La salud es primero

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Pbro. Jesús Mendoza
Diócesis de Acapulco.

De esta pandemia tenemos lecciones que aprender. El coronavirus (Covid-19) que está invadiendo el planeta es una grave amenaza, pero también es una oportunidad. Nos está desnudando y nos muestra tal y como somos, con nuestras luces y nuestras sombras. Cuando las cifras de los muertos y de los contagiados van subiendo de manera exponencial, empezamos a sentirnos más amenazados y a abandonar la acostumbrada frivolidad ante los asuntos graves que debemos afrontar con responsabilidad.

Una cosa que salta a la vista es que la salud es primero. Esta afirmación tan simple la hemos complicado tanto que ya no creemos en ella. Si el tema de la salud está poniendo en riesgo hasta la economía global en todos sus aspectos y está dejando que se asome una eventual catástrofe internacional, es que la salud es clave para la vida, cosa que hemos descuidado.

La salud tiene que ser el tema central que ponga en su justo lugar a las instituciones y a los sistemas humanos. ¿Para qué es la política? Para poner las condiciones necesarias de manera que todos tengamos acceso a la salud. ¿Y para qué es la economía? Para que a todos lleguen los recursos necesarios para vivir saludables. La política, la economía, la cultura y la organización social se miden en términos de salud, y de salud integral. El ejercicio de la política tiene que poner las condiciones para prevenir y para curar cuando sea el caso.

Y no sólo se trata de la salud física. También tenemos que incluir la salud mental, emocional y espiritual. Todo esto junto es lo que debiera abarcar la salud pública. Para contar con salud pública se requieren relaciones políticas, económicas y sociales sanas. En nuestro caso, la economía que mata, la política que corrompe, la sociedad que discrimina y excluye enferman al país. Por esto estamos enfermos de miedo, de desesperanza, de frustración, de rabia y de rencor. Por eso tenemos estacionada la violencia, la desigualdad y la corrupción desde hace muchos años. Necesitamos un país sano, instituciones sanas, estructuras sanas. Necesitamos personas sanas en familias saludables.

La salud debiera ser un tema transversal para todos y para todo porque asegura la vida, abre horizontes hacia el desarrollo y se abre paso el futuro. Sin salud no hay ni esperanza ni futuro.

Con la pandemia del coronavirus estamos viendo una radiografía de lo que somos. Estamos ante un ajuste de cuentas contra lo que hemos construido entre todos, que está resultando tan vulnerable, tan precario. Es paradójico que Europa y su Primer Mundo estén resultando tan frágiles. Las potencias de la economía no son tan poderosas como presumen. El mundo que hemos construido no es tan sólido ni tan estable. Un insignificante virus lo ha puesto en jaque.

Estamos ante una oportunidad. ¿Por qué no se enfoca todo con el sentido más humano posible? Si las grandes trasnacionales de la industria alimentaria tienen como meta enfermar a la población y la gran industria farmacéutica tiene la meta de mantenernos enfermos porque el ídolo del dinero necesita sacrificios humanos, ¿acaso no es hora de enfocar de manera más humana la alimentación y la salud?

Estamos reconociendo la grave carencia de no nos cuidamos. ¿Dónde está la cultura del cuidado? La manera de organizar la economía, la política y la sociedad nos han hecho incapaces de cuidarnos unos a otros. Los padres no cuidan a sus hijos, los hijos no cuidan a sus ancianos, las autoridades no cuidan a sus pueblos y los pueblos no cuidan el medio ambiente. Nadie cuida a nadie. Ganar, comprar, competir, vender, trabajar, consumir, y otros han sido los verbos preferidos. El verbo cuidar no está en nuestro vocabulario cotidiano. La violencia ha arrasado todo e instrumentalizado todo.

Hay que pensar en lo esencial. Hay que cuidar al ser humano, a los pequeños y frágiles, a los enfermos y a los abandonados, a las mujeres y a los niños. Hay que cuidar el cuerpo y el espíritu, el pasado y el futuro. Hay que cuidar la economía y la política, la cultura y la educación. Hay que cuidar nuestros ríos y mares, nuestros bosques y nuestra fauna. Hay que cuidar a las familias y a las comunidades, nuestras tradiciones y nuestros sueños. Estamos ante la oportunidad de la solidaridad, del bien común, ante la oportunidad de los bienes compartidos, de la primacía del espíritu y de la bondad. No dejemos que se nos vaya. Algo bueno nos dejará esta pandemia que ha puesto a prueba nuestra humanidad, a nuestra inteligencia y a nuestra imaginación.

Después de todo, la salud es primero. La salud de todos y de todo.

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