Homilía del 3er domingo de Adviento 2010 (Virgen de Guadalupe)
Se encaminó presurosa a un pueblo (Lc 1, 39). Así dice san Lucas de la Virgen María cuando narra la visita que le hizo a su prima Isabel, que vivía en las montañas de Judea. Esto sucedió en aquellos días (Id.). Pero eso mismo pasó en los días de la conquista de México por parte de los españoles: también se encaminó presurosa a un pueblo (Id.), el pueblo azteca que vivía en Tenochtitlán y sus alrededores. Esta doble visita le agradecemos a Dios con la Eucaristía de hoy.
Se encaminó presurosa a un pueblo
Textos: Eclo 24, 23-31; Gal 4, 4-7; Lc 1, 39-48.
Se encaminó presurosa a un pueblo (Lc 1, 39). Así dice san Lucas de la Virgen María cuando narra la visita que le hizo a su prima Isabel, que vivía en las montañas de Judea. Esto sucedió en aquellos días (Id.). Pero eso mismo pasó en los días de la conquista de México por parte de los españoles: también se encaminó presurosa a un pueblo (Id.), el pueblo azteca que vivía en Tenochtitlán y sus alrededores. Esta doble visita le agradecemos a Dios con la Eucaristía de hoy.
En las dos visitas, que son realizadas en situación de necesidad, la Virgen llega con el Hijo de Dios en su vientre. Con Isabel llegó para ayudarla en su situación de embarazo de riesgo, pues ella estaba embarazada por primera vez y, además, era anciana. A nuestras tierras llegó para mostrar y dar todo su amor, compasión, auxilio y defensa; para oír los lamentos, y remediar todas las miserias, penas y dolores que los conquistadores provocaron a los indígenas.
El hecho de que María haya llegado con el Niño en su seno expresa el sentido de su visita. Además de hacer la visita para ayudar, escuchar, consolar, defender, manifestar su amor, –porque ella es la madre del amor (Eclo 24, 18)–, la Virgen trae al Emmanuel, el Dios-con-nosotros que anuncia Isaías. Este fue el motivo principal de la alegría de Isabel y del Niño que ella estaba esperando; esta fue la razón de la alegría del pueblo mexica presente en Juan Diego.
La Virgen colabora para que el Mesías esperado por siglos de parte de los israelitas, sea recibido por su pueblo y se mantenga como la esperanza de Israel: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?” (Lc 1, 43), proclama Isabel llena del Espíritu Santo. Para ella se están cumpliendo las promesas de Dios. Por lo tanto, llegaría ya la experiencia de la paz, de una nueva vida, de la libertad para su pueblo dominado y oprimido por el imperio romano.
La misma Virgen que visitó a Isabel es la que llegó a México para quedarse. Ella se identificó ante Juan Diego diciéndole: “yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive”. Con su presencia en nuestro pueblo, la Virgen le devuelve la esperanza a los indígenas, empobrecidos y exterminados por los españoles y la peste. Ella, como madre de la santa esperanza (Eclo 24, 18), colaborará para que los indígenas tengan una vida nueva.
Con su llegada presurosa a dos pueblos, la Virgen María nos enseña lo que sus hijos y devotos debemos hacer ante las situaciones de sufrimiento y necesidad que nos encontramos a diario: encaminarnos presurosos a nuestro pueblo para ayudar, tender la mano, consolar, remediar las miserias, penas y dolores de los ancianos solos, de los jóvenes alcoholizados, drogadictos y sin el sentido de la vida, de las personas y familias que son víctimas de la violencia, etc.
Pero, junto con esto, tenemos que ofrecer el Evangelio tanto a quienes se mantienen con la esperanza de una sociedad nueva, fundada en el amor y la justicia, como a los que están desesperanzados de todo. Para eso tenemos que estar llenos, preñados, del Hijo de Dios, como la Virgen María. Para lograrlo tenemos que abrir nuestra mente y nuestro corazón a la Palabra de Dios, tenemos que dedicar tiempo para encontrarnos con el Evangelio, leerlo y meditarlo.
Al reunirnos en este día dedicado a homenajear a la Virgen de Guadalupe, su testimonio de servicio a los que sufren y la Palabra de Dios que se ha proclamado nos impulsan a salir de nuestra casa para ir a servir y devolver la esperanza a nuestro pueblo empobrecido. Al celebrar el Día del Señor –no hay que olvidar que es domingo–, alimentados con su Cuerpo y Sangre nos fortalecemos para volver a la comunidad a llevar el Evangelio a nuestros hermanos y hermanas.
12 de diciembre de 2010