Homilía para el 5º domingo de Pascua 2022
Nuestra vida diaria en la entrega y el servicio, sea de manera personal sea como comunidad, tienen que ser una permanente glorificación a Dios.
Anticipar el cielo y la tierra nuevos
Textos: Hch 14, 21-27; Ap 21, 1-5; Jn 13, 31-33. 34-35
En los textos de este domingo resuena la palabra “nuevo”: Jesús nos da el mandamiento nuevo; Pablo y Bernabé anuncian la Buena Nueva; el autor del Apocalipsis habla del cielo nuevo y la tierra nueva y transmite el deseo de Dios de hacer nuevas todas las cosas.
Siempre hay novedad en la Palabra de Dios, pero debemos escucharla y captar lo que esa Palabra nos ofrece para llevarlo a la práctica. Lo que escuchamos en el evangelio Jesús lo dijo durante la Última Cena. Poco antes les había lavado los pies a sus discípulos y les había pedido que también ellos se lavaran los pies unos a otros. Antes de decirles que había que hacerse servidores de los demás, Él mismo se hizo servidor de todos, incluso de Judas que salió de allí para ir a entregarlo. Primero realizó lo que luego les pidió a los demás.
A través del servicio de lavar los pies de sus discípulos y de todo el bien que realizaba día a día, Jesús estaba glorificando a Dios. El servicio, la entrega diaria de la vida, ver por los enfermos y los pobres, son la manera de glorificar a Dios. Esto es también para nosotros, que somos discípulos de Jesús. Nuestra vida diaria en la entrega y el servicio, sea de manera personal sea como comunidad, tienen que ser una permanente glorificación a Dios. Es lo que deberíamos traer cada domingo a la celebración de la Eucaristía.
Pero a Jesús todavía le faltaba el momento cumbre de su glorificación, que fue en la cruz. Por eso les dijo que muy pronto Dios lo glorificaría. En la cruz vivió el signo más grande de amor por nosotros al dar su vida hasta la última gota de sangre y de agua. Entregó todo hasta quedar exprimido. Esa fue la medida de su amor y el precio de su glorificación. En esto está lo nuevo del mandamiento que dio a sus discípulos. Nos pide que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado. El amor no se proclama, se vive, se manifiesta. Y si nos amó hasta dar su vida, entonces nosotros tenemos que amarnos al grado de dar la vida por los demás. Y no es solo a los cercanos y a quienes nos caen bien, sino a todos por parejo.
Ese mandamiento nuevo, vivido primero por Jesús, es lo que anunciaban Pablo, Bernabé y muchos otros discípulos por dondequiera que iban pasando. Al ir de una ciudad a otra, daban testimonio de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, sostenido y glorificado por Dios; y también invitaban a quienes los escuchaban y creían en Jesús a sostenerse en la fe, a anunciar y hacer presente el Reino, a pesar de los sufrimientos que esto les traía.
El autor del Apocalipsis anunció un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la plenitud de la vivencia del amor de unos para con otros, siguiendo el ejemplo de Jesús. La novia engalanada para el matrimonio con su prometido es la multitud de personas que viven amando a los demás, independientemente de su pueblo, color, religión, sexo, edad. El discípulo o discípula de Jesús se reconoce en el amor, la comunidad de discípulos de Jesús es reconocida en la vivencia del amor mutuo; quienes viven amando están en el Reino de Dios. El amor es entonces el vestido que engalana a las personas para el encuentro definitivo con el Esposo, que es Jesús muerto y resucitado, glorificado por Dios. Hoy nos toca vivir y ayudar a los demás a experimentar el cielo y la tierra nuevos, aunque sea con signos pequeños de amor.
15 de mayo de 2022