La pobreza, la mayor catástrofe de la humanidad
Los desastres naturales afectan de manera más severa a las personas de escasos recursos. Ello no es resultado de esos acontecimientos sino de las sociedades que los han colocado en esa situación. Desastres como los ocurridos este año en Haití y Chile nos recuerdan la vulnerabilidad en la que están estos sectores de la población.
Los desastres naturales, sean terremotos, inundaciones, sequías, heladas o cualquier otro evento, provocan severos daños a las poblaciones del lugar en donde ocurren. Sin embargo, una constante en estas catástrofes es que son siempre los sectores más pobres de la población los más afectados y a los que les es más difícil recuperarse de los estragos. Aunque el ser humano no tiene responsabilidad sobre estos fenómenos, sí la tiene sobre la pobreza en la que están sumidos algunos grupos sociales, y su vulnerabilidad resultante.
Cuando se habla sobre estas catástrofes naturales, generalmente se enfatizan sus causas y sus efectos inmediatos, muy pocas veces se reflexiona sobre las raíces de los profundos daños que producen. Se habla de la magnitud o tipo del sismo o de los estragos que deja una inundación, pero no se reflexiona profundamente en que es la situación en la que vivía la población un factor fundamental para las consecuencias del desastre natural. A pesar de que somos conscientes de la fragilidad de las personas de más escasos recursos, en estas situaciones no advertimos sobre el hecho de que ello no es resultado del terremoto o la helada, sino de un sistema que los ha colocado en esa condición donde prevalece la inseguridad, el hambre, la falta de una vivienda digna y el acceso a la salud.
Estos acontecimientos provocan daños materiales en el lugar en el que ocurren de manera general, pero siempre resultan más afectados las localidades, regiones o países con menos recursos, con una infraestructura débil, o los que tienen una población en situación económica más precaria. Esto no sucede porque los desastres naturales afecten más a los pobres, sino porque carecen de los medios para responder a estas emergencias.
Terremoto revela pobreza en Haití
La noticia a principios de 2010 sobre el terremoto de 7.3 grados en la escala de Richter que sacudió el país caribeño de Haití, no advertía sobre el daño que el sismo causaría a la nación más pobre del continente americano.
Por su magnitud, el terremoto pudo haber provocado severos daños materiales en casi cualquier lugar, pero en un país con un nivel de pobreza tan elevado, con una infraestructura tan débil, indicadores de vida tan bajos y un gobierno frágil, el impacto resultó devastador.
Parte importante del nivel de devastación en la isla es resultado de la situación de pobreza en la que vive el país: el Producto Interno Bruto per cápita es de 660 dólares anuales y el 55% de la población vive por debajo de la línea internacional de la pobreza ($1.25 dólares diarios). Debido a los problemas que enfrenta el gobierno, muchos de ellos resultado de la precaria situación en la que vive su población, los controles en la construcción no fueron atendidos como era debido. A esto se suma que, para ello la población utilizaba materiales de baja calidad, insuficientes o incluso materiales hechos por ellos mismos con escombros y barro, por lo que las viviendas eran inseguras.
Asimismo, la débil infraestructura en servicios básicos como luz y agua, y la insuficiente capacidad en la atención médica, agravaron la magnitud del desastre. Los haitianos, que en su vida cotidiana enfrentan difíciles situaciones resultado de la realidad del país, tras el terremoto quedaron en un entorno de precariedad tan grave, que ni el masivo envío de ayuda de distintos países lo lograba apaliar.
A pesar de que la crónica pobreza que ha enfrentado Haití desde su independencia explica de manera importante la magnitud de la emergencia que provocó el terremoto, poco se ha hablado de eso. No fue sólo el terremoto lo que destruyó Haití, sino también la indiferencia histórica de la comunidad internacional hacia países con estos niveles de pobreza y a sus habitantes que día a día los sufren.
Los desastres en Chile
El 27 de febrero de este mismo año un terremoto de una magnitud de 8.8 grados en la escala Ritcher, el quinto más fuerte de la historia moderna mundial acudió el centro y sur de Chile, causando una gran destrucción. Cinco regiones fueron declaradas zonas de desastre, incluyendo Santiago, la capital.
Según cifras oficiales el sismo provocó aproximadamente 800 muertos, 15 desaparecidos y decenas de heridos. También dejó numerosos derrumbes de carreteras y edificios, roturas de vidrios, grietas en caminos, caídas de postes y cortes de la energía eléctrica y de las comunicaciones. Existen al menos medio millón de viviendas destruidas por el temblor y más de un millón y medio dañadas, aunque las cifras totales son inciertas hasta el día de hoy.
En la zona centro sur chilena existen cientos de viviendas antiguas desmoronadas, edificios nuevos a punto de derrumbarse en varias ciudades a causa del terremoto. Pero sin duda alguna los principales daños los sufrieron las viviendas frágiles, principalmente de adobe, y otras construcciones antiguas en la zona metropolitana de Santiago, en Bío Bío, Valaparaíso, Maule, O´Higgins y La Araucania
La pobreza agudiza los daños
Según los expertos, el temblor en Chile fue 50 veces más potente que el que abatió a Haití el pasado 12 de enero, sin embargo los daños en ese país provocados por el sismo no se comparan con la devastación que sufrió el pueblo haitiano.
El sismo en el Caribe causó 233,000 muertes, mientras que el de Chile causó alrededor de 800. Son 291 veces más muertos en Haití y esto tiene una clara explicación: la densidad de población y los bajos niveles de desarrollo social y económico. Lo que realmente mata es la pobreza, no las fuerzas de la naturaleza.
Haití tiene 1,900 dólares anuales de ingreso per cápita, mientras que el de Chile es de 14,700 dólares anuales. Haití es el país número 30 del mundo en habitantes por kilómetro cuadrado y Chile se ubica en el 192.
El nivel de riqueza influye, más que ningún otro factor, en el número de víctimas que producen los desastres naturales. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU) solo el 11 por ciento de las personas expuestas a peligros naturales vive en Estados pobres, pero más de 53 por ciento del número total de muertes registradas se produce en esos países.
Los pobres de cada nación son los más vulnerables a estos fenómenos, mientras los ricos tienen más de una forma de superar la fragilidad del país. En una catástrofe, suponiendo que no haya grandes diferencias en densidad poblacional, los Estados que se encuentran en situación precaria tendrán más muertos que los que poseen mayor cantidad de recursos.
Si antes del terremoto el 70 por ciento de los haitianos vivía en la pobreza, el trágico evento no hará más que aumentar esa cifra y sumar problemas a la ya deprimida situación económica del país. Con lo que se confirma que entre catástrofe, emergencia y extrema pobreza, hay una relación estructural.
La diferencia entre los países en vías de desarrollo y los países desarrollados, es que éstos han superado los problemas de la supervivencia cotidiana y pueden plantearse objetivos a largo plazo. Cuentan con normas de construcción estrictas y desarrollan las vías legales para hacer que se cumplan. Mientras que los países pobres, se limitan a solucionar los problemas del día a día. La visión de largo plazo se deja de lado para resolver cuestiones urgentes. La prosperidad relativa, alcanzada por Chile desde los años 80, le ha permitido tener una de las normas de construcción más estrictas de América Latina, contrario a lo que sucedía en Haití.
Dadas las situaciones de ambos países, es más probable que Chile se recupere más pronto que Haití de los daños provocados por los sismos. Analizando ambos casos se puede observar que luchando contra la pobreza y el subdesarrollo se reducen el número de víctimas en los desastres naturales, de cientos de miles a cientos, que de otra forma quedarán expuestas ante una emergencia de este tipo.
Las catástrofes naturales, cuando son de gran magnitud, suelen provocar la solidaridad y el envió de ayuda a los más afectados, ya sea por parte de organismos internacionales o de países más desarrollados. Sin embargo, es necesario no sólo trabajar en las consecuencias inmediatas de los desastres, sino también en la reducción de la pobreza para de esa manera fortalecer a las poblaciones y tengan éstas la capacidad de hacer frente a estas emergencias.
Las sociedades no tienen manera de controlar lo que provocan las fuerzas de la naturaleza, pero sí deberán tener la responsabilidad de voltear a ver a los más vulnerables y desprotegidos, a los más pobres, y de hacer algo para protegerlos. No esperemos a que una nueva catástrofe de este tipo dañe a los sectores más vulnerables de las sociedades para ayudarlos, trabajemos para sanar estas condiciones y disminuir la magnitud de los daños que en estos últimos meses hemos presenciado.
Publicación en Impreso
Número de Edición: 100
Sección de Impreso: Informe Especial
Autor: Jimena Martínez y María Fernanda Peña