Homilía para el 8º domingo ordinario 2022
Este domingo, Jesús nos pide ser discípulos suyos de testimonio. El modelo que tenemos es Él mismo.
Discípulos de testimonio
Textos: Eclo 27, 5-8; 1 Cor 15, 54-58; Lc 6, 39-45
Este domingo, Jesús nos pide ser discípulos suyos de testimonio. El modelo que tenemos es Él mismo. Así como el domingo pasado nos puso de referente a su Padre: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”, así hoy nos dice que cuando terminemos nuestro aprendizaje de discípulos seremos como el maestro. Y Él es nuestro Maestro.
Estar bautizados no equivale a ser discípulos; recibir el Bautismo no nos convierte en automático en discípulos. Ese día iniciamos nuestra condición de discípulos y discípulas de Jesús. Desde ahí y hasta el día de nuestra muerte tenemos que aprender a vivir como tales. El discipulado es una tarea permanente en la vida. La tenemos que cultivar todos los días, estando en proceso de conversión, escuchando su Palabra, alimentándonos de su Cuerpo y Sangre, participando en la comunidad, viviendo el servicio a los enfermos y sufrientes.
Esto del testimonio lo presentó Jesús con tres parábolas. En primer lugar, nos pide ver para poder guiar a otros; luego, quitar la viga del propio ojo para ayudar a otros a sacar la paja que llevan en el suyo; y, por último, ser árboles buenos que produzcan frutos buenos. En pocas palabras, nos pide tener el corazón lleno de bien, lleno de Jesús, lleno de la vida de Dios. O sea, que tenemos que estar en permanente proceso de conversión, a propósito de la Cuaresma que está por comenzar el próximo miércoles con la imposición de la ceniza. La recepción de la ceniza expresa el deseo y el compromiso de cambiar en la vida.
Este domingo se nos ofrece la oportunidad de entrar nuevamente en proceso de conversión, para mantenernos en el camino del seguimiento a Jesús como discípulos. Si somos sinceros, es bien fácil vivir como jueces de los demás, viendo y señalando sus defectos y limitaciones, sin reconocer los nuestros. O querer que los demás vivan bien, mientras que nosotros vivimos mal. Ante esto, que nos sucede por la condición humana, Jesús pide primero quitar la viga que llevamos en el ojo, quitar los vicios, defectos, limitaciones, pecados que tenemos; y luego podremos ayudar a otros a caminar bien en la vida, como hermanos, como papás, como padrinos, como pastores, como maestros, como agentes de pastoral.
Como preparación para recibir a Jesús en la Comunión, podemos preguntarnos qué tenemos en nuestro corazón. Jesús dice que la persona buena dice y hace cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y que la persona mala dice y hace cosas malas, porque el mal está en su corazón. Esto, como dice el autor del Eclesiástico, aparece en la prueba. Cuando hay dificultades, problemas, crisis, cada quien reacciona según que tiene en su corazón: hay quienes buscan el camino, el diálogo, la reconciliación, porque eso han cultivado en su corazón; en las mismas situaciones, hay quienes cierran el camino, se cierran al diálogo, agreden, acrecientan los problemas, porque eso han cultivado en su corazón. ¿Qué tenemos en el nuestro? ¿De qué está lleno: de bien o de mal? Jesús, nuestro Maestro, lo tenía lleno de bien, por eso sirvió, vio por los demás, dialogó, perdonó, dio su vida.
Unidos a Jesús por la comunión, seamos árboles buenos que den frutos buenos de hermandad, iluminemos al mundo con la luz del Evangelio reflejada en nuestra vida.
27 de febrero de 2022