Homilía del 23er domingo ordinario 2010
Jesús hace un alto en su camino hacia Jerusalén. Aunque ya varias veces se había detenido, ésta es una parada especial. Lo hace para dejar claro a quienes lo van siguiendo, muchísima gente según atestigua san Lucas, y a quienes quieran ser sus discípulos, que es necesario preferirlo por encima de la propia familia y de sí mismos, cargar la cruz y renunciar a todos los bienes. Quien no haga esto, dice Jesús, “no puede ser mi discípulo” (Lc 13, 25. 27. 33).
“No puede ser mi discípulo”
Textos: Sab 9, 13-19; Flm 9-10. 12-17; Lc 14, 25-33.
Jesús hace un alto en su camino hacia Jerusalén. Aunque ya varias veces se había detenido, ésta es una parada especial. Lo hace para dejar claro a quienes lo van siguiendo, muchísima gente según atestigua san Lucas, y a quienes quieran ser sus discípulos, que es necesario preferirlo por encima de la propia familia y de sí mismos, cargar la cruz y renunciar a todos los bienes. Quien no haga esto, dice Jesús, “no puede ser mi discípulo” (Lc 13, 25. 27. 33).
La invitación está clara. La respuesta depende de cada quien, porque ser discípulo de Jesús, ser su seguidor, ser cristiano, ser católico, no es fácil. La dificultad está en las ataduras que los humanos tenemos ordinariamente en la vida: los propios intereses y proyectos que se crean, la familia que es el espacio de formación de la persona y de apertura al mundo, los bienes materiales que ofrecen bienestar y seguridad. Jesús pide que nos liberemos de ellas para seguirlo.
Estas cosas y situaciones que amarran a las personas son la personificación de lo que expresa el libro de la Sabiduría: un cuerpo corruptible hace pesada el alma y el barro de que estamos hechos entorpece el entendimiento (9, 15). Jesús lo sabía y por eso pide la renuncia. Las tendencias humanas llevan a buscar solamente lo que agrade, lo que no cueste trabajo, lo que no traiga complicaciones. Jesús se ha liberado de ellas y camina libremente hacia la cruz.
Renunciar consiste en optar. Es algo muy de fondo. La opción que se tome exige hacer un discernimiento y una elección. Entre las varias posibilidades hay que decidirse por una. En este caso del discipulado, Jesús nos pide decidirnos por Él y su proyecto del Reino. Y la decisión se tiene que tomar con la conciencia de que tenemos que estar libres de toda atadura interna y externa y, libremente, tomar la cruz, es decir, el estilo de vida de Jesús que culmina en la cruz.
Por eso, para explicarnos bien lo que significa optar por Él, Jesús nos ofrece dos comparaciones, la del constructor de la torre y la del rey que va a la guerra. Se tiene que medir bien, es necesario calcular, hay que sacar cuentas, para no empezar y luego dejar, para comenzar la obra y terminarla, para combatir y vencer. Esto es lo que tienen que hacer de manera especial los papás cuando piensan en llevar a bautizar a cada uno de sus hijos e hijas: calcular.
Pero lo tenemos que hacer también los ya bautizados, para vivir con fidelidad nuestra experiencia de seguimiento a Jesús, de manera que valoremos si lo tenemos a Él en primer lugar en nuestras opciones o si es una posibilidad más en nuestra vida o, peor todavía, si ni siquiera aparece en nuestra escala de valores. Pablo lo tuvo en primer lugar y le costó ir a la cárcel. Así se dirige a Filemón en la Carta que le envió: Yo […] prisionero por la causa de Cristo Jesús (Flm 9).
Entonces hay que renunciar a la familia y a sí mismo para seguir a Jesús en su camino. De otra manera no podemos ser discípulos suyos. Esta es la base para el siguiente paso, que es cargar la cruz. Si no la cargamos, después de haber optado por Jesús, por encima de la familia y de nosotros, tampoco podemos ser sus discípulos. Cargarla implica curar, ser misericordiosos, perdonar, servir, dar la vida… como Jesús. Y, por último, hay que renunciar a todos los bienes.
“Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 33). Así termina diciéndonos Jesús. Hoy nos uniremos a Él sacramentalmente en esta Eucaristía. Al comulgar expresamos nuestra decisión de tenerlo por encima de todo para seguirlo en su camino. Comulgar nos compromete a renunciar a nuestros seres queridos y a nosotros mismos, a cargar nuestra cruz y, principalmente, a renunciar a todos los bienes materiales.
5 de septiembre de 2010