Homilía para el domingo de Pascua 2023

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La respuesta de Dios a los clamores de Jesús, de las mujeres y del resto de los discípulos y discípulas fue la Resurrección de Jesús, que celebramos de manera especial en este domingo.

La respuesta de Dios a los clamores

Textos: Hch 10, 34. 37-43; Col 3, 1-4; 1 Cor 5, 6-8; Jn 20, 1-9; Mt 28, 1-10; Lc 24, 13-35

¿Dónde estaba Dios cuando su Hijo agonizaba en la Cruz? ¿Por qué callaba cuando las mujeres de Jerusalén lloraban y clamaban por Jesús en su camino hacia el Calvario? ¿Por qué permitió que las esperanzas de los discípulos se apagaran con la muerte y sepultura del Maestro? Dios estaba allí por un lado sufriendo con su Hijo, llorando con las mujeres, esperando con los discípulos. Nada más que su presencia generalmente es imperceptible y es necesario confiar en su presencia, en su cercanía, en su ayuda. Esto es una experiencia de fe.

Dios tiene sus tiempos y sus modos de manifestarse, de expresarse, de comunicarse, de responder. A nosotros nos toca estar atentos a descubrirlos y unirnos a Él. Solamente se ocuparon tres días para que Él respondiera a los clamores de quienes estaban sufriendo: de Jesús, su Hijo, que sufría por la tortura y el abandono; de las mujeres que sufrían por el sufrimiento del amigo; de los demás discípulos y discípulas que sufrían por la muerte del que los libraría de los romanos. La respuesta de Dios fue la Resurrección de Jesús, que celebramos de manera especial en este domingo. “Dios lo resucitó al tercer día”, como confesó Pedro.

En su camino junto a los discípulos de Emaús, Jesús se hizo presencia cercana de Dios, que escuchaba los clamores y les daba respuesta. Buena parte del camino, Jesús escuchó a los discípulos: su derrota, su pesar, su desesperanza, su frustración. Era la situación de todos los demás discípulos y discípulas de Jesús. Estaban derrotados con la “derrota” del Maestro. Poco a poco fue respondiendo al clamor de los dos compañeros de camino. Con paciencia les fue provocando que el corazón comenzara a arder por dentro, les habló de lo que decían las Escrituras de su muerte y resurrección, les dio la confianza para que lo invitaran a quedarse con ellos en su casa y compartir la mesa. Poco a poco fueron abriendo su corazón –que es lo que significa escuchar– para que Jesús entrara en él y desde ahí les hablara.

Esto que vivieron los discípulos de Emaús con Jesús es lo mismo que estamos intentando hacer en nuestra Diócesis en el proceso de elaboración del 5º Plan Diocesano de Pastoral. Estamos a la escucha de los clamores de los pobres y de la Madre Tierra, para sensibilizarnos, descubrir qué nos pide Dios que hagamos y buscar caminos de respuesta que nos lleven a hacer presente el Reino de Dios en los pueblos del sur de Jalisco. Nosotros, como bautizados, somos hoy los oídos de Jesús, su boca, sus pies y sus manos, para devolver la esperanza, a la luz del proyecto de salvación. Esto va junto con el discernimiento por el que, animado por su Espíritu, nos ayude a descubrir la presencia, la voz y el querer de Dios, para realizarlo.

Los discípulos de Emaús no se quedaron en el encuentro de aquella tarde con Jesús, sino que lo prolongaron en la misión. Inmediatamente se regresaron a Jerusalén para encontrarse con la comunidad y comunicarles su experiencia de encuentro con el Resucitado. Lo escucharon sin saber que era Él, le abrieron su corazón y su casa, y, aunque se les desapareció físicamente, se quedó con ellos. Lo llevaban en su corazón y lo transmitieron a los demás. La respuesta de Dios a sus clamores ya la tenían y la estaban compartiendo con la comunidad.

Esto es lo que nosotros tenemos que hacer permanentemente en la vida de nuestra parroquia; es decir, mantenernos abiertos a Dios, a Jesús y a su Espíritu –escucharlos–, para descubrir su presencia, su voz, su voluntad, sus respuestas a los clamores de los pobres, para asumirlas y transmitirlas a la comunidad. No olvidemos que somos discípulos misioneros.

9 de abril de 2023

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