Homilía para el 4º domingo de Cuaresma 2023

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En los temas cuaresmales hemos ido descubriendo que los bautizados, teniendo que hacernos como el ciego curado, casi siempre estamos como aquellos fariseos: vemos, pero no miramos ni contemplamos; oímos, pero no escuchamos.

Discípulos misioneros, como el ciego

Textos: 1 Sam 16, 1. 6-7. 10-13; Ef 5, 8-14; Jn 9, 1-41

Hay un dicho que dice: “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”. Con otras palabras, es lo que terminó diciendo Jesús a los fariseos que se resistieron a aceptar que había curado al ciego: “Como dicen que ven, siguen en su pecado”. En cambio, el ciego se abrió a Jesús, lo recibió en su vida, se convirtió en su discípulo, creyó en Él y comenzó a ver.

Ahora que estamos en los temas cuaresmales, hemos ido descubriendo que los bautizados, teniendo que hacernos como el ciego curado, casi siempre estamos como aquellos fariseos: vemos, pero no miramos ni contemplamos; oímos, pero no escuchamos. Esto sucede en relación a Jesús y en relación a los clamores de los pobres, los sufrientes, los excluidos. Vemos los sufrimientos de enfermos, ancianos solos, migrantes, indígenas, mujeres, violentados, pero no les ponemos atención; pasamos indiferentes. Oímos sus quejas y lamentos, pero no los escuchamos y los ignoramos; no abrimos nuestro corazón a sus situaciones y permanecemos pasivos. Oímos la Palabra de Dios y no le ponemos atención; no la dejamos que entre en nuestro corazón, mucho menos ponemos en práctica lo que Ella nos dice o nos pide. Decimos que vemos y escuchamos, y permanecemos en nuestro pecado, al igual que los fariseos.

El ciego nos enseña el camino para ser discípulos misioneros de Jesús: se abrió a Jesús y su mensaje, lo dejó entrar en su corazón y le cambió la vida. Antes de encontrarse con Él vivía en la oscuridad, porque no veía; estaba excluido de la comunidad y dependía de las limosnas que le daban para sobrevivir; era un “condenado” de Dios, porque todo mundo pensaba que su ceguera era consecuencia de su pecado o del pecado de sus papás. Una vez que se encontró con Jesús y lo escuchó, comenzó un cambio. Hizo lo que Jesús le mandó: con el lodo untado en sus ojos, fue a lavarse a la piscina y comenzó a ver. Esto lo confesó varias veces durante el interrogatorio a que fue sometido, hasta que terminó expulsado de la sinagoga. Creyó en Jesús, decidió ser su discípulo y dio testimonio de Él, a pesar de las amenazas y la expulsión.

Este debería ser el proceso y el estilo de vida ordinarios de los bautizados y qué lejos estamos de escuchar a Jesús, de vivir como discípulos suyos y de dar testimonio de Él con nuestros hechos y nuestras palabras. Sí es cierto que tenemos los sacramentos, que estamos bautizados y confirmados, que hicimos la Primera Comunión, pero ¿cómo anda nuestro estilo de vida personal y la vida de nuestros barrios? ¿Podemos decir que estamos siendo discípulos misioneros de Jesús, personal y comunitariamente? ¿O estamos como los fariseos, diciendo que vemos y continuamos viviendo en el pecado, porque ni contemplamos ni escuchamos?

San Pablo nos recuerda que pasamos de las tinieblas a la luz, para vivir como hijos de la luz. De hecho, esto fue lo que se nos dijo inmediatamente después de recibir el Bautismo, cuando se nos entregó la vela encendida: se nos dio como signo de fuimos iluminados por Cristo para que camináramos todos los días de nuestra vida como hijos de la luz. En otras palabras, recibimos el Bautismo para ser discípulos misioneros de Jesús, como el ciego curado, y para iluminar el mundo con el Evangelio, con la vida comunitaria, con la atención a las necesidades de los pobres, sufrientes y excluidos.

Las reflexiones cuaresmales de este año y lo que nos ofrece la Palabra de Dios este domingo nos ayudan a entrar en nuestro corazón, a revisar nuestra vida personal y comunitaria, a decidirnos a cambiar de vida. Aprendamos del ciego de nacimiento y decidámonos a ver.

19 de marzo de 2023

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