La revolución se extiende. Los motores de los movimientos en el Norte de África y Medio Oriente
Los días 14 de Enero y 11 de Febrero del 2011, serán recordados como el inicio de un nuevo capítulo en la historia de la democratización del Norte de África y Medio Oriente. Son las fechas en que los movimientos sociales en Túnez y Egipto derrocaron regímenes autoritarios de más de 20 años en el primer caso y 30 años en el segundo.
Las protestas en estos países han inspirado a naciones vecinas como Marruecos, Libia, Argelia, Siria y Jordania; y a algunas más alejadas como Yemen, Bahréin, Omán, Arabia Saudí, Irán e Irak. La comunidad internacional se ha interesado de tal manera en estos acontecimientos, que desde el inicio han atrapado la atención de los medios de comunicación, que han seguido el proceso de dichos eventos.
¿Qué buscan los movimientos?
Si estas manifestaciones han adquirido tal fuerza, es porque existen condiciones que permitieron que el sentimiento se expandiera por la región. Primero, todos los países mencionados son árabes y mayoritariamente Islámicos, aunque algunos llevan una interpretación más rígida de la Sharia, o ley islámica, que ha provocado la discriminación de ciertos grupos sociales que buscan reivindicarse. Un ejemplo es Egipto, que siendo una de las naciones árabes con mayor población cristiana, durante el régimen de Mubarak se mantuvo al margen de la vida política y la atención del Estado a los cristianos Coptos.
Segundo, Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Libia, Siria, Arabia Saudí, Jordania y Yemen, tienen una población compuesta al menos en un 50% por jóvenes menores de 30 años. En Argelia, el peor de los casos, el 45.6% de éstos están desempleados; en Egipto sobrepasa el 21% y en Túnez llega al 27%. La mejor cifra pertenece a Arabia Saudí, donde el desempleo alcanza al 16.3% de los jóvenes, que representa más de un cuarto de millón de personas desocupadas.
A esto se suma el constante incremento en los precios alimentarios, las consecuencias de la crisis financiera mundial y la ausencia de programas sociales gubernamentales que reflejen los ingresos de la venta de energéticos a occidente. Estas ganancias, lejos de redistribuirse, han incrementado las fortunas personales de los gobernantes. Este es el caso del ex presidente tunecino Ben Ali, quien, según la BBC, tiene una fortuna personal de aproximadamente 60,000 millones de euros (equivalente a más de un millón de millones de pesos mexicanos).
Sin embargo, el motor principal de estos movimientos sociales es la lucha por conseguir sociedades democráticas, donde se garanticen libertades individuales como la participación política o la libertad de expresión. Durante décadas, en países como Túnez y Egipto, no se permitieron sindicatos autónomos, libertad de prensa, oposición política real, ni ninguna crítica hacia los regímenes.
¿Quiénes están participando?
Existe la creencia de que en el mundo árabe no pueden desarrollarse sociedades democráticas como las occidentales y que factores culturales como la religión lo impide. Esta idea está siendo desacreditada por estos movimientos. Como menciona el experto palestino-americano Issa Khalaf (opendemocracy, 22 de Febrero de 2011): “la juventud árabe es nacionalista y está orgullosa de su herencia cultural Islámica, pero ahora ponen énfasis en la libertad de expresión, Derechos Humanos, transparencia y rendición de cuentas, Estado de Derecho, desarrollo socioeconómico, rechazo a la injerencia extranjera y retan al modelo económico neo-liberal. Esto ha propiciado la formación de una vibrante y comprometida sociedad civil en la región”. Como explica Khalaf, principalmente los jóvenes y las clases medias cuestionan el modelo neoliberal, al ser afectados por las políticas ortodoxas neoliberales que los empobrecen más o aumentan la brecha entre el grueso de la población y la minoría beneficiada por este modelo.
Esto no significa que los grupos religiosos estén al margen de los movimientos, al contrario, estas organizaciones son las que han tomado más protagonismo. Este es el caso de la Hermandad Musulmana, organización islámica que está en el centro de estas revueltas e incluso ha luchado junto a grupos cristianos. Así sucedió en Egipto, donde formaron el Movimiento de Unidad Nacional y usaron las redes sociales como herramienta para difundir el mensaje. Esto, según Jesús López Almejo, profesor del ITESO, ha sido fundamental en el éxito de las luchas: “no reivindicar para sí las victorias políticas obtenidas por grupos específicos y no dividir la unidad que se ha gestado en el pueblo”.
A pesar de décadas de condiciones desfavorables, estas sociedades han mostrado su capacidad de organizarse y producir levantamientos democráticos que no distinguen religión ni género. Hemos visto las imágenes en Egipto, donde cristianos y musulmanes marchaban juntos y las mujeres tomaron iniciativa para mostrar que no se puede pensar en democratización sin ellas. Se han convertido en actores primarios de esta lucha, lo que les ha dado poder para negociar mayores derechos.
Derrocar a un presidente con manifestaciones ciudadanas no significa obtener democracia. La fase más importante, el inicio de la construcción de sociedades verdaderamente democráticas aguarda. La comunidad internacional deberá ser facilitadora del proceso. ¿Hasta dónde llegará esta revolución?
Publicación en Impreso
Número de Edición: 108
Autores: Reflejo Internacional
Sección de Impreso: Juan Ignacio Pérez Pereda