Homilía de la solemnidad de la Asunción 2010

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Estamos celebrando en este domingo un acontecimiento importante para la vida de la Iglesia y de nuestra Diócesis: como Iglesia, la Asunción de la Virgen María, y como Diócesis un encuentro de Candidatos a Diáconos Permanentes y sus familias. Junto con María que bendijo a Dios que “puso sus ojos en la humildad de su esclava” (Lc 1, 48), hoy reconocemos y ponemos con humildad en el altar el hecho de haber sido vistos por Dios para servir en la comunidad.

“Puso sus ojos en la humildad de su esclava”

Textos: Ap 11, 19; 12, 1-6. 10; 1Cor 15, 20-27; Lc 1, 39-56.

Estamos celebrando en este domingo un acontecimiento importante para la vida de la Iglesia y de nuestra Diócesis: como Iglesia, la Asunción de la Virgen María, y como Diócesis un encuentro de Candidatos a Diáconos Permanentes y sus familias. Junto con María que bendijo a Dios que “puso sus ojos en la humildad de su esclava” (Lc 1, 48), hoy reconocemos y ponemos con humildad en el altar el hecho de haber sido vistos por Dios para servir en la comunidad.

La Virgen María “fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo, al terminar su vida mortal”. Así dice el dogma de la Asunción que celebramos cada 15 de agosto. Junto con su Hijo, que resucitó como la primicia de todos los muertos (1Cor 15, 20) y regresó al Padre, María fue llevada resucitada a la casa del Padre. Ella resucitó porque era de los que son de Cristo (v. 23) y esto nos anima para seguir en la vida y en nuestras comunidades con la esperanza de resucitar.

María era de Cristo, no solo ni tanto por ser su mamá, sino por vivir la misericordia como Él y como el Padre. Ella tenía conciencia de que Dios es misericordioso de generación en generación. Así lo cantó en el Magnificat y así se esforzaba ella por vivir. Lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio que narra cómo se encaminó presurosa (Lc 1, 39) a servir a su parienta Isabel, que estaba en necesidad. Supo que había una necesidad e inmediatamente decidió ayudar.

María no pasó de largo, como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano, sino que escuchó al ángel que le comunicó que su prima, la estéril, estaba en el sexto mes de embarazo; le creyó y decidió dedicar su tiempo, sus capacidades, su persona para servir. Su decisión la llevó a hacerse esclava de los demás y de Dios. De esta manera puso la base para poder cantar luego con fe que el Señor había puesto sus ojos en su humilde esclava.

Dar el paso de convertirse voluntariamente en esclava de Dios, llevó a María a soñar con asemejarse a Dios en lo misericordioso. Esto nos ayuda a nosotros a reconocer que, como bautizados, si es que queremos ser de los de Cristo –y no lo somos por estar bautizados sino por vivir la misericordia como Él–, tenemos que convertirnos en esclavos de Dios y de los que sufren en nuestras comunidades. Ese es precisamente el centro y el sentido del ministerio diaconal.

Tenemos pues una tarea muy grande sobre nuestras espaldas. Todo bautizado tiene que ser servidor y esclavo, como pedirá Jesús de sus discípulos cuando se pelean por ser el primero de entre ellos; no se diga de cada Diácono y cada Presbítero. Así hechos esclavos y viviendo la misericordia, seremos de los de Cristo y, cuando nos llegue el momento de la muerte, estaremos en condiciones de resucitar como Cristo y como María para estar luego con Dios para siempre.

En este encuentro de Candidatos a Diáconos Permanentes y sus familias, junto con María le decimos a Dios que lo glorificamos y nos llenamos de júbilo porque puso sus ojos en la humildad de sus esclavos. Pero al decirlo, le manifestamos también que aceptamos que su proyecto de salvación lo realiza desde los pobres y para ellos. Le confesamos entonces que, como pobres, estamos dispuestos a ser misericordiosos para con los pobres de nuestras comunidades.

Al celebrar la Eucaristía dominical, y hacerlo en el día de la Asunción de la Virgen, renovamos nuestro compromiso de seguir trabajando en nuestras familias por formar de cada uno de los miembros un esclavo o una esclava del Señor y, de manera especial, de quienes han sido llamados a discernir sobre su vocación al ministerio diaconal. Culminemos nuestro encuentro recibiendo sacramentalmente al Señor resucitado hecho Pan y volviendo al servicio como esclavos.

15 de agosto de 2010

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