Medio siglo de Medellín
Llevar a la práctica al Concilio Vaticano Segundo
Por: J. Alfredo Monreal Sotelo.
En poco más de medio siglo, la Iglesia latinoamericana ha tenido varias experiencias de Conferencias Episcopales: Río de Janeiro en 1955, Medellín en 1968, Puebla en 1979, Santo Domingo en 1992 y Aparecida en 2007. Estas asambleas se pueden considerar como momentos de gracia y comunión.
La importancia de la Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Medellín (Colombia), del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968, se debe a que su realización se desarrolló en el clima creado por el Concilio Vaticano II.
La iniciativa de la II Conferencia General del Episcopado nació del entonces presidente del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), Mons. Manuel Larraín con la finalidad de impulsar la recepción del Vaticano II y señaló: “La experiencia postconciliar ha mostrado que la complejidad de las condiciones de nuestro Continente es enorme y que la aplicación del Concilio a su pluriforme realidad”.
En diciembre de 1966, don Avelar Brandao Vilela, Arzobispo de Teresina (Brasil), primer vicepresidente del CELAM, expuso al Papa la oportunidad de la celebración de una II Conferencia del Episcopado Latinoamericano. En julio de 1967 Pablo VI dio luz verde al proyecto y en noviembre siguiente, señaló el tema de esta II Conferencia: La Iglesia en la presente transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II.
En enero de 1968 se hizo una convocación oficial y en mayo el Papa nombró como presidentes de la Conferencia a los cardenales Antonio Samoré de la Curia Romana, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina; Juan Landázuri Rickets, Arzobispo de Lima y, a Monseñor Brandao Vilela.
El Papa Pablo VI, desde la Catedral de Bogotá (Colombia) el 24 de agosto de 1968, dirigió un mensaje a los Obispos y dio por inaugurada la Conferencia de Medellín. Al día siguiente, desde la ciudad de Antioquia, habló del acontecimiento como un hecho histórico que se inserta en la vasta, compleja y fatigosa acción evangelizadora de los inmensos territorios de América Latina.
Como miembros con derecho a voto participaron 140 obispos, se discutieron como grandes temas: expresión de la realidad, reflexión teológica y aplicaciones concretas. Se vieron siete relaciones donde se trataron los aspectos fundamentales de la Conferencia: los signos de los tiempos en América Latina y su interpretación cristiana; la Iglesia en América Latina y la promoción humana; la evangelización en América Latina; la pastoral de masas y la pastoral de élites; la unidad visible de la Iglesia y la coordinación pastoral. El trabajo de la Conferencia se movió dentro de tres perspectivas: Iglesia y promoción humana; evangelización y crecimiento en la fe; Iglesia visible y sus estructuras.
El trabajo total se tradujo en 16 textos sobre los cuales Pablo VI se expresó así: “Se trata verdaderamente de un monumento histórico de la Iglesia Latinoamericana”.
La Conferencia de Medellín contribuyó a acrecentar la preocupación por la justicia, porque tuvo una percepción sumamente viva de las situaciones de injusticia; revalorizó el ministerio de la pobreza de que tanto había hablado el Concilio. No hizo opciones clasistas, quiso que se fuera más bien al corazón de los pobres, de tal suerte que la Iglesia se sintiera ungida por ellos como escribió, en el siglo II, Ignacio de Antioquía: Quiero ser ungido por vosotros. Impulsó el desarrollo de las Comunidades Eclesiales de Base como nivel de Iglesia. Valoró la política en el sentido de servicio. Conservó una línea de pensamiento coherente y valiente frente al abuso de poder, como se nota en las cartas pastorales posteriores de muchos obispos y Conferencias Episcopales Nacionales.
Gracias a un esfuerzo lleno de fe de toda la Iglesia latinoamericana se concretizó la realización de Medellín. Su preocupación de fondo fue, la solidaridad radical de la Iglesia con los pobres y oprimidos de América Latina, y el sentido bíblico del Dios liberador en la historia. Desde aquí se comprenden los pasos principales dados, su crítica al neocolonialismo externo e interno, su apoyo firme a la Encíclica Humanae Vitae, su vocación por la participación, su crítica a la violencia institucionalizada y su preferencia por la paz pero en lucha por la justicia.