Preparación para construir el nuevo modelo
La diócesis de Ciudad Guzmán fue sede de dos acontecimientos a nivel nacional promovidos y coordinados por el Equipo Nacional Animador de Comunidades Eclesiales de Base (CEB). El primero fue el taller para jóvenes que se realizó en Sayula del 13 al 19 de julio. El segundo, el diplomado para animadores que se llevó a cabo en la casa de Pueblo Nuevo del 2 al 11 de agosto.
Estas dos experiencias son un eslabón más en la cadena de los procesos orientados a hacer realidad el proyecto de fortalecer y consolidar la identidad y misión de las CEB en México. El Equipo Nacional Animador (ENA) consciente de que la realización de todo proyecto exige de personas que lo hagan posible, ha asumido la formación integral de los miembros y animadores de las CEB como un objetivo estratégico y una tarea indispensable en los esfuerzos por consolidar el nuevo modelo de Iglesia.
Estos espacios de formación promovidos por ENA pretenden ser un servicio que impulse la dinámica propia de las comunidades y fortalezca el compromiso de los animadores. Su sello particular es la integración de la persona con su fe y su misión. “El eje que atraviesa y marca estas experiencias es ayudar a que los participantes tomen conciencia de que son personas, de que ser animadores es un servicio pastoral y que su misión es ser protagonistas del nuevo modelo de Iglesia y actores del cambio social”, afirmó la hermana religiosa Teresa Daza Vázquez, integrante del equipo coordinador de este diplomado.
Por el testimonio de algunos de los participantes sobre lo que les dejó este diplomado, aparecen tres constantes. Primero, la importancia a la dimensión humana. Segundo, la necesidad del encuentro orante con la Palabra de Dios. Y tercero, la insistencia en el compromiso de ser promotores de cambio.
Reconocer a los participantes como personas, partir de su vivencia personal desde su propia historia y cultura para ayudarlos a discernir lo que son, viven y esperan y tomar conciencia de los momentos donde Dios ha estado presente en su vida, es uno de los aportes de esta experiencia. Así lo confirma la Hermana MEMI Ofelia Vázquez: “El diplomado me dejó un sabor de esperanza y alegría. Fue una vivencia que me ayudó a encontrarme conmigo misma como persona y con personas inquietas que buscan vivir en camino”.
La integración comunitaria a través de dinámicas, tareas y textos son como un río de agua subterráneo que alimenta y da vida esta experiencia de formación. Cada participante forma parte de un pequeño círculo llamado “Grupo de Vida” que es el espacio vital donde comparten sus reflexiones personales, experimentan nuevas conductas e imaginan nuevas maneras de vivir su vida personal y comunitaria. “La experiencia nos ha dicho que en los procesos de formación, los contenidos son importantes, pero las personas son más. Rescatar a la persona en su contexto y ayudarla a sistematizar y retroalimentar su vida, es un punto clave” dijo Teresa Daza.
El encuentro orante con la Palabra de Dios fue otro aporte importante en esta experiencia. Conocer y vivenciar el método de la lectura popular de la Biblia los llevó a comprender la Palabra de Dios como instrumento de discernimiento y fuente de motivación para vivir y alimentar su fe como un don para ser compartido y debe generar el compromiso de transformar la realidad. “Me quedó claro que ser animador me exige vivir mi fe con una fuerte espiritualidad. Que el encuentro orante con la Biblia es indispensable”, afirmó Sofía Guadalupe Aguilar, de la Lagunilla, municipio de Tapalpa.
Josefina Valdovinos de la parroquia de san Pedro, Apóstol de Ciudad Guzmán reflexionó: “El diplomado fue una experiencia vital que marcó mi vida porque me ayudó a encontrarme con el proyecto de Jesús y descubrir mi compromiso de ser un actor de cambio. Descubrí que mi fe exige una conversión personal y pastoral, pero también la transformación de las estructuras sociales”.
El compromiso de luchar por el cambio eclesial y social fue otro aporte de esta experiencia. Pero fue el quedó más diluido en la conciencia de la mayoría de los participantes. Reflexionar en las causas de este hecho no sólo en este diplomado, sino en nuestros procesos de formación en todos los niveles, es una tarea pendiente. Sembrar la inquietud de ser sujetos animadores y promotores del cambio es bueno, pero hay que cultivarla.
Un problema es que la proyección de esta experiencia se queda en buenas intenciones. El compromiso de los participantes de multiplicarla en sus parroquias y comunidades difícilmente se cumple. Y no por mala voluntad, sino porque no encuentran el apoyo y el ambiente para llevarla a cabo.
Esta experiencia, con todas sus limitaciones, aporta elementos que pueden servirnos de espejo y fuente de inspiración y revisión de las prácticas de formación que realizamos en nuestras comunidades. Si alguien le interesa conocer el material de este diplomado, lo puede conseguir en las oficinas de El Puente.
Publicación en Impreso
Edición: 131
Sección: Tema Especial
Autor: Luis Antonio Villalvazo