Homilía para el 24° domingo ordinario 2020

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Perdonar siempre y de corazón
Con la parábola del rey misericordioso que acabamos de escuchar, Jesús dejó claro que la misericordia de Dios es infinita y gratuita: perdona siempre, por más grandes que sean los pecados; pero, también aclaró que quien recibe el perdón de Dios, queda comprometido a perdonar siempre y de corazón a su hermano, como lo que debería haber hecho el servidor recién perdonado con su compañero de trabajo.

Perdonar siempre y de corazón

Textos: Eclo 27, 33-28, 9; Rm 14, 7-9; Mt 18, 21-35

Con la parábola del rey misericordioso que acabamos de escuchar, Jesús dejó claro que la misericordia de Dios es infinita y gratuita: perdona siempre, por más grandes que sean los pecados; pero, también aclaró que quien recibe el perdón de Dios, queda comprometido a perdonar siempre y de corazón a su hermano, como lo que debería haber hecho el servidor recién perdonado con su compañero de trabajo. Vernos reflejados en este texto de san Mateo nos ayuda a prepararnos para recibir la Comunión sacramental y a proyectar este encuentro en la vivencia del perdón.

En nuestros días, como en la historia de la humanidad, el rencor y la venganza forman parte de nuestra vida. No porque así tenga que ser, mucho menos entre bautizados, sino porque así es de hecho. Esto sucede a nivel personal, entre familias, entre vecinos y compañeros de trabajo y de escuela, entre partidos políticos, entre grupos, entre naciones. Si no, y para no ir tan lejos, podemos preguntarnos y caer en la cuenta de esto, para abrir el corazón a la Palabra de Dios: ¿alguien nos ha ofendido y no le hemos perdonado, aunque nos haya pedido perdón? ¿Cargamos resentimiento, odio, deseo de venganza en contra de alguien, o de una familia, o de algún grupo de personas?

El autor del Eclesiástico pide no guardar rencor al prójimo, pasar por alto sus ofensas y perdonárselas. Y esto es fundamental para pedir a Dios la salud y el perdón; de otro modo, dice, no se recibirá el perdón de Dios. Jesús pide perdonar siempre, que es lo que significa setenta veces siete. Además, pide que el perdón lo demos de corazón, como señala después de la parábola.

La cantidad que le perdonó el rey a su servidor era grandísima e imposible de pagar: diez mil talentos, que era lo equivalente a diez mil días de salario. A diferencia del rey, que le perdonó gratuitamente su deuda, este servidor, al que el rey calificó como malvado, no fue capaz de perdonar a su compañero, que le debía solamente cien días de salario, una cuenta pagable.

El perdón no sólo debemos darlo siempre, sino también de corazón. Esto significa experimentar lo que dice un refrán: “Perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor, sin amarguras, sin la herida abierta; perdonar es recordar sin andar cargando eso, sin respirar por la herida, entonces te darás cuenta que has perdonado”. Esto nos ayuda a repensar la expresión aquella que continuamente se dice: “Yo perdono, pero no olvido”, con la cual se manifiesta que en el fondo del corazón permanece el deseo de desquite. Cuando se perdonó de corazón, aunque se recuerde la ofensa, ya no se le echa en cara a la otra persona o familia y se tiene la capacidad de convivir normalmente como hermano.

Si no tenemos la capacidad de perdonar a quien nos ofendió, no tenemos derecho de pedir y esperar el perdón de Dios. Más bien, tenemos que parecernos a Dios que, como recitamos junto con el salmista, es compasivo y misericordioso, por lo que no nos trata como merecen nuestras culpas ni nos paga de acuerdo a nuestros pecados, sino que los perdona, y no nos condena ni nos guarda rencor para siempre. De ahí el reclamo que el rey le hizo a su siervo, si no debería haberse compadecido de su compañero, perdonándole su deuda, como él se compadeció y le perdonó la suya.

Así es que hay que repensar nuestra actitud para con las personas que nos han ofendido. La enseñanza de Jesús a sus discípulos va en función de garantizar la comunión en la comunidad, en la que no faltan desavenencias, agresiones, ofensas, rencores, deseos de venganza. Como discípulos estamos llamados a dar el paso a perdonar, con mayor razón si quien nos ofendió nos pide que le perdonemos. Sólo perdonando de corazón podemos acercarnos a comulgar sacramentalmente.

13 de septiembre de 2020

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