Homilía para el 5° domingo ordinario 2022

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No hay que dejar en “visto” al Señor, sino que hay que responderle con la disposición de realizar lo que nos pida.

Escuchar al Señor que nos envía

Textos: Is 6, 1-2. 3-8; 1 Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11

Los textos de hoy nos ayudan a tomar conciencia de lo importante que es escuchar al Señor y de aceptar lo que nos pide, pues nos envía a la misión. Tanto Isaías como Pablo, la multitud que buscaba a Jesús y Simón, fueron capaces de escucharlo y de hacerse misioneros.

En la vida ordinaria, sobre todo entre los jóvenes, sucede que cuando alguien manda un mensaje y la otra persona lo deja en “visto”, provoca que quien mandó el mensaje se sienta ignorado. Dios no es así, aunque a veces se experimenta lo contrario. Lo acabamos de recitar en el Salmo, al decirle que nos escuchó cuando lo invocamos y al darle gracias porque escuchó nuestros ruegos y porque nos oyó siempre que lo invocamos. Eso que Dios hace en relación a nosotros es lo que debemos hacer en relación a Él y a Jesús. No hay que dejarlo en “visto”, sino que hay que responderle con la disposición de realizar lo que nos pida.

Isaías se consideraba indigno de ir a la misión de profeta pues se reconocía una persona pecadora, de labios impuros como su pueblo, Israel; sin embargo, una vez purificado de sus pecados escuchó al Señor que preguntaba: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” y le respondió que él estaba dispuesto a ir como profeta y le pidió que lo enviara. Esta pregunta nos la ha hecho muchas veces el Señor en relación a la misión de la Iglesia, que es anunciar la Buena Nueva por todo el mundo. ¿Cuál ha sido y está siendo nuestra respuesta? ¿Cuántas veces le hemos dicho, a través de sus enviados: “aquí estoy, Señor, envíame”?

Pablo, que se consideraba un aborto por haber perseguido a la Iglesia y, por lo mismo, indigno de ser apóstol, escuchó a Jesús que lo llamó y lo envió a ser apóstol. Lo que andaba haciendo era predicar el Evangelio que había recibido a través de la comunidad y estaba animando a los Corintios a cumplirlo. Reconoció que esto lo estaba realizando no por él sino por la gracia de Dios –el Espíritu Santo– que estaba con él. Escuchó al Señor.

Simón Pedro escuchó e hizo suya la palabra de Jesús. En la narración de san Lucas, tres veces Jesús le dirigió la palabra; las dos primeras prepararon la tercera, que fue la más importante. Primero le pidió que alejara un poco de tierra la barca en que estaba para predicar a la gente sobre el Reino de Dios. Eso hizo Simón. La segunda vez le dijo que llevara la barca mar adentro y que echaran las redes para pescar; Simón, aunque era pescador y sabía que no era hora de pescar, sin embargo, le dijo que confiaba en su palabra y que iba a echar las redes al agua. Le hizo caso y sucedió el milagro de la pesca abundante. La tercera vez, después de que Simón reconoció su condición de pecador y se la confesó a Jesús, escuchó la llamada a convertirse en pescador de hombres. No lo dejó en “visto” o en “oído”, sino que, junto con sus compañeros de trabajo, dejó todo y se fue a seguirlo. El milagro más grande fue la decisión de seguirlo en su misión de anunciar y hacer presente el Reino.

El Señor Jesús nos sigue dirigiendo su Palabra para que lo sigamos en su camino al servicio del Reino y para enviarnos a la misión de anunciar la Buena Nueva a los pobres, para hacernos también pescadores de hombres. Reconocernos pecadores, indignos de recibir una misión, no es razón para no aceptarla. Digámosle pues: “Aquí estoy, Señor, envíame”.

6 de febrero de 2022

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