Homilía para el 25º domingo ordinario 2022
Preguntémonos si pertenecemos a este mundo o a la luz.
Pertenecer a la luz
Textos: Am 8, 4-7; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13
Jesús hace una diferencia en relación a la pertenencia, algo que va a la identidad de las personas: habla de los que pertenecen a este mundo y los que pertenecen a la luz. Esto nos ayuda a confrontarnos con la Palabra, para disponernos a recibir la Comunión sacramental.
En su enseñanza a sus discípulos, Jesús puso el ejemplo de un administrador corrupto para indicarles que ellos –hoy nosotros– tienen que actuar como hijos e hijas de la luz. En el Bautismo recibimos una vela encendida y se nos dijo que, recién iluminados por Cristo, tendríamos que caminar como hijos de la luz toda nuestra vida. El administrador caminó en la oscuridad, dejándose guiar por su corazón roto. Corrupto significa tener el corazón roto. A él le interesaba solamente lo suyo y en el centro tenía al dinero. Lo había convertido en su dios y, por lo mismo, lo adoraba, le sacrificaba a los demás, buscaba tenerlo a como diera lugar. Así le pasa a quien hace del dinero el centro de su vida. El dinero corrompe el corazón. Jesús dijo que el dinero está lleno de injusticias y que no garantiza la vida en plenitud. Al final terminó diciendo a sus discípulos que no pueden servir a Dios y al dinero.
El profeta Amós –y prácticamente todos los profetas– ya había denunciado las injusticias, el modo de actuar de los que pertenecen a este mundo. Cuando el dinero y la ganancia se convierten en el centro de la vida, todo lo demás se les sacrifica: personas, familias, comunidades, organizaciones, ecología. Están pensando solamente en sus ganancias, también el día del descanso dedicado al Señor y, luego, disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, compran a los pobres, hacen transas. Como el dinero es su dios, le sacrifican a los pobres, a los indefensos, a las viudas, a quienes pueden. Esto está pasando en nuestra sociedad, marcada por la libertad del mercado y el afán de la ganancia, lo que lleva a empobrecer familias y pueblos, a desechar y excluir personas. El mercado se fagocita todo, ha denunciado el Papa Francisco; es decir, se traga todo, porque está basado en una economía de la exclusión y la inequidad. Esta economía mata y hay que decirle no.
Con su testimonio, Jesús, que es la Luz, nos propone el camino. La reflexión de san Pablo que se proclamó como preparación al evangelio lo indica: “Jesucristo siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. Siendo Dios, Jesús se hizo hombre; se hizo humano en el vientre de una mujer pobre, nació y creció en un pueblo pobre, vivió en la pobreza, puso en el centro de su vida y misión a los pobres; se empobreció hasta lo más bajo: la muerte, que fue en la cruz. Así nos enriqueció con la vida de Dios y su Reino. Este es el modo de vivir de los que pertenecen a la luz, es decir, a Jesús. Y eso espera de sus discípulos.
Preguntémonos si pertenecemos a este mundo o a la luz. No si estamos bautizados o no, sino si nuestro proyecto y estilo de vida están guiados por el dinero o por la pobreza. Esto nos dirá a quién le pertenecemos. Jesús no alabó al administrador de la parábola por su habilidad para asegurar su futuro, ni felicita a quienes son hábiles en sus negocios orientados a la ganancia económica; más bien advierte a sus discípulos para que no actuemos de esta manera, sino que vivamos en la austeridad, la justicia, la solidaridad, el compartir.
18 de septiembre de 2022