Homilía para el 10º domingo ordinario 2016
Misericordiosos como Elías y Jesús
Hoy que celebramos la Muerte y Resurrección de Jesús, los textos bíblicos nos hablan de muerte y resurrección. Se trataba de dos hijos de dos viudas: una que estaba hospedando al profeta Elías y otra que se encontró con Jesús cuando llevaba a sepultar a su difunto. Ambos se compadecieron de la mamá, hicieron suyo el sufrimiento de ellas, les tendieron la mano y les devolvieron con vida a su respectivo hijo. En esta acción se reconoció el actuar misericordioso de Dios.
Misericordiosos como Elías y Jesús
Textos: 1 Re 17, 17-24; Gál 1, 11-19; Lc 7, 11-17.
Hoy que celebramos la Muerte y Resurrección de Jesús, los textos bíblicos nos hablan de muerte y resurrección. Se trataba de dos hijos de dos viudas: una que estaba hospedando al profeta Elías y otra que se encontró con Jesús cuando llevaba a sepultar a su difunto. Ambos se compadecieron de la mamá, hicieron suyo el sufrimiento de ellas, les tendieron la mano y les devolvieron con vida a su respectivo hijo. En esta acción se reconoció el actuar misericordioso de Dios.
Nosotros continuamente nos encontramos con situaciones de muerte y, por tanto, de sufrimiento de los familiares de la persona fallecida. Unas veces es por muerte natural, otras por accidente, otras por asesinato; otras, aunque no se sepa si la persona secuestrada o levantada murió o no, pero no aparece ni se sabe nada de ella, el sufrimiento, la angustia, la desesperanza o hasta la pérdida del sentido de la vida de sus familiares sí está patente. Y hay que actuar.
A veces se trata del papá, a veces de la mamá, a veces de un hijo o hija, de un hermano o hermana, de un amigo o compañero de escuela o de trabajo. Quien lleva la carga del sufrimiento es la familia. En los textos bíblicos de hoy, la situación aparecía compleja porque quien llevaba el peso de la muerte era la mamá y, además, era una viuda. Las viudas estaban entre las personas más vulnerables de la sociedad: sin trabajo, sin familia, sin amparo, sin recursos.
Elías, al ver la muerte del hijo de la señora que lo hospedaba, se compadeció. Lo cargó, oró al Señor, le suplicó que tuviera misericordia de ella y le regresó con vida al niño. Jesús, al llegar a Naím se topó con el cortejo fúnebre, le dijo a la viuda que no llorara, tocó el cajón, le habló al joven, le mandó que se levantara y se lo entregó vivo a su mamá. La reacción ante esto fue alabar a Dios, que actuó a través del profeta Elías y de su Hijo Jesús, reconocido como profeta.
Dios se hace presente en las situaciones de muerte para dar vida. Pasa en la vida de su pueblo cuando se viven la solidaridad y la misericordia. Este es el desafío para nosotros ante las situaciones de pobreza, desapariciones, enfermedades y muerte. Tenemos que hacer presente al Dios de la vida por medio de la solidaridad, la compasión, el consuelo. Tenemos que hacer que nazcan, crezcan y se fortalezcan los ministerios y ministros de los enfermos y del consuelo.
El servicio realizado a favor de los muertos y de sus mamás no fue para ganar alabanzas ni de parte de Elías ni de parte de Jesús. Ellos hicieron este servicio porque sabían que podían y debían realizarlo. Con esto, asistidos por el Espíritu de Dios, vivían su condición de profetas. Hablaban en nombre de Dios a los difuntos y a sus madres e indirectamente a su pueblo; a ellas para consolarlas, a ellos para transmitirles la vida de Dios. El pueblo captó la acción de Dios.
De la misma manera, conscientes de ser bautizados y en nuestra condición de profetas, tenemos que ser sensibles ante las situaciones de sufrimiento de los pobres, las mujeres, los enfermos y sus familiares, los migrantes, todos los que sufren, para hablarles en nombre de Dios, animarlos, consolarlos y fortalecerlos. Somos responsables de buscar la manera de que tengan una vida digna. Y debemos hacer esto sin buscar reconocimientos ni esperar agradecimientos.
Pidamos al Señor que crezca nuestra sensibilidad ante las situaciones de sufrimiento de nuestros hermanos, sea por la pobreza, el hambre, la migración, la falta de trabajo, la enfermedad, la desaparición, la muerte, o por cualquier otra situación. Que reaccionemos ante esas situaciones, como Elías y Jesús, para dar palabras de aliento, tender la mano, devolver la dignidad, crear situaciones de vida digna. Que la Comunión sacramental nos lleve a ser misericordiosos.
5 de junio de 2016