Homilía para el 5º domingo de Cuaresma 2022

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En el texto del evangelio aparece clara una posición ordinaria en la vida de muchas personas y de la sociedad que excluye, descarta y desecha. Hay dos medidas: una para juzgarse a sí mismo y otra para juzgar a los demás.

Escuchar el llamado a la conversión

Textos: Is 43, 16-21; Flp 3, 7-14; Jn 8, 1-11

Sigue resonando la llamada de Dios para que nos convirtamos. En la frase que se proclamó para prepararnos a la escucha del evangelio, el profeta Joel, hablando en nombre de Dios, dice: “Todavía es tiempo, conviértanse a mí de todo corazón”. Para eso es este tiempo de Cuaresma, que nos prepara a la celebración de la Pascua: para decidirnos a cambiar de vida. La conversión no es de palabras ni de deseos, sino desde el fondo del corazón; allí se toman las decisiones. En la mente se aclara, en el corazón se decide y con los hechos se muestra.

En el texto del evangelio aparece clara una posición ordinaria en la vida de muchas personas y de la sociedad que excluye, descarta y desecha. Hay dos medidas: una para juzgarse a sí mismo y otra para juzgar a los demás. Para juzgarse a sí mismos, una medida ancha; para juzgar a los demás, una medida estrecha. Los grandes, los poderosos, los que oprimen, además de alimentar la vulnerabilidad de los pequeños y débiles, de abusar de sus víctimas, las culpan, las humillan, las condenan. Es aquello que Jesús advirtió un día y que denunció con su actitud y sus palabras a quienes le llevaron a la mujer descubierta en el momento del adulterio: se ve la paja en el ojo ajeno y no la viga que se lleva en el propio.

Con su actitud y sus palabras ante aquel grupo de escribas y fariseos que le llevaron a la mujer, Jesús confirmó la razón que Dios dio por medio de Joel para volver a Él de todo corazón: es compasivo y misericordioso. Jesús no la condenó, sino que le expresó el perdón de Dios. La mujer, vulnerada, exhibida públicamente, denunciada, condenada a muerte, experimentó la gracia del perdón, al escuchar las palabras de Jesús que no la condenó y que, además, la invitó a cambiar de vida. Allí estaba la compasión y misericordia de Dios.

En cambio, los que sí fueron denunciados –y por su propia conciencia– fueron aquellos varones que veían la paja en el ojo ajeno y no la viga del propio. Además, y es otro signo de la diferencia de criterios para juzgar, no llevaban al que estaba con ella en el adulterio, a pesar de que, según la ley, tendría exactamente la misma pena que la mujer. Jesús les hizo caer en la cuenta de que no tenían derecho de condenar –y menos a una persona frágil–, sobre todo porque no tenían la base en su propia vida. No estaban limpios, sino llenos de pecados; no sabían ser hermanos, sino oprimir y ser jueces implacables. ¿Cuántas veces nos hemos ubicado en esta misma posición? Dios nos llama a convertirnos de corazón a Él.

Si nos llama, lo tenemos que escuchar. Él nos ofrece su perdón, como Jesús a la mujer; ella escuchó aquellas palabras de compasión y misericordia y su vida cambió. Se convirtió en una persona nueva. Era un signo de lo nuevo que Dios estaba realizando en la persona de su Hijo: le abrió el camino de la vida abundante en medio del desierto en que la tenían los escribas y fariseos; hizo que corriera un río de vida por su corazón, hasta ese día árido. Escuchemos al Señor que nos pide convertirnos a Él de todo corazón. Aprovechemos que es compasivo y misericordioso y pidámosle perdón por la doble medida que hemos tenido en nuestra vida para juzgar. Decidámonos a colaborar con Él para que sigan apareciendo retoños de vida nueva en nuestra comunidad: signos de perdón, hermandad, solidaridad.

3 de abril de 2022

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