Homilía para el 3er domingo de Adviento 2022
La respuesta que Jesús dio a los discípulos de Juan el Bautista, tenía como referente a los pobres.
No avergonzarnos de Jesús
Textos: Is 35, 1-6. 10; St 5, 7-10; Mt 11, 2-11
Los textos bíblicos de este domingo nos invitan nuevamente a fortalecer la esperanza, porque, como dice Santiago, “la venida del Señor está cerca” y “viene ya para salvarnos”, como anuncia Isaías. Su proyecto de salvación lo revela y realiza en Jesús, quién lo cumple desde los pobres.
La respuesta que Jesús dio a los discípulos de Juan el Bautista –estaba en la cárcel por anunciar la verdad–, tenía como referente a los pobres. Lo que estaba sucediendo con su persona y su misión era el anuncio y la realización del Reino de Dios. Los signos del Reino estaban bien claros: los ciegos veían, los cojos caminaban, los leprosos quedaban limpios, los sordos oían, los muertos resucitaban y los pobres recibían el Evangelio. Esto era el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo, que se encontraba sufriendo en el destierro. A ellos les prometió salvarlos, regresarlos a su tierra y darles una vida nueva. Esta promesa fue motivo de alegría, tanto para la naturaleza como para su pueblo, especialmente para los frágiles. Dios vendría en Jesús para salvarlos.
Los signos del Reino manifestados por Jesús, el Mesías esperado, son los mismos que nosotros tenemos que realizar hoy como comunidad en cada barrio y colonia, en la parroquia, y tienen que ser signos de esperanza y de alegría para nuestra Casa común y para los pobres y sufrientes. Por eso dijo al final de su respuesta a los enviados de Juan que es dichoso quien no se avergüenza o se escandaliza de Él, por ponerse al servicio de los pobres, de los últimos, de los ninguneados. Así es que por ser sus discípulos nuestra tarea es la misma de Jesús: dar esperanza y alegría a los pobres.
En el proceso de elaboración del 5º Plan Diocesano de Pastoral, al ir escuchando a muchas personas estamos captando la preocupación por el maltrato indiscriminado a la Casa común, el temor ante la violencia que sigue y sigue, la angustia por el encarecimiento de la canasta básica, el sufrimiento por las enfermedades y la limitada atención sanitaria, la preocupación por el crecimiento de los adolescentes y jóvenes sumidos en la droga, el alcohol, los grupos del crimen organizado. El Señor da esperanza a su pueblo que sufre hoy y es nuestra responsabilidad como bautizados mantener esta esperanza a través del servicio comunitario. Esto implica el encuentro con Jesús como comunidad, reaccionar al igual que Dios y buscar la manera de dar una respuesta organizada a esas situaciones. Si no lo hacemos, entonces nos estamos avergonzando de Jesús, porque no actuamos de la misma manera que Él, habiendo recibido la misma misión y el mismo Espíritu del Señor.
Los bautizados, en general, andamos lejos del proyecto de Jesús y, por tanto, del trabajo por el Reino de Dios. Si nos preguntaran como a Jesús, si somos sus discípulos, ¿qué responderíamos? ¿Lo mismo que Él, es decir, que en el barrio los enfermos están atendidos, los familiares de las víctimas de la violencia reciben el consuelo, los migrantes son tratados con respeto, las familias empobrecidas están siendo atendidas, la naturaleza está bien cuidada, los derechos humanos son respetados, los pobres están siendo sujetos de la misión? ¿No diríamos más bien que asistimos a la Misa, que recibimos los sacramentos, que hacemos oración? Si hacemos solamente esto último sin asegurar aquellos servicios, nuestra manera de vivir expresa que estamos escandalizados de Jesús.
Él viene hoy a nuestro encuentro, tanto en la Palabra como en la Eucaristía. En su Palabra nos pide vivir y servir como Él para anunciar y hacer presente el Reino de Dios; con su Cuerpo y su Sangre nos nutre para que nos mantengamos fortalecidos y vivamos como misioneros suyos. Alimentados por este Sacramento, vayamos con ganas a alimentar la esperanza a los sufrientes, a dar alegría a los desalentados, a servir a los pobres llevándoles la Buena Nueva de Jesús.
11 de diciembre de 2022