Mujeres con huipil de servicio
El rostro femenino que enriquece el proceso diocesano
“Dichosa tú que has creído” en la comunidad y no te vence la indiferencia; en la fraternidad y no haces caso a los chismes; en la justicia y no te calla la violencia; en la igualdad y no te acobarda el machismo; en el amor y no te encierras en las modas.
Por: Heriberto Díaz y Alejandro Salas
Ellas fueron testigos, estuvieron más atentas al sepulcro vacío, lo llenaron con su mirada y brotó de su amor a Jesús un manantial de fe y esperanza que las hizo gritar con gozo: “¡ha resucitado!”. Como si su dolor se disolviese en el grito, como si la pena se quedara en el sepulcro. Sus nombres: María Magdalena, María de Santiago y Salomé.
Ellas fueron testigos, las antiguas mujeres que abrieron su hogar al Espíritu: Lidia, Tabita, Priscila, Febe, Eunice, Evodia, Síntique… y las muchas mujeres anónimas que vieron nacer las primeras comunidades cristianas. Las que no vacilaron: Perpetua y Felícitas, Inés y Águeda, Lucía… las que entregaron su cuerpo y cantaron a la vida.
Ellas las testigos de hoy: catequistas, celebradoras de la Palabra, defensoras de derechos, misioneras, coordinadoras de barrios, religiosas, ministras de enfermos, cuidadoras de la creación. Sus nombres: Teresa, Verónica, Guadalupe, María, Sagrario, Rosa, Angélica, Cecilia, Blanca… y más mujeres con quienes el proceso diocesano adquiere rostro femenino.
A todas ellas, las santas madres de nuestras comunidades, les debemos tanto, por sus ministerios, por sus servicios, por sus opciones, por sus oraciones, por sus bendiciones. Esas bendiciones que, desde la sinceridad de la sencillez, ponen en manos de Dios el trabajo y la vida de todos y todas; esas bendiciones que van más allá del hogar y se extienden al barrio, al rancho, a la comunidad, a la Madre Tierra.
Que este escrito sea un pequeño gesto de gratitud y solidaridad para las mujeres que, como un vivo punto de cruz, han trazado las búsquedas del Reino que se hace presente y común. Las vidas de las mujeres que tejen su fe con la vida diaria y el servicio para dibujar, como un huipil multicolor, el sueño de una Iglesia servidora. Que este escrito sea un recordatorio para que en nuestra Diócesis leamos el paso de Dios también en clave de mujer.
¡Oh Iglesia de mujeres!
Madres, viudas, esposas, jóvenes, trabajadoras,
dispuestas a servir, a ser transformadoras,
la Comunidad de Base eres.
Y en el centro la mesa del Reino:
Agua que no (o que no sólo…) es agua, sino anuncio;
Panes que no son panes, sino comunidad;
Semillas que no son semillas, sino servicio;
Luz que no es luz, sino celebración.
“Dichosa tú que has creído” en la comunidad y no te vence la indiferencia; en la fraternidad y no haces caso a los chismes; en la justicia y no te calla la violencia; en la igualdad y no te acobarda el machismo; en el amor y no te encierras en las modas; en la vida y nunca se acaba tu esperanza…porque resucitarás con Jesucristo.
Dichosas ustedes porque han sido tocadas por Dios.