Homilía del 3er domingo de Cuaresma 2011
“Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed” (Jn 4, 15). Estas palabras que salen del fondo del corazón de la samaritana, expresan lo que tendría que ser nuestra actitud ante Jesús. Como humanos tenemos sed de Dios y como bautizados tenemos la manera de calmarla: con Jesús. Pero, en la práctica, la gran mayoría de los cristianos busca saciar su sed en aguas que ofrecen el mercado y la sociedad de consumo. Hoy domingo se nos invita a recurrir a Jesús.
“Señor, dame de esa agua”
Textos: Ex 17, 3-7; Rm 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42.
“Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed” (Jn 4, 15). Estas palabras que salen del fondo del corazón de la samaritana, expresan lo que tendría que ser nuestra actitud ante Jesús. Como humanos tenemos sed de Dios y como bautizados tenemos la manera de calmarla: con Jesús. Pero, en la práctica, la gran mayoría de los cristianos busca saciar su sed en aguas que ofrecen el mercado y la sociedad de consumo. Hoy domingo se nos invita a recurrir a Jesús.
Jesús le ofrece a aquella mujer un agua con la que nunca más volverá a experimentar la sed. Es un agua viva que supera con mucho al agua que Dios, a través de la acción de Moisés, hizo brotar de la roca en el desierto; con la cual no solamente se apaciguó la sed que torturaba al pueblo por el desierto sino que sirvió para que Israel reconociera que Yahvé iba con ellos. La de Jesús es un agua mejor que la del pozo de Jacob a donde había que volver una y otra vez.
Jesús habla de un agua viva, un agua que quitará definitivamente la sed; un agua que convierte a quien la toma en un manantial, un agua que da vida eterna. Al escuchar esto, la mujer de Samaria le pidió inmediatamente: “Señor, dame de esa agua” (Id.). Esa agua es, por un lado, la Palabra que Jesús transmite; por otro, es el Espíritu Santo que él y su Padre nos enviaron: Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (Rm 5, 5).
Quiere decir que quien escucha a Jesús y recibe al Espíritu Santo, tiene el modo de saciar su sed de Dios. No tiene que buscar más. Quien se bebe a Jesús y su proyecto del Reino, puede convertirse en manantial de vida para los demás, para su familia y su comunidad, para la sociedad y el mundo. Esta es la invitación que se nos hace hoy por las palabras de Jesús, que dice a cada uno: “Si conocieras el don de Dios […] le pedirías […] y él te daría agua viva” (Jn 5, 10).
De aquí se desprenden dos cosas: una, que es a Jesús a quien tenemos que recurrir siempre para saciar nuestra sed de Dios, de justicia, de paz; otra, que no busquemos otras aguas porque, si se toman, se vuelve a tener sed. El mercado nos dice: compra, ponte, usa, cambia, viste, y muchas otras cosas; la sociedad de consumo nos envuelve y nos lleva a comprar y comprar, a competir con todos, a estar al último grito de la moda, a tener todo aunque no lo necesitemos.
Si bebemos de estas aguas, vamos a volver a tener sed. Cuando se entra en el ambiente del consumo es difícil detenerse. Si se tiene algo, se quiere lo nuevo que va saliendo: celular, carro, marca de ropa, computadora, y tantas otras cosas más. Si se adquieren dinero o bienes materiales, se anhela tener más; como se dice de quienes tienen: “entre más tiene, más quiere”. Tal marca, tal modelo, tal estilo no sacian la sed; al contrario, la despiertan más. Y se busca más.
El agua de Jesús es para beberse, para dejar que se convierta dentro de nosotros en manantial de vida, para transmitirla a los demás. Así hizo la samaritana. No solo se encontró con Jesús, lo escuchó, le pidió su agua viva, creyó en Él, sació su sed; sino que llevó a los demás, como misionera, su experiencia de Jesús. Dejó su cántaro y se regresó al pueblo para comunicarles la buena noticia a sus paisanos. No necesitaba ya ese cántaro, pues iba llena del agua de Jesús.
A la Eucaristía traemos nuestras necesidades, nuestras situaciones, nuestros proyectos, nuestra sed de Dios. Aquí Jesús nos habla por medio de su Palabra y se ofrece para que nos lo bebamos y ya no tengamos sed. Aprovechemos este encuentro para hacer lo mismo que aquella mujer: pidámosle que nos dé esa agua, bebamos de ella, vayamos a nuestra comunidad a dar vida, a convencer a los demás de encontrarse con Jesús para que ya no tengan sed de Dios.
27 de marzo de 2011