Homilía para el 2º domingo de Cuaresma 2023
Dios nos pide hoy que transfiguremos nuestra vida, no sólo la personal, sino la de las familias, las comunidades, la Iglesia, la sociedad, la Casa común, para que en ella resplandezcan la imagen de Jesús, la vida de Dios, la armonía de la Creación.
Escuchar a Jesús
Textos: Gn 12, 1-4; 2 Tim 1, 8-10; Mt 17, 1-9
Ayer, cuando le entregué la hojita de La Semilla a uno de los internos de la Penal, me dijo: “A ver qué chiste nos trae hoy” –por lo del dibujo, que es un comentario al evangelio y que él lee cada ocho días–. Yo le respondí: “Hoy nos pide transfigurar la vida”. “Ah, híjole”, fue su comentario. Esto es lo que Dios nos pide hoy: que transfiguremos nuestra vida, no sólo la personal, sino la de las familias, las comunidades, la Iglesia, la sociedad, la Casa común, para que en ella resplandezcan la imagen de Jesús, la vida de Dios, la armonía de la Creación.
San Mateo nos presenta a Jesús transfigurado. Este cambio en su aspecto es consecuencia de su estilo de vida. Cuando alguien lleva a Dios por dentro, es hermano, ayuda, sirve, vive la vida con alegría, resplandece. Se nota inmediatamente en sus actitudes, sus palabras, su rostro, sus ojos. Yo creo que así andaba Jesús diariamente. Llevaba a Dios en su corazón, buscaba cumplir sus mandatos y la misión que le encomendó, curaba enfermos, perdonaba pecados, hablaba apasionadamente del Reino de Dios. Su vida, su rostro, sus ojos resplandecían.
En esa ocasión, en que había subido al monte para encontrarse con su Padre –el monte es lugar de encuentro con Dios–, para escucharlo, para orar, para llenarse de Él, de repente quedó transfigurado, tanto en su rostro como en sus vestiduras. Era un anticipo de su condición de Resucitado, para Él y para los tres discípulos que lo acompañaban, quienes no esperaban aquella manifestación y estaban asustados. La Resurrección pasa por la experiencia de la muerte. Para resucitar hay que morir. De hecho, tantito antes de subir al monte, Jesús les había anunciado su Pasión, Muerte y Resurrección que sufriría en Jerusalén a manos de las autoridades religiosas. Para completar, Moisés y Elías, que estaban con Jesús, platicaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén, como expresa san Lucas cuando narra este mismo acontecimiento. Y, al bajar, les pidió que no hablaran de aquella experiencia hasta que resucitara de entre los muertos. Les reafirmó su muerte, que fue en la cruz.
La misión continuaba. El camino seguía. Todavía faltaba llegar a Jerusalén para el encuentro con la muerte y para resucitar. Por eso el Padre les pidió a los discípulos que hicieran lo mismo que Jesús estaba realizando en la relación con Él. Después de reafirmar que era su Hijo amado y que en Él tenía puesta toda su confianza, les pidió que lo escucharan. Jesús estaba escuchando día a día a su Padre; para eso había subido al monte y lo manifestaba con su vida diaria, cumpliendo la misión de anunciar y hacer presente el Reino. Tenía su corazón abierto al Padre para dejarlo hablar desde ahí. Ellos tenían que abrir su corazón al estilo de vida y a las enseñanzas de Jesús, acompañarlo hasta el final, viviendo también la experiencia de Pasión, que culminó en la cruz, y convertirse en testigos de su Resurrección.
Dios nos pide hoy nuevamente que escuchemos a Jesús, que le abramos nuestro corazón, que lo dejemos entrar en nuestra vida, que dejemos que nos hable desde dentro. Esto es fundamental en nuestra condición de discípulos y discípulas, para convertirnos y resplandecer en nuestra vida, para transfigurar la vida de nuestras familias, nuestros barrios y parroquias, nuestra sociedad y nuestra Casa común; para vivir con entusiasmo la misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios, para volver a la vida de hermanos y hacer que brillen la igualdad, la justicia, la solidaridad; para que resplandezca la armonía entre personas, con la Creación y con Dios, para expresar nuestra comunión con Jesús y con el Padre.
5 de marzo de 2023