Callando injusticias, sirviendo lo ajeno – Dichos y hechos
las empleadas en condiciones vulnerables tiene cuatro constantes: ser mujeres, ser pobres, pertenecer a comunidades rurales y tener un mínimo grado de escolaridad.
Faltan diez minutos para las ocho de la noche. Ahí en la fila Candelaria espera el camión que la lleve de regreso a su hogar. En sus hombros carga una bolsa de tela color negro y también 63 años de edad. Su rostro refleja cansancio. Hoy, como todos los jueves, le tocó “la planchada”. En medio de personas que vienen y van, su presencia pasa desapercibida.
Candelaria Luisjuán es una de las cientos de mujeres que trabajan en hogares de Ciudad Guzmán y una de las 2 millones 300 mil personas que lo hacen en México, de las cuales 96 por ciento no tienen contrato de trabajo ni seguridad social, según la encuesta nacional de ocupación y empleo realizada por Inegi en diciembre del año pasado.
Si bien cada trabajadora del hogar tiene su propia historia, la credencial que las identifica es su vulnerabilidad marcada por la discriminación social y la explotación laboral.
No quiero ser una carga para mis hijos
Candelaria es la mayor de su familia. Su padre Martín murió hace cinco años, era albañil. Su madre Socorro, a los 80 años de edad sufre las complicaciones de la diabetes. Desde niña, Candelaria fue la “segunda mamá” de sus nueve hermanos. La primaria siempre la cursó en el turno vespertino, pues por las mañanas se encargaba de limpiar su casa y preparar la mochila y el bastimento de sus hermanos.
“Cande”, como la llaman de cariño sus familiares, inició la secundaria pero la difícil situación económica de su familia la obligó a abandonar el estudio. Recién cumplidos los 14 años empezó a trabajar en la casa de un hermano del patrón de su mamá. Sus hijas Susana y Ana Lilia también son trabajadoras domésticas.
Desde hace 34 años, de lunes a sábado, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, Candelaria se desvive aseando, cocinando, lavando, planchando, cuidando niños y ancianos, y cumpliendo órdenes y gustos de sus actuales patrones, a cambio de una remuneración de 800 pesos semanales; 133 por día. En navidad le dan su aguinaldo y una semana de vacaciones. Cuando se enferma, la apoyan con la consulta y medicina.
Aunque en varias ocasiones ha querido “tirar la toalla”, agradece a Dios que cuenta con un trabajo. “Sin empleo, a los pobres nos cuesta más trabajo sobrevivir. El costo de la vida nos obliga a chambear. No hay de otra. Quiero seguir trabajando para no ser una carga para mis hijos”: afirmó Candelaria.
Entre sueños y realidades
Esbeidi Ramírez lleva en sus ojos el color marrón de Atemajac de Brizuela, su tierra natal. Su sueño es ser maestra. A los nueve años la invitaron a hacerse cargo de la limpieza en una casa. Nadie le dijo cómo trabajar, ella aprendió por instinto la forma en que debía hacerlo.
La primera mañana de trabajo la pasó casi en silencio, la timidez de estar en una casa desconocida no la dejaba hablar. Dice que le temblaban las piernas, y que sentía los nervios merodeando por su cuerpo. Al final de la jornada los nervios disminuyeron; volvió con una sonrisa y un par de monedas en el bolsillo que entregó a su madre para comprar comida. Tiempo después, Esbeidi compró un par de zapatos con los ahorros de sus primeros pagos.
Las horas de trabajo, que son de cuatro a ocho se van según el ánimo de Esbeidi, quien recibe un salario entre 50 a 100 pesos por día. Dice que trabaja para ayudar con los gastos en su casa, pues la costumbre en su pueblo es que las mujeres que necesitan trabajar lo hagan limpiando las casas de familias con mejores condiciones económicas.
Esbeidi es la cuarta de ocho hermanos y está por terminar la secundaria. Es una de los 2.5 millones de niños, niñas y adolescentes que trabajan en México, según el último informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
Es parte de nuestra familia
Bertha Gómez, maestra de primaria, es la patrona de Candelaria. Manifiesta que se siente contenta y agradecida no sólo por su trabajo, sino por su bondad y honestidad. “Se ha ganado el corazón de todos nosotros. Es una buena sirvienta. La gratifico regalándole ropa para sus hijos y de vez en cuando, una despensita. Todos los días aquí toma sus alimentos y considero que su salario le alcanza para cubrir sus pocas necesidades”, expresó Bertha.
Comentó que la película “Roma” de Alfonso Cuarón la hizo reflexionar sobre la necesidad de reconocer el trabajo de las mujeres que nos apoyan en nuestros hogares. Dijo estar de acuerdo con que se les afilie al sistema nacional de seguro social: “es un trabajo como cualquier otro. Tienen que tener una protección en salud, de retiro, como cualquier persona, porque su trabajo es digno”, señaló.
Reflexiones sobre los hechos
Las historias de vida recogidas en esta investigación confirman que la relación humana y laboral de las trabajadoras del hogar con sus patrones tiene múltiples colores y sabores.
Pero los hilos que tejen esta red de relaciones tienen sus nudos en cuatro constantes: ser mujeres, ser pobres, pertenecer a comunidades rurales y tener un mínimo grado de escolaridad. Después de los jornaleros agrícolas y de la construcción, son el sector más vulnerable en nuestro país.
Estudios recientes revelan que las trabajadoras del hogar cargan con una serie de estigmas y prejuicios sociales. Los nombres peyorativos de Criada, Chacha, gata… expresan la discriminación y la poca valorización de su trabajo.
Su origen rural es reflejo de la desigualdad social y la falta de oportunidades en nuestro México, donde 53.4 millones viven en pobreza y 9.4 millones en pobreza extrema, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL, 2018).
En torno a la red de relaciones que viven las trabajadoras del hogar, nuestra sociedad ha construido muchos mitos que ocultan verdades.
Uno, es que las trabajadoras domésticas son “parte de la familia”. Este argumento aparentemente convincente encierra una injusticia laboral. Pero mientras no se les reconozcan sus derechos, las gratificaciones seguirán siendo regalos de “una buena patrona” a alguien que “estima mucho”, pero con quien no existe una relación laboral justa y formal. Pues si verdaderamente los patrones valoraran a las trabajadoras de su hogar, deberían romper la informalidad, las buenas intenciones y apariencias.
Otro de los mitos es que las trabajadoras del hogar, por ser de escasos recursos no necesitan de un salario y ni de las prestaciones sociales que establece la ley. La mayoría de los patrones se sienten bienhechores porque dan trabajo a gente necesitada. Creen que, al ofrecerles alimento todos los días y medicina cuando enferman; al contar con todos los aparatos electrodomésticos que alivianan el trabajo –aunque no los horarios-, la remuneración semanal que les dan es justa y suficiente.
Otro mito es que las trabajadoras domésticas no necesitan contar con una seguridad social ni ser afiliadas aI IMSS, pues los patrones argumentan que se le paga bien y gozan de vacaciones. Además creen que la afiliación les exigirá tiempo y dinero, perdiendo de vista que son mayores los beneficios.
Uno más, es el mito alrededor de las justificaciones de despido y negación de empleo. Los patrones creen que cuando la trabajadora doméstica es mayor de 70 años, no tienen por qué preocuparse pues existen programas sociales que le ayudarán en su situación. Y cuando son menores de edad, la ley les prohíbe tener un trabajo remunerado.
Mientras persista la mentalidad de considerar a las trabajadoras del hogar como ayudantes y no como trabajadoras; como instrumentos y no como personas sujetas de derechos, las relaciones humanas y laborales seguir cubiertas por la injusticia y el silencio.
Vientos nuevos
Ha sido una agradable coincidencia la aparición de película mexicana “Roma” dirigida por Alfonso Cuarón con la aprobación de la nueva Reforma Laboral el pasado 30 de abril, que beneficiará casi a 10 por ciento de la fuerza laboral de las mujeres. Ambos hechos le han dado color a una realidad que por años se ha vivido en blanco y negro.
Pero este paso es fruto de una lucha de esfuerzos colectivos de movimientos sociales, que en los últimos años se han propuesto el cumplimiento y ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que regula los derechos del empleo doméstico.
Por otro lado, el Sindicato Nacional de Trabajadoras del Hogar, coordinado por María Isidra Llanos, que alberga mil 500 afiliadas, aprovechó el “Día de las Trabajadoras Domésticas”, celebrado el pasado 30 de marzo para socializar los beneficios directos de la nueva Reforma Laboral, el plan piloto propuesto por el IMSS, pero sobre todo, a romper el silencio y poner las bases de un México más justo, incluyente y solidario con los sectores más vulnerables e invisibles.
Una buena y necesaria propuesta
Sobre la aplicación de la nueva reforma laboral en nuestra región, en concreto sobre los derechos laborales de las trabajadoras del hogar, el licenciado Reynaldo Partida comentó que “es una buena y necesaria intención, pero el problema reside en la implementación de las leyes secundarias, porque como dice el dicho El diablo está en los detalles”.
La ley obliga que los patrones afilien a sus trabajadoras domésticas y esto les exigirá pagar al Sistema de la Administración Tributaria (SAT) el impuesto correspondiente. Además supone tiempo y dinero.
Ante esta nueva exigencia: “creo que la mayoría de patrones pueden decidir no afiliarlas o prescindir de sus servicios, lo que afectará directamente a las trabajadoras del hogar, que se verán obligadas a continuar trabajando sin seguridad social o trabajar con varios patrones prestando servicios concretos, o ganar su sustento en los trabajos del comercio informal”.
“Aquí en nuestra región no se han socializado los derechos de esta nueva reforma, tampoco hay organizaciones sociales ni sindicatos, que promuevan la conciencia y organización de las trabajadoras del hogar, ni los patrones son conscientes de estas nuevas disposiciones. Por eso, creo que todo quedará en buenas intenciones”, subrayó Partida.
Ofrecer estas informaciones y reflexiones sobre las trabajadoras del hogar encierra dos propósitos. Uno, es poner sobre la mesa la realidad que viven y afrontan día a día estas mujeres. Otro, es generar interés y opinión sobre los derechos propuestos en la nueva Reforma Laboral. Y tercero, sensibilizar y emprender caminos de organización que respondan al grito silencioso que reclama ser atendido de manera humana y evangélica, pues sin contar con datos precisos, es un hecho que muchos agentes de pastoral de nuestras comunidades son mujeres que trabajan en casas.