Homilía del 7º domingo ordinario 2012

Parálisis

Textos: Is 43, 18-19. 21-22. 24-25; 2 Cor 1, 18-22; Mc 2, 1-12.

Estamos llenos de parálisis. Personalmente, en la comunidad, como Iglesia y en la sociedad, existen situaciones que nos tienen en condiciones semejantes a las del paralítico que le llevaron a Jesús. Ante esto, Dios tiene una palabra para nosotros y la podemos descubrir en los textos que se han proclamado. Ahí, sobre todo en el Evangelio, podemos encontrar luces que nos iluminen el camino para salir de ellas y, al igual que el paralítico, logremos rehacer nuestra vida.

Homilía del 6º domingo ordinario 2012

Exclusión-inclusión

Textos: Lv 13, 1-2. 44-46; 1 Cor 10, 31-11, 1; Mc 1, 40-45.

Jesús andaba predicando por todas las sinagogas de Galilea. En una de sus correrías se le acercó un leproso suplicándole que lo curara. Dice san Marcos que Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo “¡Sí quiero: sana!” (1, 41). Con esto, Jesús y aquel leproso entraron en comunión. Nada más que para lograrlo, se saltaron las normas de la ley judía. Pero era necesario hacerlo para que esa persona pasara de la exclusión a la inclusión.

Homilía del 5º domingo ordinario 2012

Servir

Textos: Job 7, 1-4. 6-7; 1 Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39.

Por el hecho de haber recibido el Bautismo, de estar confirmados y de acercarnos a comulgar, estamos obligados a servir. Recibimos en estos tres sacramentos la vida de Jesús, su fuerza y el alimento para servir: la vida de Jesús consistió en servir, su fuerza fue el Espíritu Santo y el alimento es su Cuerpo y Sangre. En los textos de hoy lo encontramos sirviendo y Él es nuestro modelo; también tenemos dos ejemplos de servicio: la suegra de Simón y el apóstol Pablo.

Homilía del 4º domingo ordinario 2012

Autoridad

Textos: Dt 18, 15-20; 1 Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28.

Jesús aparece en la sinagoga enseñando. La sinagoga era el lugar en que se reunían los judíos todos los sábados. Ahí oraban a Dios y escuchaban y meditaban su Palabra, porque era el día dedicado a Yahvé. Después de leer un texto de Moisés y otro de algún profeta, alguien –y generalmente era un escriba– explicaba el texto proclamado. Esta vez era Jesús el que enseñaba… ¡Y lo hacía con autoridad y no como los escribas!, según comentaban los que lo escuchaban.