Mirar la madera de la que fuimos hechos
Por:
Heriberto Díaz Navarro (hdn_89@yahoo.com)
Juan Carlos Montes de Oca Vargas (juan.cmv92@gmail.com)
Andrés Castañeda Silvestre (andres123nayjal@hotmail.com)
Jonathan Emmanuel Ceballos Reyes (jonycr0012@hotmail.com)
David Aguilar Rubio (aguilar951017@hotmail.com)
Alumnos del Seminario Mayor
Con alegría y entusiasmo, nos dimos cita seminaristas, sacerdotes, religiosos y consagrados a la ciudad de Morelia, con el propósito de encontrarnos en la celebración de la Eucaristía con el Papa Francisco. Desde las primeras horas del día arribamos al Estadio Venustiano Carranza y a pesar de las largas filas y las pocas horas de sueño, el ánimo no decayó en ningún momento: con cantos, vivas y porras, todos esperábamos entrar al estadio para ver de cerca al Papa Francisco y escuchar su mensaje.
Ya dentro del estadio la espera se hizo corta. Ambientados por un grupo de rock, conformado por seminaristas y religiosos de Morelia, nos hicieron cantar, aplaudir, bailar. Por supuesto no podía faltar la famosa ola, que nos hizo pasar un momento de alegría junto con hermanos y hermanas venidos de todos estados del país.
Alrededor de las diez de la mañana el Papa llegó al estadio, haciendo explotar con efusión el ambiente de todos los presentes que se desbordaron en muestras de afecto. Con el mismo espíritu festivo y en un ambiente de silencio y respeto, dimos inicio a la celebración de la Eucaristía. El Papa Francisco hizo memoria a los esfuerzos del padre y protector de los Indios purépechas, con aprecio utilizó el Báculo y el Cáliz que pertenecieron al primer obispo de Michoacán, aquel que se ganó el nombre entre los indios de “Tata Vasco”, que en lengua purépecha significa papá.
“Cuánto nos ayuda el mirar la madera de la que fuimos hechos”. Con estas palabra el Papa Francisco nos invitó en su homilía, a no olvidar nuestras raíces para no caer en la tentación de la resignación, del “qué le vas hacer, la vida es así” ante la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el sufrimiento y la precariedad de nuestro país, que nos paraliza, nos impide caminar y hacer camino.
Para no olvidar nuestra raíz, el Papa invitó a rezar como lo hacen nuestras familias. “Acordáte de tu madre y de tu abuela”, fueron sus palabras, citando a san Pablo cuando exhortaba a su discípulo Timoteo a vivir la fe, ya que es una oración que tiene sabor a vida y experiencia de amor: “seguí rezando como te enseñaron en tu casa y después poco a poco tu oración irá creciendo, como tu vida va creciendo. A rezar se aprende, como en la vida”.
El mensaje del Papa es un llamado como Seminario y como sociedad a vivir la misericordia desde nuestros barrios, colonias y ranchos. Este mes de marzo, que en nuestra Diócesis de Ciudad Guzmán celebramos el Mes del Seminario, es un tiempo para reflexionar sobre nuestro caminar por este Sur de Jalisco y nuestro modo de ubicarnos ante su realidad concreta.
Algunos de los desafíos que nos quedan son hacer de nuestra oración una escuela para la vida y de nuestra vida una escuela de oración y que ésta sea un reflejo de nuestra historia, de nuestra intimidad, “de la madera de la que fuimos hechos”.
Otro desafío es convertir nuestra experiencia de pastoral en las comunidades como espacio de oración, donde descubrimos la voz de Dios que nos ayuda a no caer en la tentación de la rutina y la indiferencia, la amargura y el sinsentido, a convertirnos en “funcionarios de lo divino” o “empleados de la empresa de Dios”.
Hacer de la oración una entrega generosa en el servicio de la evangelización, para la escucha de la voz de Dios que nos grita desde el sufrimiento de las comunidades y llegar a decir con nuestras vidas, como el Papa Francisco nos recuerda, “Padre nuestro”.
Este encuentro no culminó con la partida del Papa. Juntos, Diócesis y Seminario, estamos llamados a hacer vida sus palabras, debemos tomar nuestra parte en la realización de este gran trabajo. Francisco ha tocado en sus discursos y sus gestos las causas de la realidad de nuestro país: en Chiapas, a los indígenas, el cuidado de la casa común y a las familias; en Ecatepec, a los pobres, los jóvenes y la violencia; en Ciudad Juárez, a los presos y los migrantes.
El siguiente paso es ponerle nombre y rostro concreto a las situaciones de nuestra casa, nuestro barrio, nuestra colonia, rancho y nuestro País; es cuestionarnos como Diócesis qué es lo que estamos haciendo por ellos y en qué vamos a trabajar para impulsar la realización de diversas propuestas que sean un respiro ante “esta realidad tan paralizante e injusta”.