¿Cuál es la prioridad en esta época?
Primera parte: El dilema entre la salud y la economía
Por: P. Jesús Mendoza Zaragoza
Hay un dilema muy generalizado que necesita ser resuelto de manera adecuada porque de ello depende la posibilidad de vivir o de morir. ¿De qué hay que cuidarse más, del virus o del hambre? Están quienes viven al día o con deudas y tienen que salir de sus casas para trabajar o buscar opciones que les ayuden a sobrevivir; y están quienes cuentan con ingresos estables o ahorros y reclaman a quienes salen a la calle y no se quedan en casa.
En el ámbito de las cúpulas económicas y políticas está viva la tensión entre la apertura de la economía y la atención a la crisis sanitaria. En toda esta trama se ponen en juego intereses y derechos legítimos que no logran equilibrarse. Aparece, pues, el dilema sobre la prioridad de la economía o de la salud. Pareciera que si priorizamos la salud la economía se irá a pique y si priorizamos la economía la crisis sanitaria tendrá un mayor deterioro.
A primera vista, este dilema entre el cuidado de la salud y el cuidado de la economía, no tiene sentido porque ambos factores son necesarios para vivir. Pero en la práctica, el dilema está ahí. Y está ahí debido a las condiciones que tienen la economía y la salud en nuestro contexto mexicano y, aun, en el contexto global. El modelo de economía que tenemos está enfermo y tiene el efecto de enfermar. Es más, tenemos una economía que mata. Y, por otra parte, el sistema de salud que tenemos también está enfermo y ha mostrado su inoperancia. Pero vamos por partes.
Comencemos por el tema de la salud. El beneficio –por así llamarle– que el virus nos ha traído es algo así como una prueba de fuego. Nos han dicho que quienes carecen de condiciones saludables son más vulnerables. Y nos han dado una larga lista de patologías físicas y mentales que disminuyen las defensas que el cuerpo humano necesita.
Si no tenemos hábitos saludables nos volvemos frágiles pues no hemos atendido nuestra salud ni la de la familia para que esté en buenas condiciones. En ese sentido, la mejor defensa contra el virus no sería el cubrebocas sino un cuerpo sano y una mente sana. Nuestros hábitos alimenticios son deficientes, nuestras relaciones interpersonales y comunitarias suelen estar maltrechas y el clima de inseguridad y de violencia deterioran la salud mental de manera muy significativa.
Por otra parte, el sistema de salud pública que tenemos hoy en nuestro país, tampoco ha pasado la prueba. Nos duele mirarlo colapsado. No tiene las capacidades necesarias para atender esta crisis ya que ha sido heredero de decisiones políticas corruptas e indolentes. El sistema de salud ha estado secuestrado por la política. Los recursos, siempre insuficientes, que se han destinado al sector salud, se han quedado en bolsillos de particulares pues la salud pública ha sido uno de los grandes negocios de las élites políticas y empresariales.
A esto hay que añadir que el sistema de salud se ha enfocado más a atender las enfermedades que a prevenirlas y a fortalecer la salud con prácticas saludables entre la población. Hablar de salud en México, es hablar de hospitales, de medicinas, de médicos y de enfermeras, en lugar de hablar de educación, de alimentos, de buenas condiciones laborales y de seguridad social. En términos de administración, ha salido más caro curar a un enfermo que prevenir una enfermedad. En este sentido, nunca habrá recursos que alcancen.
Ahora pasemos al tema de la economía. El virus nos ha mostrado lo que tenemos: una economía excluyente y generadora de desigualdades. Hay, afortunadamente, quienes sí tienen reservas económicas o un empleo más o menos seguro que les ha permitido permanecer en casa sin mayores dificultades. Pero no es el caso de una gran parte de la población. Es cierto que todos tendremos pérdidas económicas, pero no en el mismo grado.
Quienes viven en la informalidad, los desempleados y subempleados han quedado en condiciones de desprotección. Volver a la “nueva normalidad” significará volver a lo mismo, a las condiciones desiguales de la economía, y en condiciones más penosas aún.
También hay que considerar el impacto que la economía ha tenido en la calidad de la salud. El modelo económico que se nos ha impuesto, en su forma neoliberal, con su principio motor del lucro, ha hecho un negocio de todo. Y la salud es un gran negocio capitalista. Por eso, los mercaderes de la salud, y todos los demás, están ansiosos por la reactivación económica y ejercen sus presiones para lograrla. ¿Acaso no es el gran negocio la industrialización de los alimentos procesados por unas cuantas firmas a nivel global? ¿No son estos supuestos alimentos los grandes factores de tantas enfermedades que se han desarrollado en la actualidad? Pareciera que las industrias de los alimentos se han propuesto enfermar a la población con la producción y comercialización de comida chatarra y de bebidas que no nutren, pero sí deterioran la salud.
Y para continuar con la carrera del lucro, interviene la industria farmacéutica con su ya conocida lógica dañina: es cara, trata las enfermedades con efectos colaterales, pero no cura. A esta industria no le importa la salud sino la ganancia, por eso no le importa sanar sino mantener las condiciones precarias de la salud.