Homilía para el 32º domingo ordinario 2022
Con lo que decimos y hacemos, ¿estamos sembrando signos de vida, hermandad, justicia, perdón, paz, o signos de muerte, desavenencias, división, injusticia, venganza, destrucción? Esto nos dirá en qué Dios creemos.
El Dios en que creemos
Textos: 2 Mac 7, 1-2. 9-14; 2 Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38
A Jesús lo traían de encargo sumos sacerdotes, fariseos y escribas. Ya habían decidido su muerte y andaban buscando una justificación para atraparlo y llevarlo a juicio al tribunal. El texto del evangelio que acabamos de escuchar está en este contexto. Los saduceos, un grupo religioso de entre los judíos, se unieron a ese proyecto de tratar de apresarlo.
Al responder a su pregunta sobre un caso inventado, Jesús aclara el sentido del matrimonio, sostiene la resurrección de los muertos y, además, nos hace un cuestionamiento sobre el Dios en que creemos. Esto último nos puede ayudar a hacer nuestra preparación para recibirlo sacramentalmente en la Comunión y para ir a la misión a favor de la vida.
Jesús les aclaró que el matrimonio es para esta vida. Una vez muertas las personas, inician otro modo de existir: en la presencia de Dios, al estilo de los ángeles y los santos y santas, para contemplarlo y alabarlo. Después de la muerte no tiene sentido el matrimonio, como no tienen sentido ya la vida religiosa o el ministerio ordenado. Todos son para vivirlos y transmitir el amor de Dios a los demás en este mundo. Al morir, pasaremos a la condición común de seres espirituales en la plenitud de vida. Esa es nuestra esperanza. De ahí que tengamos que vivir aquí a plenitud la vocación a la que hemos sido llamados, para producir muchos frutos de hermandad, comunión, solidaridad, justicia, etc.; todo esto desde el matrimonio, la soltería, la vida religiosa o consagrada, o el ministerio presbiteral.
Sobre la resurrección de los muertos, esperanza que sostuvo a los macabeos ante la tortura y la condena a muerte, Jesús afirmó que es una realidad, al recordar el modo como se presentó Dios ante Moisés desde la zarza ardiente, algo que los judíos tenían muy claro en su memoria como pueblo de Dios. Dios se identificó ante Moisés como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de la vida. Le comunicó lo que pensaba realizar, para llamarlo a colaborar con Él en la liberación de los israelitas. Le dijo que había visto la opresión en que los tenían los egipcios, que había escuchado sus clamores y lamentos por el sufrimiento y que había bajado para sacarlos de la esclavitud y llevarlos a una tierra de vida en abundancia. Y le pidió a Moisés que Él hiciera cabeza en este movimiento liberador. Pero, para nosotros hoy, el signo más claro de la existencia de la resurrección es la propia Resurrección de Jesús, hecho que le agradecemos a Dios cada domingo con la Eucaristía.
El cuestionamiento que nos hace Jesús hoy es: ¿en qué Dios creemos: en el de la Vida o en el de la muerte? Terminó su respuesta a los saduceos afirmando que Dios es de vivos y no de muertos. No respondamos esta pregunta diciendo que en el de la Vida, sino revisando nuestra propia manera de vivir. Con lo que decimos y hacemos, ¿estamos sembrando signos de vida, hermandad, justicia, perdón, paz, o signos de muerte, desavenencias, división, injusticia, venganza, destrucción? Esto nos dirá en qué Dios creemos.
Ciertamente estamos llamados a creer en el Dios de Abraham, Isaac, y Jacob, que inició el camino para la conformación de su pueblo elegido; en el Dios de Moisés, que libera de la esclavitud y la muerte y conduce a la libertad y a la vida; en el Dios de Jesús, que lo resucitó.
6 de noviembre de 2022