Política con valores evangélicos

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Por: Pbro. José Sánchez Sánchez. Párroco de Sayula.

La coyuntura que estamos viviendo en México es marcadamente política, porque es tiempo de elecciones. Urge que nosotros los cristianos tengamos criterios de elección claros para que podamos ejercer nuestro voto con responsabilidad, teniendo en cuenta los valores evangélicos. En la política, tanto la del bien común como la partidista, los cristianos debemos participar orientados por los valores evangélicos.

Política y valores

¿Qué puede parecer más opuesto que los asuntos políticos y los valores del espíritu? A pesar de la aparente contradicción entre ambas realidades, la política sin conciencia o sin una referencia espiritual es causa de ruina para la sociedad.

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A los políticos no les importa la mística (las motivaciones profundas, los valores), pero será siempre la mística la que alimente la política. La mentalidad laica, -que significa la no injerencia de los religioso o lo espiritual en el espacio público, por tanto, la no interferencia del Estado en la vida de las Iglesias- reconoce la libertad de culto y de conciencia en todo su significado y la no intervención de las iglesias en los asuntos políticos, reconoce la separación del Estado y la Iglesia.

Hay una frase entre nosotros que dice: “La Iglesia no se debe meter en política”, pero no expresa el recto espíritu de la mentalidad laica ni cristiana, porque en nuestro caso, en que la mayoría del pueblo profesa la fe católica, al no participar en política, la mayoría quedaríamos sin tomar parte en los asuntos públicos. La distinción entre Iglesia y política, es sana pero no significa oposición, ni hostilidad o rivalidad entre ambas, ni indiferencia de parte de los creyentes hacia la política.

Hay que saber distinguir lo que proviene propiamente de la religión, o sea, los valores del espíritu, de lo que es propiamente política. Los valores del espíritu son aquello que alimenta la interioridad, sin la cual no seríamos sino robots, que se podía traducir en “bestias de trabajo”.

Los valores tienen que hacerse carne, es decir, manifestarse en opciones, organizaciones y acciones en el campo de la política, de otra manera, serían letra muerta; se necesita, por lo tanto, que tengan injerencia en la historia para darle una forma más humana. No basta que se diga no, sino que abran nuevas posibilidades para la convivencia humana.

Los valores y la democracia

La democracia no puede existir sin la libertad, que no significa libertinaje, el que cada quien haga lo que guste, sino la libertad de realizarse de cada quien en la sociedad, respetando los derechos y la libertad de los demás. El llamado a los derechos de cada quien no existe sin el llamado a la responsabilidad de cada uno hacia el derecho de los demás. El respeto al derecho ajeno es la paz, decía Juárez.

El cristianismo es portador de otro valor, el de la vigilancia, esto es, tener los ojos abiertos a las injusticias manifiestas y escondidas y a las consecuencias que traen para la sociedad.

Esto no significa únicamente abrir los ojos para contemplar las vicisitudes del mundo, los problemas de la sociedad, sino el abrirnos al análisis lúcido y a la acción valiente para enfrentarlos. La vigilancia va acompañada de la conciencia crítica, que no es lo mismo que la crítica. Aquella analiza los acontecimientos tanto positivos como negativos, ésta sólo se fija en los aspectos negativos, pero no pone nada de su parte para superarlos. La vigilancia comporta acciones de transformación de la realidad.

Nuestra historia debe desembocar en una tierra y en un cielo nuevo y debemos trabajar en favor del bien y en contra las fuerzas del mal, porque estamos convencidos que el Bien y la Justicia están trabajando secretamente dentro de la historia. La esperanza cristiana, tercer valor de la política, es por tanto, el fermento de la acción.

Para concluir, la política es en esencia evangélica y se apoya en que el cristianismo es una religión abierta que propone una democracia abierta al amor de todo hombre y que la democracia supone una sociedad abierta a la denuncia profética de las injusticias.

La aportación de la participación de los cristianos en la política debería ser un fermento esencial y eficaz de la democracia. Aunque siempre hay el riesgo de que lejos de fermentar la sociedad, nos repleguemos en nosotros mismos y renunciemos a ser sal y luz de la tierra.

El no participar en política sería una contradicción con la misión que Cristo nos ha confiado, la de que el Reino de Dios acontezca en el mundo en el que vivimos; hay que participar pero con valores evangélicos.

Hoy se necesitan santos políticos, con valores evangélicos, y políticos santos, cuestión que no es contradictoria.

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