Homilía para la fiesta de la Presentación del Señor 2014
Ancianos con esperanza
Textos: Mal 3, 1-4; Hb 2, 14-18; Lc 2, 22-40.
Hoy, aunque es el Día del Señor, no se proclamaron los textos bíblicos correspondientes al domingo, dado que celebramos la fiesta de la Presentación del Señor. En el Evangelio se nos narra lo que sucedió el día en que llevaron al Niño Jesús a presentar al templo. Con ese hecho, se cumplió lo que aparece en las otras dos lecturas: el Señor, que entró en el tempo de improviso, tenía nuestra misma sangre. Al llegar, fue recibido con alegría por dos ancianos con esperanza.
Ancianos con esperanza
Textos: Mal 3, 1-4; Hb 2, 14-18; Lc 2, 22-40.
Hoy, aunque es el Día del Señor, no se proclamaron los textos bíblicos correspondientes al domingo, dado que celebramos la fiesta de la Presentación del Señor. En el Evangelio se nos narra lo que sucedió el día en que llevaron al Niño Jesús a presentar al templo. Con ese hecho, se cumplió lo que aparece en las otras dos lecturas: el Señor, que entró en el tempo de improviso, tenía nuestra misma sangre. Al llegar, fue recibido con alegría por dos ancianos con esperanza.
San Lucas resalta la presencia en el templo de Simeón y Ana, cuando José y María llegaron con el Niño y con su ofrenda de pobres: los dos pichones. Esos ancianos se convierten en modelo para nosotros. De Simeón, san Lucas dice que era justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel, que en él habitaba el Espíritu Santo; de Ana, resalta que era muy anciana, que era viuda desde joven y que no dejaba el templo, orando y ayunando para Dios.
Las personas ancianas ya de por sí son muy valiosas: el camino recorrido a lo largo de la vida entre alegrías y penas, las ha hecho sabias porque han enfrentado la vida y han salido adelante. Ellas llevan la historia de su familia, una buena parte de la cultura de su pueblo y la sabiduría de la vida. El mundo, la sociedad, la Iglesia les debemos mucho, y hoy podemos agradecer a Dios el valor de los ancianos. Así eran Simeón y Ana, pero ellos tenían algo más: la esperanza.
Simeón aguardaba el consuelo de Israel, Ana la liberación de Israel. Así lo escribió san Lucas. Ambos tenían esperanza de que se cumplieran las promesas del Señor para con su pueblo; eran las promesas de una vida nueva, las promesas del fin de la esclavitud y los sufrimientos de Israel, la promesa sobre todo de la venida del Mesías. Los muchos años que Dios les dio los vivieron con esa esperanza. Entonces su sabiduría se vio enriquecida con la esperanza.
Y al final de su vida, Dios les concedió ver cumplidos sus sueños en aquel Niño que José y María llevaban a presentar. Su llegada los llenó de alegría, los hizo emocionarse, los llevó a elevar su oración de alabanza a Dios, los impulsó a hablar del Niño. Se hicieron sus testigos. Todo esto fue obra del Espíritu Santo. Él los impulsó a salir al encuentro de Jesús, el Hijo de Dios, y a proclamar el cumplimiento de las promesas de Dios, no sólo para ellos sino para todo el pueblo.
Esa experiencia de Ana y Simeón es la que agradecemos a Dios con la Eucaristía de hoy. Pero, esta misma celebración nos trae compromisos. Uno de ellos es valorar a nuestros ancianos. Demos gracias a Dios por la vida que les ha concedido, por la sabiduría que han adquirido a lo largo de los años, por su caminar entre alegrías, penas y esperanzas. Pidamos perdón por los que viven –o sobreviven– abandonados en el cuarto del fondo de la casa o en un asilo o solos.
La Eucaristía también nos compromete a realizar lo mismo que aquellos ancianos: a vivir con esperanza ante el sufrimiento por las enfermedades, la crisis económica, la destrucción de la Creación, la violencia. Estas situaciones no tienen la última palabra en la vida del mundo. Dios nos ha prometido un cielo nuevo y una tierra nueva. Vivir con la esperanza de que sean una realidad nos lleva a trabajar para que mejoren las condiciones de vida de la humanidad.
La base de estos compromisos la tenemos en el encuentro con Jesús. Esta celebración culmina con la Comunión sacramental. Esto es motivo de alegría, de alabanza a Dios, de proclamación de sus maravillas. Si nos encontramos con Jesús es para reconocerlo y confesarlo como nuestra luz, igual que Simeón; o para hablar de Él a los demás, como Ana. Alimentados por la Eucaristía, vayamos a vivir con esperanza, como aquellos dos ancianos.
2 de febrero de 2014