LOS MILAGROS DE DIOS
Juan Manuel Hurtado López
Vivimos en un mundo plasmado en sus estructuras y organización por la mentalidad mercantilista, individualista. Un mundo en el que rige no la política de acuerdo a los más altos intereses de las naciones, no la cultura de los pueblos ni la religión con sus valores sagrados, sino la economía, el comercio, el dinero. Los intereses económicos de las grandes trasnacionales han logrado controlar y dirigir los destinos de los pueblos. La política puesta al servicio del capital, de la ganancia.
Los grandes medios de comunicación sirven a los intereses de grupos y corporaciones de grandes capitales. Y, como lo ha señalado con toda claridad y valentía el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Sii, todo esto se hace en perjuicio y daño de la madre tierra y por lo tanto de toda la humanidad. En Bolivia les expresó a las organizaciones populares: “Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad. Esa economía mata, destruye la Madre Tierra”. Y en Roma les dijo a las organizaciones populares: “Este sistema ya no se aguanta, digámoslo sin miedo: tenemos que cambiarlo, hay que hacerlo con coraje, tenacidad, pero también con inteligencia y sin violencia”.
Un sistema que ha sido permeado por el narcotráfico, con lo que se añade toda la cuota de violencia inherente a estas organizaciones.
En un mundo así, resultan hasta extraños y provocadores los gestos del compartir, del cuidar, del respetar. Los gestos comunitarios de pueblos y organizaciones reman contra corriente.
Por esta razón, un signo del compartir resulta ser un verdadero milagro. Y en la fe cristiana así los podemos leer. Por esto necesitamos estar alerta a los signos de comunitariedad y esperanza que se van dando a lo largo y ancho de nuestra querida América Latina y El Caribe, tanto en el ámbito eclesial como en el social.
Un pequeño signo
Del 5 al 9 de marzo tuvimos el XXIX Encuentro Diocesano de Diáconos indígenas permanentes en la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, México. Acudieron, entre diáconos, candidatos al diaconado y sus esposas, más de 600 personas. También participaron agentes de pastoral de las diferentes zonas pastorales de la diócesis y el obispo.
La dinámica del Encuentro está basada en la participación por pueblos, por lenguas: tzeltal, tsotsil, ch’ol y español. La comida es donada por las comunidades de la zona que son visitadas. Se come en pobreza y alegría. Todo compartido.
El tema del Encuentro fue la construcción de una Iglesia autóctona y liberadora. Pero esto es sólo la punta del iceberg. Detrás está un largo caminar acompañado durante 40 años por Don Samuel Ruíz García y en los últimos 18 por Don Felipe Arizmendi.
Está el Congreso Indígena de 1974 en el que los indígenas señalaron su opresiones en cuanto a tierra, trabajo, educación y comercio, está la opción por los pobres expresada públicamente en 1975 por el obispo, está el III Sínodo diocesano, el caminar del Pueblo Creyente, instancia diocesana que acompaña la lucha de los pueblos autóctonos en búsqueda de justicia y paz, está el trabajo de las mujeres y el proceso de teología india, están la persecución y expulsión del país de muchos agentes de pastoral y el encarcelamiento del P.
Joel Padrón y el martirio de 45 hermanos y hermanas tsotsiles en Acteal, mientras hacían un jornada de tres días de ayuno y oración por la paz. Está la valiente Carta Pastoral de Don Samuel: “En esta hora de Gracia” en la que denunciaba el sistema de muerte que amenazaba a los pueblos de la región.
Cuando hablamos de Iglesia autóctona y liberadora, estamos hablando de entrega y servicio, de fe y cultura, de anuncio y denuncia, de conversión y testimonio hasta derramar la sangre. Estamos hablando entonces de gestos nuevos y proféticos de los creyentes del pueblo de Dios que peregrina en el sureste mexicano.
En toda esta corriente se inserta el caminar del diaconado indígena permanente.
Por eso podemos decir que estos cinco días de compartir según el espíritu del Evangelio, son en sí ya un milagro. Milagro del espíritu de comunión y de compartir, simiente del mundo que queremos y por el que luchamos: nadie más importante que otro, nadie sin alimento mientras que otros despilfarran, todos servidores de la mesa común.