Homilía para el Viernes Santo 2017

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Yo soy, yo no soy

Misal Romano 021

Al comienzo de la narración de la Pasión según san Juan, cuando a le dicen en el huerto que buscan a Jesús, el nazareno, Él dice: “Yo soy”, sin hacerse para atrás. Así comenzó la experiencia fuerte de su sacerdocio, el cual está descrito en los dos primeros textos, el de Isaías y el de la Carta a los Hebreos. Después de contestarles dos veces lo mismo a los que fueron a apresarlo, siguieron el juicio, la negación de Pedro, los golpes, la condena oficial a muerte, la entrega de Pilato para que se lo llevaran a crucificar, la crucifixión y la muerte en la cruz.

Yo soy, yo no soy

Textos: Is 52, 13-53, 12; Hb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19,42.

Misal Romano 021

Al comienzo de la narración de la Pasión según san Juan, cuando a le dicen en el huerto que buscan a Jesús, el nazareno, Él dice: “Yo soy”, sin hacerse para atrás. Así comenzó la experiencia fuerte de su sacerdocio, el cual está descrito en los dos primeros textos, el de Isaías y el de la Carta a los Hebreos. Después de contestarles dos veces lo mismo a los que fueron a apresarlo, siguieron el juicio, la negación de Pedro, los golpes, la condena oficial a muerte, la entrega de Pilato para que se lo llevaran a crucificar, la crucifixión y la muerte en la cruz.

Jesús vivió su sacerdocio –y nosotros participamos de él por el Bautismo– compadeciéndose de nuestros sufrimientos. No se hizo para atrás sino que obedeció al Padre padeciendo. Lo que el profeta Isaías dice del Siervo sufriente se cumplió totalmente en Jesús: fue puesto en alto, se convirtió en motivo de horror, su semblante quedó desfigurado, no tenía gracia ni belleza ni aspecto atrayente, fue despreciado, rechazado, despreciado y desestimado, soportó nuestros sufrimientos, aguantó los dolores, fue herido, humillado, traspasado, triturado; soportó el castigo, quedó llagado, no abría la boca sino que enmudeció, lo hirieron de muerte, lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo sepultaron con los malhechores.

A ese grado llegó el ejercicio de su sacerdocio, con tal de traernos la paz, tan agredida hoy; con tal de curarnos del pecado, la injusticia, la violencia; con tal de justificar a muchos, cargando nuestros crímenes y agresiones a los derechos humanos; con tal de tomar sobre sí las culpas de todos y de interceder por los pecadores. Todo esto como consecuencia de haberse sostenido en el Yo soy.

En cambio, cuando le preguntaron a Pedro si era uno de los discípulos de Jesús, respondió: “No lo soy”. Se hizo para atrás. Así nos sucede a la mayoría de los cristianos, que participamos del sacerdocio de Jesús, sea por estar bautizados sea por haber recibido el sacerdocio ordenado. Aunque nos reconozcamos miembros de la Iglesia, también lo negamos al no vivir como discípulos, al no vivir como hermanos, al despreocuparnos de cumplir la misión, al ignorar a los enfermos, migrantes, excluidos; al tramar o avalar injusticias, al agredir a los demás en la familia, en la comunidad, en la escuela, en el trabajo o en la sociedad.

Dispongámonos a realizar el gesto de adoración de la cruz y a recibir la Comunión sacramental, reconociendo lo que le costó a Jesús decir “Yo soy” en la vivencia de su sacerdocio y pidiéndole que nos ayude a vivir el nuestro sin hacernos para atrás diciendo “No lo soy”, sobre todo con nuestros hechos.

14 de abril de 2017

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