Homilía para el domingo del Bautismo del Señor

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Los textos bíblicos de hoy nos ayudan a profundizar en el misterio del Bautismo, tanto el de Jesús como el nuestro, y a renovar el compromiso de vivir la misión para la que fuimos ungidos.

Ungidos por el Espíritu para la misión

Textos: Is 40, 1-5. 9-11; Ti 2, 11-14; 3, 4-7; Lc 3, 15-16. 21-22

Además de prepararnos para recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión, los textos bíblicos de hoy nos ayudan a profundizar en el misterio del Bautismo, tanto el de Jesús como el nuestro, y a renovar el compromiso de vivir la misión para la que fuimos ungidos.

Como escuchamos en el evangelio, Juan el Bautista estaba preparándole el camino al Mesías, a quien presentó como otro más poderoso que él. No se apropió de esa condición mesiánica, aunque mucha gente pensaba que Juan era el Mesías. Quienes aceptaban disponerse a recibir al Mesías, reconocían públicamente sus pecados y recibían el bautismo de Juan. Ese era el sentido de su bautismo. Pero, sucedió que Jesús fue y se metió entre la gente, como uno más, y también fue bautizado por Juan, como narra san Lucas.

Jesús no tenía necesidad de recibir ese bautismo porque no tenía pecados; sin embargo, con su gesto se manifestó solidario con la humanidad. Así comenzó su misión de dar a conocer la misericordia de Dios, que quería perdonar a los pecadores. “A quien no cometió pecado, Dios lo asemejó al pecado por nosotros para que en Él alcanzáramos el don divino que hace justos”, como dice san Pablo (2 Cor 5, 21). Esto mismo lo asumió Jesús al presentar su misión en Nazaret cuando dijo que el Espíritu del Señor estaba sobre Él y lo había ungido para realizar acciones liberadoras, para llevar la Buena Nueva a los pobres, como dice el prefacio de hoy, y proclamar el año de gracia del Señor; se trataba del Jubileo definitivo, del perdón total de los pecados de la humanidad y de la vida nueva para los pobres.

En ese gesto de abajamiento, metido entre los pecadores, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús y lo ungió con su fuerza. Estaba con lo necesario para iniciar su misión: la fuerza del Espíritu del Señor. Esta unción fue confirmada con la voz del Padre, que lo reconoció como su Hijo predilecto y le dijo que en Él se complacía. Con otras palabras, Dios expresó que Jesús había recibido el Espíritu para ir a la misión y que la iba a realizar con fidelidad. Y así lo hizo: trabajó por anunciar y hacer presente el Reino hasta morir en la cruz.

Eso que sucedió con Jesús pasó también con nosotros en el momento de ser bautizados. El Espíritu Santo descendió sobre nosotros y nos ungió para realizar la misma misión de Jesús, es decir, para anunciar y hacer presente el Reino de Dios, para llevar la Buena Nueva a los pobres, para luchar por la liberación de todas las esclavitudes, para curar, consolar, servir, para vivir el perdón. También Dios dijo de cada quien y por nuestro nombre: Fulano/a de tal, tú eres mi hijo/a predilecto/a, en ti me complazco. Él espera que, al igual que Jesús, realicemos con fidelidad la misión hasta el final de nuestra vida.

Demos gracias al Señor por el Espíritu Santo, que descendió sobre Jesús y sobre nosotros, y nos ungió para trabajar por su Reino. Pidámosle que, al igual que Jesús, nos dejemos conducir por este Espíritu en la realización de la misión, aquí en nuestra comunidad parroquial y en medio de la sociedad. Que, conscientes de nuestra unción bautismal, retomemos nuestro compromiso de llevar la Buena Nueva a los pobres, para seguirnos preparando a la celebración de los 50 años de nuestra Diócesis. Dispongámonos a recibir la Comunión.

9 de enero de 2022

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