533, fue encomendado al patrocinio de la Virgen María en su advocación de la Asunción. Pero en 1747, ante la situación de pobreza que propició hambre e inseguridad, junto con las calamidades naturales como las sequías, heladas, pestes, granizadas, plagas y, de manera especial los terremotos, el pueblo proclamó a Señor San José como su patrono y protector. Y dos años después, debido a los sufrimientos provocados por el temblor del día 22 de octubre de 1749, los habitantes asumieron el compromiso, bajo juramento solemne, de celebrar una fiesta en su honor y agradecimiento, el 22 de octubre de cada año. Firmaron como testigos fray Juan Antonio Caro y Juan Bautista de Solís.
Es notorio cómo los primeros evangelizadores que llegaron a nuestras tierras mexicanas acudieron con frecuencia a Señor San José, no sólo para salir adelante de la peligrosa aventura de embarcarse rumbo al Nuevo Mundo, sino sobre todo para poder desarrollar con eficacia su tarea de evangelización.
La figura de San José tuvo un lugar destacado en la evangelización de estas tierras mexicanas, desde el siglo XVI. Cuando fray Pedro de Gante llegó, procedente de Texcoco, al convento franciscano de México, a principios de 1527, erigió junto al templo principal una capilla y una escuela para los indígenas que llamó: «San José de los Naturales» que se convirtió en un centro de cultura a favor de los indígenas bajo la tutela de San José. Probablemente se escogió al Patriarca Santo como titular de este centro, porque ya entonces San José era considerado protector para todas las necesidades.
El primer Concilio Provincial Mexicano, convocado y presidido por el arzobispo fray Alonso de Montufar, celebrado en 1555, proclama a San José Patrono General de esta nueva Iglesia, y da como razón la grande devoción que el pueblo le tiene, y la veneración que los indios y españoles le manifiestan. Aquí se declara a San José abogado e intercesor contra las tempestades, truenos, rayos y piedra (granizo), con que esta tierra es muy molestada, y se establece su fiesta cada 19 de marzo. El Tercer Concilio Provincial Mexicano, convocado por el arzobispo Pedro Moya de Contreras en 1585, confirma y renueva el Patronato de Señor San José ya establecido en el Primer Concilio Provincial.
Así mismo, la Arquidiócesis de México declara a San José patrono contra los terremotos: A raíz del temblor de tierra que tuvo lugar precisamente el día 19 de marzo de 1682 y quedó registrado en los catálogos del archivo del ayuntamiento de la Ciudad de México como el «Temblor de San José». Se hizo una procesión solemne desde la Catedral hasta el templo de San José de Gracia con el fin de pedir la protección del Santo Patriarca. Como los temblores se volvieron a repetir con mayor intensidad en marzo de 1729, el Cabildo de la ciudad acordó nombrar a Señor San José, el 28 de diciembre de 1731, patrono abogado especial para que los librara de los temblores, y solicitó al Arzobispo de México la misma petición que posteriormente aceptó de manera oficial.
El 5 de mayo de 1768, el arzobispo de la Ciudad de México envía una circular en la que avisa haber determinado con su Consejo y en vista de que se han repetido los temblores, cantar una Misa a Señor San José y a salir fuera de su ámbito en procesión.
En Zapotlán el Grande, el año de 1747, por calamidades sufridas, sobre todo terremotos, fue elegido Señor San José como Patrono Protector de este pueblo. Dos años después, a causa del temor provocado por el temblor de tierra del día 22 de octubre de 1749, los vecinos le hicieron a San José, el 29 de diciembre del mismo año, su Primer Juramento Solemne y le prometieron hacerle una función el 22 de octubre de cada año.
En las descripciones geográficas del obispado de Michoacán del siglo XVIII, sobre este terremoto se indica: «Inmediato a este cerro o volcán de nieve al lado sur, está el volcán de fuego de la misma altura y figura que el de nieve… Los efectos que este volcán ha causado han sido muy funestos, pues en el año cuarenta y nueve se experimentaron en este pueblo y en otros circunvecinos (aunque ninguno con la fuerza de este), unos temblores de tierra tan fuerte [s], que no quedó piedra sobre piedra, abriéndose en los campos la tierra en muchas partes y en otras sumiéndose grandes pedazos de tierra, en unas partes una vara y en otras dos y más y todo esto se conoció ser efecto del volcán… «.
Nuestros antepasados, hace 261 años, viviendo momentos difíciles y de calamidad, se acercaron a San José y establecieron con Él un juramento, un pacto y un compromiso. Como dijo el distinguido poeta zapotlense Antonio Ochoa Mendoza: Desde entonces, San José pertenece a Zapotlán y el pueblo de Zapotlán a San José.
Hoy día, al conmemorar el Bicentenario de la independencia de nuestra Patria Mexicana, al cumplirse 25 años del terremoto del 19 de septiembre de 1985, que desató una experiencia y proceso de solidaridad y al vivir una vez más el compromiso de nuestros antepasados, reconocemos las muestras de cariño que San José nos ha concedido y que nos comprometen a corresponder procurando en todo momento ser un pueblo solidario ante las calamidades sociales y naturales que padecemos, ser fieles a nuestras raíces históricas que fortalecen nuestro caminar de frente al futuro y a seguir considerando a San José como Patrono de nuestro tiempo, intercesor y modelo de vida cristiana.
La fiesta josefina, expresión de la vida y la fe de un pueblo
Por: P. Luis Antonio Villalvazo
“Dos siglos y medio, de tu protección te agradece el pueblo que seas su patrón. Flor de cempasúchitl te ofrecemos hoy, chirimías y danzas cantan nuestro amor”: Pbro. Facundo Ramírez.
La fiesta a Señor San José en Zapotlán es la expresión religiosa de fidelidad a la tradición, que le da identidad a este pueblo. La fiesta es una manifestación vivida de una religiosidad, que con sus múltiples manifestaciones, afirma su deseo de trascender y romper con lo cotidiano. Es la amalgama de creencias y sentimientos, de sueños y realidades, donde el pueblo sencillo y creyente, al contacto con lo divino, representado en San José, despierta su deseo de modificar y transformar su realidad cada vez más con menos posibilidades y alternativas. La fiesta es el espacio donde se recrean imaginarios simbólicos que propician la cohesión de la persona con su comunidad y territorio. Es la oportunidad para trasmitir los valores sociales y tradiciones. La fiesta a Señor San José en Zapotlán es un proyecto de integración donde están presentes la memoria y el compromiso.
Conservar la tradición es una tarea; renovar el juramento es un compromiso. Pero, sin duda que se tienen que actualizar y transformar a través de un proceso de evangelización a fondo para que la vida cristiana crezca y florezca con nuevos servicios que respondan a las nuevas necesidades de la comunidad. Por eso, la fiesta no debe quedarse en la exterioridad del culto y del folklore. Debe convertirse en un acontecimiento evangelizador siguiendo el ejemplo de San José que hizo de su vida cotidiana, de su servicio, de su fidelidad a su misión, un camino de santidad. La casa y el taller de Nazaret fueron una auténtica escuela para Jesús. Construyeron su personalidad marcada por la ternura y la valentía, por su pasión por los demás y por su pasión a Dios, Su santidad es expresión de su aceptación alegre de la voluntad de Dios en el día a día.
La fiesta a Señor San José es la oportunidad para seguir su ejemplo. Uno de los detalles más impresionantes, dice Leonardo Boff en su libro “José, personificación del Padre”, es el mando de silencio que cubre su figura. Se trata de un silencio que revela el perfil interior de su persona. Los evangelios hablan de lo que hizo y en estas acciones están envueltas en el silencio, que permiten descubrir un clima de profunda contemplación de su Hijo. Porque ante las cosas y acontecimientos trascendentales y sorprendentes también guardamos silencio.
Afirma Boff, que hay tres razones fundamentales que hacen que el silencio de José sea una actitud más expresiva y adecuada para lo que él es y significa para la historia y para la comunidad cristiana. Primero, el silencio de José es el silencio de todo trabajador. El lenguaje de todo trabajador son sus manos, no su boca. Segundo, su silencio es el silencio del Padre. Es el silencio donde nacen las palabras, la creación. Quien habla es el Verbo, Jesús, su Hijo. José es la sombra real y visible del Padre; sólo podía ser y vivir el silencio. Y tercero, el silencio expresa nuestra cotidianidad y nuestra vida interior. Cuando queremos escuchar a alguien, guardamos silencio. El trabajo se hace mejor cuando nos concentramos y lo hacemos en silencio.
San José es el patrón y protector de nuestro pueblo desde hace dos siglos y medio, pero también es patrón de la gran mayoría de la humanidad que por su pobreza y exclusión es invisible y anónima, que vive en el silencio y que es condenada a vivir en el silencio. Que el silencio de José nos comprometa participar en estas fiestas josefinas con la alegría que nace y es fruto de una vida cristiana abierta al proyecto de Dios.
Publicación en Impreso
Número de Edición: 104
Autores: P. Alfredo Monreal, y P. Lorenzo Guzmán.
Sección de Impreso: Luz y Fermento