Homilía para el 7º domingo ordinario 2022
Llamados a ser misericordiosos
Textos: 1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; 1 Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38
Este domingo en que nos congregamos en Asamblea para agradecer a Dios la Resurrección de su Hijo, el hombre celestial como lo llama Pablo, los textos bíblicos nos llaman a ser misericordiosos. Debemos escuchar al Señor y hacerle caso, para expresar nuestra condición de discípulos y discípulas de Jesús en medio del ambiente violento en que vivimos.
Cuántas situaciones de violencia conocemos a nuestro alrededor, comenzando las de la propia familia, en las escuelas, los barrios y colonias, el deporte, los lugares de trabajo; la violencia en contra de migrantes, indígenas, mujeres, personas con diversidad sexual, alcohólicos, drogadictos; las luchas por el poder en todos los espacios de la vida de la sociedad, las guerras entre grupos del crimen organizado y entre países. Quizá hasta nosotros mismos que estamos reunidos en esta Eucaristía dominical llevamos por dentro resentimientos, rencor, deseo de venganza en relación a otra u otras personas o grupos. Casi siempre se actúa de acuerdo la ley judía del talión, que decía: “Ojo por ojo, diente por diente”. Continuamente se escucha: “Me la hace, me la paga” y la práctica del perdón prácticamente está ausente en nuestra vida, a pesar de que la mayoría estamos bautizados.
Hoy Jesús nos marca el camino para sanar la sociedad y trabajar en el cultivo de la paz: amar, ser misericordiosos, perdonar. Y esto nos lo dice a nosotros en nuestra condición de discípulos. ¿Qué pide? Nada más y nada menos que amar a los enemigos, hacer el bien a quienes nos odian, bendecir a quienes nos maldicen, orar por las personas que hablan mal de nosotros, tratar bien a los demás, no juzgar, perdonar. No sólo no es devolver mal por mal, ofensa por ofensa, agresión por agresión, sino que es responder con el bien.
En la primera lectura nos encontramos con el testimonio de David que, sabiendo que Saúl lo quería matar por envidia y teniéndolo a modo para quitarle la vida, lo perdonó. Actuó como Dios, que es compasivo y misericordioso, como estuvimos recitando en el Salmo. Cómo nos falta tomar conciencia de que así deberíamos actuar por ser cristianos y decidirnos a dar testimonio de que somos discípulos y discípulas de Jesús viviendo el perdón.
El mejor testimonio lo tenemos en el mismo Jesús, que perdonó a los que lo estaban crucificando y, por tanto, a los que decidieron matarlo e hicieron todo lo posible por quitarle la vida. Este fue el modo de actuar de Jesús y es lo que espera de sus discípulos.
Para lograr una cultura de la paz, necesitamos sembrar semillas de perdón, solidaridad, justicia; reconocer a los demás como hermanos, como hijos e hijas de Dios, valorarlos como personas con la misma dignidad y derechos que nosotros, abrirnos al diálogo, trabajar la corrección fraterna. En una palabra, amarnos unos a otros como Jesús nos amó. Y esto no es fácil por nuestra condición humana frágil. Somos mujeres y hombres terrenos, como dice san Pablo, pero también somos mujeres y hombres vivificados por el Espíritu que recibimos en el Bautismo y estamos llamados ser semejantes al hombre celestial, es decir, a Jesús. Dispongámonos a recibirlo sacramentalmente en la Comunión para que, unidos a Él, sepamos perdonar, ser misericordiosos, amar y construir la cultura de la paz.
20 de febrero de 2022