Homilía para el 13er domingo ordinario 2018

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Garantizar la vida digna del pueblo

Ordinario13 B 18

Estamos celebrando la Eucaristía en día de elecciones. Pedimos al Señor que esta jornada se realice en paz y que quienes resulten electos trabajen por la vida digna del pueblo, como hacía Jesús. Él nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre para que lo sigamos en su camino y en su servicio al Reino. Jesús hacía presente el Reino de Dios con sus palabras y con sus hechos, como hemos reflexionado los domingos anteriores. Hoy san Marcos nos ofrece dos milagros con que Jesús hizo realidad el Reino, la vida que Dios quiere para nosotros, como dice la primera lectura.

Garantizar la vida digna del pueblo

Textos: Sb 1, 13-15; 2, 23-24; 2 Cor 8, 7. 9. 13-15; Mc 5, 21-43

Ordinario13 B 18

Estamos celebrando la Eucaristía en día de elecciones. Pedimos al Señor que esta jornada se realice en paz y que quienes resulten electos trabajen por la vida digna del pueblo, como hacía Jesús. Él nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre para que lo sigamos en su camino y en su servicio al Reino. Jesús hacía presente el Reino de Dios con sus palabras y con sus hechos, como hemos reflexionado los domingos anteriores. Hoy san Marcos nos ofrece dos milagros con que Jesús hizo realidad el Reino, la vida que Dios quiere para nosotros, como dice la primera lectura.

El autor del libro de la Sabiduría nos ayuda a tomar conciencia de que Dios creó el mundo para la vida, no para la muerte. Nuestra responsabilidad, además de agradecerle el don de la vida, es cuidarla, conservarla, hacer que resplandezca su proyecto de vida. Esto implica el respeto y el cuidado, tanto de las personas como de la naturaleza, especialmente de los más vulnerables.

Jesús se encontró con dos situaciones de sufrimiento de dos mujeres, ya de por sí excluidas y menospreciadas por ser mujeres; dos realidades, podemos decir, de muerte: una señora que padecía hemorragias desde hacía doce años y una niña de doce años recién fallecida. Eran también dos situaciones de impureza, de acuerdo a la legislación judía, por el derramamiento de sangre de la señora y por el cadáver de la niña. Si alguien entraba en contacto físico con ellas, inmediatamente se contaminaba y legalmente participaban de la impureza. A Jesús le interesaba la salud y la vida de las personas, la vida digna de ellas, la vida que Dios había diseñado para sus creaturas. Para Él era más importante devolverles la salud, la vida, la dignidad, que quedar impuro según la ley.

Para tener vida, para recuperar la dignidad, para volver a la pureza, se necesitaba algo que Jesús pidió al jefe de la sinagoga y que valoró de la señora: la fe. Ante la angustia por la agonía y la noticia de la muerte de su hija, le dijo a Jairo que no temiera, que bastaba con que tuviera fe. Y sí la tuvo porque la niña, al ser tomada de la mano por Jesús y escuchar el mandato de que se levantara, inmediatamente se levantó y comenzó a caminar. Y la mujer, ya sana, escuchó de Jesús que su fe la había curado. Con esto ella recuperó no sólo la salud sino la paz, la vida nueva, su dignidad.

Cuántas situaciones como estas de angustia, sufrimiento, exclusión, empobrecimiento, enfermedad, estigmatización, muerte, violación de los derechos humanos, nos encontramos a diario en la comunidad, cuántas han escuchado los candidatos a puestos de gobierno durante las campañas. No olvidemos que participamos de la misión de Jesús, la cual se nos encomendó en el Bautismo. Tenemos que anunciar y hacer presente el Reino de Dios, el Reino de Vida digna para todos y todas, especialmente en las situaciones de personas, familias, núcleos de gentes y comunidades, sufrientes, descartadas, abandonadas. Nuestra responsabilidad es dar vida, garantizar el respeto a la dignidad y los derechos de las personas y comunidades. Esta tarea la renovamos con la Eucaristía.

Asistir a la Misa dominical no es para cumplir un mandamiento sino para encontrarnos con Jesús como Iglesia, como comunidad parroquial, como barrio/rancho, para alimentarnos de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre, para renovar la comunión con Él en el trabajo por el Reino. La Comunión sacramental nos fortalece para anunciarlo y hacerlo presente con nuestras palabras y hechos, al igual que Jesús y junto con Él. Pidamos al Señor que quienes queden en los puestos de gobierno trabajen a favor de la vida digna de nuestro pueblo empobrecido y violentado, y que nosotros como Iglesia garanticemos la vida digna que Dios diseñó para todas sus creaturas.

1° de julio de 2108

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