Las implicaciones del cuidado

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¿Por qué no nos cuidamos?. Segunda parte

Por: P. Jesús Mendoza Zaragoza
Diócesis de Acapulco

Estos dos modos de ser-en-el-mundo no se oponen sino que se complementan. El trabajo, junto con el cuidado generan relaciones sanas con los otros. Lo que ha sucedido es que en nuestra sociedad ha prevalecido el trabajo sobre el cuidado y por ello, las relaciones que se generan y se desarrollan son de dominación.

El hombre domina al hombre, el varón domina a la mujer, los fuertes dominan a los débiles, los ricos dominan a los pobres, los gobernantes dominan a los ciudadanos. La política, la cultura, la economía, la religión y la educación se convierten, a su vez, en herramientas eficaces de dominación.

Lo que Boff propone es forjar un vínculo firme entre trabajo y cuidado. Es más, aboga por darle prioridad al cuidado sobre el trabajo. “Otorgar preponderancia al cuidado no significa, sin embargo, dejar de trabajar ni de intervenir en el mundo sino renunciar a la voluntad de poder que reduce todo a objetos desconectados de la subjetividad humana».

Continúa Boff: «significa renunciar a todo despotismo y a toda dominación. Significa imponer límites a la obsesión por la eficacia a cualquier costo. Significa derrumbar la dictadura de la racionalidad fría y abstracta para dar lugar al cuidado. Significa organizar el trabajo en sintonía con la naturaleza, sus ritmos y sus indicaciones. Significa respetar la comunión de todas las cosas entre sí y con nosotros”.

Hoy por hoy, durante esta pandemia nos damos cuenta que no estamos preparados para cuidarnos. Los gobiernos no han cuidado a los ciudadanos, las empresas no han cuidado a sus trabajadores, las iglesias no han cuidado los valores espirituales de sus miembros, las escuelas no han cuidado el desarrollo integral de alumnos y estudiantes y las familias no han cuidado a sus niños.

Quien nació y creció sin los cuidados necesarios, ha ido desarrollando un sentimiento de abandono y de orfandad que le lleva a no valorarse a sí mismo y a descuidar su vida. Si no sabe cuidarse a sí mismo, está discapacitado para cuidar a los demás.

En esta perspectiva, entendemos que el cuidado no está en el centro de atención, ni de las personas ni de la sociedad, ni de los pueblos. Esto es muy grave. No nos sabemos cuidar, ni a uno mismo ni a los demás. ¿Qué tanto cuidamos a la familia o la relación de pareja? ¿Los padres cuidan a los niños y solemos cuidar a los adultos mayores? ¿Cuidamos de los pobres, de los enfermos y de los sectores más vulnerables? ¿Cuidamos la salud integral, desde la salud física, emocional, mental y espiritual? ¿Los vecinos nos sabemos cuidar unos a los otros? ¿Cuidamos el medio ambiente o lo descuidamos o lo agredimos? ¿Comprendemos las relaciones humanas como formas cuidadosas de tratarnos unos a otros? ¿Comprendemos la política como el arte de cuidar a un pueblo? ¿Qué podemos decir de la violencia desatada por todas partes, desde el ámbito de la familia hasta aquélla más cruel y sanguinaria de las organizaciones criminales? ¿No ha quedado deteriorado el ser humano con el afán de dominación que se manifiesta de manera pluridimensional? ¿Acaso no hemos cedido a la lógica de cosificación de todo, a la mercantilización de las relaciones interpersonales, de la salud, de la política, de los recursos naturales? ¿Y no hemos cedido al consumismo desenfrenado que se ha convertido en una compulsión incontrolable?

Las llamadas de las autoridades a quedarse en casa, a usar cubrebocas, a guardar la sana distancia y el resto de las indicaciones como medidas de cuidado no hacen gran efecto en buena parte de la población que está discapacitada para hacerlo. Personas apocadas, disminuidas o acomplejadas no llevan puesto el equipaje del cuidado porque nacieron y crecieron en medio del descuido y no conocen la experiencia espiritual que les haría capaces de valorarse a sí mismas y de valorar a las demás y de vivir de manera cordial con todo.

Esta experiencia de descuido, que se ha hecho tan visible durante la presente pandemia, nos permite comprender la necesidad de transformaciones profundas, comenzando por la transformación del ser humano, para convertirlo en persona que asume el cuidado de sí misma y de los otros.

Esta transformación personal podrá impactar en la transformación social y política y en todas las demás transformaciones necesarias que han de hacerse. Con la cultura del cuidado habría mejores condiciones para abordar con mayor éxito asuntos relacionados con la corrupción, la violencia, la impunidad y la desigualdad, entre otros. Tendremos el mejor de los recursos, el recurso humano para afrontar todo con mayores posibilidades de éxito.

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