Homilía para el 33er domingo ordinario 2022

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Las palabras que Jesús dijo en aquella ocasión, son para nosotros un motivo de esperanza y una luz para vivir nuestra vida con sentido, como discípulos misioneros suyos.

Advertencias de Jesús

Textos: Mal 3, 19-20; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19

Aunque hablan de final, desastres y destrucción, los textos de hoy no son para que nos alarmemos, sino para que nos mantengamos alerta, alimentemos nuestra esperanza y vayamos a vivir con sentido nuestra condición de discípulos y discípulas de Jesús.

Ante los elogios que varias personas hacían del templo de Jerusalén por lo bien hecho y lo bonito que estaba, Jesús hizo algunas advertencias que son también para nosotros, que nos hemos reunido a la celebración dominical de la Eucaristía. La primera fue que hay que estar alerta ante los engaños de los falsos mesías o salvadores. Estas personas, prometen “la luna y las estrellas”, como se dice ordinariamente cuando alguien ofrece algo para convencer a la otra persona. Hay quien ofrece a los demás subir de puesto, hacerse rico fácilmente, sentirse en las nubes, rendir en el trabajo, sacarlo de la pobreza, sentirse grande.  Lo que generalmente interesa a estas personas es su propio beneficio, su ganancia económica, su poder, su prestigio. Con este fin hace de todo con tal de hacer caer a los demás. Jesús pide a la gente, y por tanto a sus discípulos, cuidarse de estos falsos mesías.

Jesús habló también de guerras, terremotos, epidemias, hambre, señales prodigiosas en el cielo. Pidió cuidarse de que el pánico no nos domine. Hay situaciones de estas que dependen de las personas y otras que no. Los terremotos, las heladas, los huracanes, son parte de la dinámica natural de muestra Madre Tierra. Es un ser vivo que se va modificando para ajustarse y mantenerse con vida; tiene su ritmo y tenemos que agradecerle a Dios, aprender a convivir con ella y cuidarla, porque es nuestra Madre. Pero hay otras situaciones que sí dependen del comportamiento de las personas, y de eso tenemos que hacernos responsables. Las guerras son por el afán de poder, el hambre es consecuencia de la injusta distribución de los bienes, las epidemias –como la de Covid-19– son reacción de la naturaleza a los descuidos, maltratos, agresiones, abusos perpetrados en contra de ella. Esto nos plantea el desafío de trabajar constantemente hasta lograr una cultura ecológica.

Otra advertencia de Jesús es que, como consecuencia de seguirlo con fidelidad, experimentaremos la persecución, la cárcel, los juicios, la traición de familiares y amigos, la muerte. Algo semejante a lo que le sucedió a Él. La razón de todo esto, nos dice, es por su causa. Y la causa de Jesús fue el Reino de Dios. Entonces, antes que asustarnos por los fenómenos naturales, nuestra preocupación tiene que ser la de dar testimonio de Jesús con nuestra vida; y, como parte de este testimonio, hay que trabajar por una cultura ecológica, de solidaridad, hermandad, justicia. Tenemos la promesa de la asistencia de su Espíritu.

Estas palabras que Jesús dijo en aquella ocasión, son para nosotros un motivo de esperanza y una luz para vivir nuestra vida con sentido, como discípulos misioneros suyos. “Ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”, nos prometió, junto con los anuncios de destrucción, sufrimientos, desastres, amenazas, condena a muerte. Tenemos que renovar nuestro compromiso bautismal de trabajar por su causa, de ser sus testigos toda nuestra vida. La Eucaristía nos fortalece para seguir unidos a Él.

13 de noviembre de 2022

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