Homilía para la Vigilia Pascual 2021

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El grito silencioso de Dios

Textos: Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Bar3,9-15.32-4,4; Ez 36,16-28; Rm 6,3-11; Mc 16,17

Después de habernos preparado durante la Cuaresma, esta noche estamos celebrando el motivo central de nuestra fe. “Jesús de Nazaret, el que fue crucificado (…) ha resucitado”, acabamos de escuchar en el testimonio que nos ofrece san Marcos de la Resurrección de Jesús. Esta Buena Noticia, el Evangelio, comenzaba a ser escuchada y proclamada de parte de las mujeres que fueron al sepulcro a buscar un muerto para embalsamarlo.

Dios respondió al grito de angustia y de confianza de su Hijo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Dios va realizando su proyecto de salvación en silencio, sin hacer ruido, pero ofreciéndonos lo que ocupamos como humanidad para tener una vida digna. Los textos que hemos escuchado, que son algunos de los pasajes más importantes de la historia de la salvación, nos ayudan a descubrir, acoger y agradecer ese trabajo silencioso de Dios a favor de sus hijos e hijas.

Nadie lo vio crear esta Casa común que luego nos encomendó. Nadie lo vio crear al hombre y a la mujer. Nadie supo cómo decidió prometerle a Abraham una descendencia inmensa. Él comenzó el movimiento para liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto y llevarlo a la tierra prometida. En el silencio les pidió a los profetas que anunciaran a su pueblo una vida nueva, que le comunicaran su proyecto de hacer una alianza perpetua, que transmitieran la promesa de darle un corazón y un espíritu nuevos. Nadie supo cuándo ni por dónde envió a su Hijo, el Mesías, para la salvación de la humanidad. En silencio sostuvo a Jesús en su misión de anunciar y hacer presente el Reino; callado lo estuvo acompañando en su Pasión y Muerte. Nadie lo vio resucitar a Jesús de Nazaret, solo el silencio de la noche.

Fueron tres mujeres: María Magdalena, María (la madre de Santiago) y Salomé, las que escucharon la primera noticia de que el Nazareno ya no estaba en la tumba, sino que había resucitado. El silencio de Dios se había terminado. Su gran grito —silencioso— fue la Resurrección de su Hijo. Nunca lo abandonó, como nunca abandona a los que sufren, a las víctimas de la violencia y de las desigualdades sociales, a los pobres, a la naturaleza maltratada.

Esta noche nos unimos a la alegría de las mujeres, pero también al compromiso de transmitir la noticia de la Resurrección y de convocar a los demás miembros de la comunidad para que nos encontremos con el Resucitado. A ellos les pidió que fueran a Galilea, tierra de paganos; a nosotros nos pide que vayamos a las periferias para descubrirlo vivo y escucharlo en los alejados, los desechados, los sufrientes. A nosotros nos toca actualizar esta experiencia pascual, obrada por Dios en el silencio, aquí en nuestra comunidad parroquial.

Dispongámonos a reasumir esta tarea, renovando las promesas que hicimos en el Bautismo y recibiendo de manera sacramental en la Comunión a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado y a quien Dios resucitó. Al igual que las mujeres, una vez renovando nuestra condición de bautizados, salgamos de esta celebración a comunicar la Buena Noticia de la Resurrección y a seguir buscando la manera de ayudar a que en la comunidad se viva el encuentro con el Resucitado en medio de la pandemia de Covid-19.

3 de abril de 2021

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