Los migrantes me han cambiado la vida
Desde hace cuatro años el padre Alejandro Solalinde ha sido perseguido y amenazado de muerte por el “delito” de jugarse la vida por defender a los migrantes centroamericanos en su paso hacia los Estados Unidos de la violencia, el secuestro y la extorsión que sufren de parte de los grupos del crimen organizado y por denunciar la corrupción de policías, funcionarios y políticos mexicanos que han hecho del migrante una mercancía que les reditúa jugosas ganancias económicas.
El pasado jueves 6 de octubre, en la ciudad de México, tuve la oportunidad de conocerlo personalmente. Sentados en un muro de piedra, con la sencillez que le caracteriza, me contó algo de su historia y me reveló sus motivaciones que lo impulsaron a convertirse en un hermano en el camino de los migrantes.
Tiene 65 años de edad y recientemente ha celebrado su 37 aniversario de vida sacerdotal. Su ministerio lo ha vivido en diferentes comunidades de la Diócesis de Tehuantepec. Su último destino fue la parroquia de Ixtepec, enclavada en la sierra de Oaxaca. Es un pueblo de alrededor de 40 mil habitantes que han abandonado su vocación de agricultores y ganaderos para convertirse en comerciantes y prestadores de servicios para los migrantes que llegan a este lugar, que hoy día, es la estación final del tren de carga , llamado “La bestia” cuyo punto de partida es Tapachula, Chiapas.
La trágica realidad de los migrantes sacudió la conciencia y abrió el corazón de este sacerdote. “El fenómeno de la emigración es un desafío y un compromiso moral para cualquier cristiano, porque nuestra misión es ayudar, acoger y acompañar a los más pobres. Cada vez me convenzo que el apoyo a los migrantes es la puerta que se me abrió para vivir mi sacerdocio y el resto de mi vida con fidelidad a Dios y a la realidad desde donde Él me llama a seguirlo. En los migrantes veo el rostro de Jesús; ellos me han cambiado la vida”, comentó el P. Solalinde.
El 26 de febrero de 2007 abrió un albergue en Ixtepec cerca de las vías del tren. Decidió dejar el curato para irse a la estación del tren para ofrecerles a los migrantes un techo, una comida caliente, un vaso con agua fresca y, sobre todo, calor humano y protección. La primera noche lo acompañaron 400. Hoy, con el apoyo de algunas personas de la comunidad, de su familia y de organizaciones nacionales y extranjeras, el albergue “Hermanos en el camino” cuenta con un dormitorio para mujeres y otro para hombres; capilla, comedor, cocina, bodega, oficina y un consultorio abierto a toda la población. El equipo responsable lo integran 18 personas; ocho son centroamericanos.
El albergue “Hermanos en el camino”que, recibe un promedio de 100 migrantes por día, es la nueva parroquia del P. Solalinde. Ahí vive; duerme en una hamaca que está en la oficina, y cuando es necesario, tira un colchón en el patio donde pernocta rodeado de sus guardaespaldas puestas por el gobierno a petición de Margarita Zavala, esposa del presidente Felipe Calderón.
Su solidaridad y su compromiso de caminar con los migrantes le han provocado ataques y hostigamiento por parte de miembros de la comunidades, alentados por bandas de delincuentes y por autoridades locales y estatales.
Un ejemplo de las intimidaciones que sufre el P. Solalinde ocurrió el 24 de junio de 2008, cuando un grupo de 50 residentes de Ixtepec, encabezados por el alcalde y 14 policías municipales, irrumpieron en su albergue. Amenazaron con prender fuego a él y al albergue si no se cerraba en un plazo de 48 horas. “Fue un momento difícil, pero a la vez muy alentador. Caí en la cuenta de que yo soy migrante, que mi misión es ser instrumento de Dios con el compromiso de seguir caminando en la ruta de Cristo, con la esperanza de que estos hermanos cumplan con su anhelo de buscar un espacio donde hacer una vida diferente y un trato humano, como sujetos, no como objetos desechables. Aunque son muchos, son invisibles. Como no votan en México, ningún político se interesa por ellos. Como no dejan remesas, el gobierno no invierte un centavo para protegerlos. Como no son un grupo de presión, la prensa publica sus historias de manera esporádica y anecdótica. Como no dan limosnas, la iglesia católica los ve con indiferencia y sospecha”, expresó Solalinde con cierto coraje y un dejo de tristeza.
Despúes de 50 minutos de conversación, me quedó claro que estaba frente a una persona de un gran corazón y valiente, de un sentido crítico de la realidad y de una profunda experiencia de Dios. “He descubierto que mi misión como pastor no es negociar ni pactar, sino defender al ser humano, ayudarlo y promoverlo para que tenga una vida digna. He decidido tomar el martillo y el cincel del escultor para descubrir la bondad que hay en los corazones de los migrantes y también de quienes cínicamente los extorcionan y cruelmente desaparecen y matan”, nos dijo, sonriendo y tomando la cruz de madera que siempre lleva colgada a su cuello, este sacerdote responsable en el sureste mexicano de la Pastoral de Movilidad Humana en la Iglesia Católica.
Publicación en Impreso
Número de Edición: 113
Autores: P. Luis Antonio Villalvazo
Sección de Impreso: Semillas de Mostaza