Puntos clave y vacíos en la celebración
Hay acontecimientos que son puntos importantes de referencia en la historia de un proceso. Por la riqueza que encierran son punto de llegada y de partida; raíz y fruto de mística y de esperanza. Eso ha sido la celebración de los 40 años de vida diocesana.
El acontecimiento revistió tal importancia que no únicamente invita a mirar hacia atrás, sino también los vacíos que nosotros, colaboradores suyos, hemos causado. Motiva también a mirar al horizonte, para descubrir los caminos que conducen a la meta que el Señor nos ha propuesto. Esta reflexión, que valora el pasado, celebra el pasado-presente y descubre el futuro, es la “Mística”, la motivación profunda, que nos estimula a apretar el paso con el anhelo de vivir la utopía -sin lugar en la historia- convirtiéndola en topía -realización en la historia-.
La Mística es el agua viva que refresca al caminante en su marcha. Es en el fondo, dejarse guiar por el Espíritu de Jesús, que lo conducía y lo fortalecía en Galilea en su tarea de anunciar y realizar el Reino. La mística es la cuerda que atada al pasado-presente nos lanza hacia la realización plena de nuestros anhelos. Es ver la realidad como Dios la ve, con amor, con profundidad y con claridad, descubriendo su presencia y ausencia en el mundo en que vivimos.
En nuestro proceso pastoral hemos vivido una mística centrada en el proyecto del Reino de Dios motivados con la misma pasión de Jesús, para que a los pobres se les anuncie el evangelio. Es una mística de seguimiento. Una mística de participación, teniendo en cuenta que el proyecto de Jesús es comunitario. Una mística de esperanza, sabiendo que Dios es el Señor del Reino y nosotros somos los colaboradores. Como decía Mons. Romero: “somos los albañiles, no los arquitectos, porque Él es el Señor”.
La Mística nos hace descubrir en el 40 aniversario de nuestra Diócesis, los puntos clave y vacíos, que nos impulsen a descubrir el siguiente tramo del camino.
En nuestro trabajo pastoral nos hemos enfocado en la dimensión eclesial. Tratamos de avanzar en la identidad de nuestras Comunidades Eclesiales de Base. Poco hemos avanzado en la creación de auténticas asambleas y consejos comunitarios. No logramos desencajarnos de la pastoral de cristiandad, creando grupos, pero no Comunidades Eclesiales. No hemos hecho progresos significativos en la inserción en la sociedad. No hemos lograr realizar avances en la creación de Organizaciones básicas y civiles.
El momento que vivimos nos empuja a promover la participación ciudadana con proyectos que hagan acontecer el Reino de Dios en nuestra sociedad. No hemos roto la burbuja de lo eclesial y nos da miedo salir del invernadero para enfrentarnos con la dura realidad de pobreza, de violencia, de corrupción. Es necesario promover la participación de los ciudadanos en la promoción de otro mundo posible y necesario.
Es necesario destrabar el lazo de la dependencia que los laicos tienen de los presbíteros. Hay procesos que no avanzan porque el sacerdote no da pasos decididos en la línea de las opciones diocesanas. En muchos casos, la pastoral liberadora se ha convertido en un slogan, pero no en una realidad. Tenemos miedo de desatar las amarras de los laicos para que ellos decidan sobre su propio proceso de evangelización y liberación. Esto no significa independencia, sino autonomía; no significa conflicto, sino comunión corresponsable y madura de las comunidades entre sí, y con su pastor. Urge el empoderamiento del seglar.
Los jóvenes toman el mundo en sus manos. Los recientes movimientos juveniles que se manifestaron a borbotones en esta coyuntura electoral, nos hacen pensar a los jóvenes desde otro ángulo. Ya muchos no son los que se la pasan en la computadora, en la televisión, con el celular chateando entre ellos. Ahora son los que tienen una mirada penetrante sobre los acontecimientos sociales y tienen la libertad para poner el dedo en la llaga. Es tiempo de caer en la cuenta de la importancia y urgencia de trabajar con los jóvenes. No en una “pastoral juvenil” dependiente de los presbíteros, sino en una acción juvenil por, con y desde los jóvenes, en que ellos sean los protagonistas que dicten el camino a seguir.
Las víctimas de la violencia. Vivimos momentos en la que la violencia se ha convertido en cultura. Ha pasado ya a ser parte normal de la vida, iniciando desde la familia, hasta la violencia del crimen organizado. Son muchas las víctimas que han caído o desaparecido. ¿Qué solidaridad hemos tenido con las víctimas y con sus familiares? ¿Jesús actuaría como estamos actuando, con indiferencia, sin compasión hacia ellos? Nos falta alzar la voz, hacer visibles a las víctimas, promover una pastoral de construcción de la paz.
Habrá que abrir espacios de reflexión sobre cómo forjar los siguientes 40 años de vida diocesana. Sólo así podremos convertir la celebración en punto de partida.
Publicación en Impreso
Edición: 119
Sección: Luz y Fermento
Autor: P. José Sánchez Sánchez