Homilía para el 32º domingo ordinario 2021
Dar todo, como las viudas
Textos: 1 Re 17, 10-16; Hb 9, 24-28; Mc 12, 38-44
Los textos recién proclamados nos preparan para recibir a Jesús en la Comunión y, además, nos disponen a la V Jornada Mundial de los Pobres que celebraremos el próximo domingo. Hoy nos encontramos con el testimonio de dos viudas que, en su pobreza, dieron todo lo que tenían para vivir, así como hizo también Jesús al entregar su vida en la cruz.
En Sarepta, el profeta Elías se encontró con una viuda, que tenía un hijo. No tenía más para vivir que una poquita de harina y tantito aceite para preparar un pan para ella y su hijo. Era todo lo que tenían para vivir y ella estaba dispuesta a morir de hambre consciente de su situación, como le comentó al profeta. Él, teniendo en cuenta esto, todavía le pidió que hiciera su pan y primero le diera de comer a él, pero con la confianza puesta en las palabras del Señor de que nunca más le faltaría qué comer. A pesar de su carencia, pero confiada en la Providencia de Dios, ella hizo lo que le pidió el profeta y nunca más le faltó el alimento, como explica el autor del primer libro de los Reyes. Se desprendió de todo lo que tenía para vivir con tal de hacer el bien y de expresar su abandono a las manos de Dios.
En la viuda de Sarepta se realizó lo que canta el salmista: que Dios hace justicia al oprimido, proporciona pan a los hambrientos, sustenta al huérfano y a la viuda.
La otra viuda, la que vio Jesús en la alcancía echando dos moneditas, en su pobreza también dio todo lo que tenía para vivir. Ella lo dio para el templo de Jerusalén. Su ofrenda fue valorada por Jesús y la señora fue puesta de ejemplo para sus discípulos, a pesar de que en cantidad era muy poquito comparada con lo que daban los ricos. Jesús dijo la razón: ellos daban de lo que les sobraba; incluso, lo que daban era de lo que robaban a los pobres y a sus trabajadores, lo que les quitaban a las viudas, lo que conseguían con transas.
En las dos señoras se hizo realidad la bienaventuranza de Jesús, la que se nos dijo como preparación al evangelio: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. El pobre de espíritu, además de vivir en la pobreza material, sabe compartir lo que tiene, vive confiado en la Providencia de Dios, se da totalmente para los demás. Así fue Jesús, el primero en quien se cumple esa bienaventuranza, porque Él vivió pobre, compartió con los demás lo que tenía y su persona, se dio totalmente en la cruz para darnos vida.
Estas mujeres y el mismo Jesús nos enseñan el camino para ser verdaderos cristianos: compartir con los pobres de lo que tenemos para vivir, dar no tanto ni solo cosas o dinero, sino nuestra persona, actuar confiados en la Providencia de Dios; en una palabra, ser pobres de espíritu o tener espíritu de pobre. Hacernos con los demás como aquello que hacen las mamás con sus hijos: se quitan el taco de la boca para darles de comer.
Esto, además de prepararnos a recibir a Jesús en la Comunión, para vivir unidos a Él y como Él, nos dispone para la celebración de la V Jornada Mundial de los pobres. Nuestra tarea como Iglesia, en los barrios, como parroquia, como Diócesis, es poner a los pobres en el centro de la comunidad, para atenderlos, ver por ellos, compartir lo que somos y tenemos, para que nadie pase necesidad. Aprendamos de las viudas a dar de nuestra pobreza.
7 de noviembre de 2021