Homilía para el domingo del Bautismo del Señor 2020

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Complacer a Dios haciendo el bien
Este domingo en que nos hemos reunido para la Eucaristía, celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús. Es una oportunidad que se nos presenta para renovar nuestra condición de bautizados y asumir con mayor entusiasmo el compromiso que recibimos el día del Bautismo.

Complacer a Dios haciendo el bien

Textos: Is 42, 1-4; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17

Este domingo en que nos hemos reunido para la Eucaristía, celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús. Es una oportunidad que se nos presenta para renovar nuestra condición de bautizados y asumir con mayor entusiasmo el compromiso que recibimos el día del Bautismo.

Jesús fue al río Jordán para ser bautizado por Juan. No tenía necesidad de hacerlo, puesto que el bautismo del Bautista era de arrepentimiento, en la dinámica de preparación para recibir al Mesías. Por eso Juan le protestó a Jesús diciéndole que más bien Él tenía que bautizarlo. Pero Jesús estaba en la dinámica de identificación con la humanidad, al meterse entre la multitud y al agua como pecador entre los pecadores. De esta manera, Él asumía lo más posible nuestra condición humana para realizar con fidelidad la misión de salvación que el Padre le encomendó.

La solidaridad de Dios con la humanidad está bien clara en Jesús, su Hijo, y se la agradecemos con esta Eucaristía. Jesús actuó como Hijo obediente. Por eso le pidió a Juan que lo bautizara, para cumplir lo que Dios quería. Esta obediencia la vivió desde el comienzo de su misión, al recibir el bautismo, hasta el final, hasta la cruz. Esto nos dice que nuestra vida personal y comunitaria tiene que ser de total obediencia al Padre, puesto que al ser bautizados nos identificamos con Jesús.

Al salir del agua, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús y lo llenó de su fuerza para sostenerlo en la misión que estaba por comenzar. San Pedro reconoció esta acción del Espíritu Santo en la persona de Jesús, al catequizar a Cornelio y su familia. Les dijo que Dios ungió a Jesús con el poder del Espíritu Santo y que, dejándose conducir por Él, pasó por el mundo haciendo el bien. Es exactamente el mismo Espíritu que nosotros recibimos en el Bautismo, al iniciar nuestra vida de fe. Fuimos ungidos por Él para hacer el bien por el mundo. Hay que darle gracias a Dios por este don; pero tenemos que manifestarlo con nuestros hechos, al igual que Jesús, con mayor razón porque se confirmó su presencia en nosotros en el momento de recibir el sacramento de la Confirmación.

El Padre reconoció su confianza en la obediencia y la fidelidad de su Hijo, al decir que en Él tenía sus complacencias. Jesús de Nazaret era el siervo a que se refería el profeta Isaías, el elegido y sostenido por Dios para establecer el derecho sobre la tierra y hacer brillar la justicia sobre las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, liberar a los cautivos y llevarlos a la luz. Para eso puso sobre Él su Espíritu. Dios se complacía en Jesús, como el papá se alegra y enorgullece cuando sus hijos viven bien, son gentes de trabajo, servicio y armonía, cuando se realizan en la vida. Esto mismo está esperando Dios de nosotros, sus hijos e hijas: que en nuestra vida nos parezcamos a Jesús´; que, conducidos por el Espíritu Santo, seamos personas de servicio, ayuda y solidaridad, que seamos misioneros al servicio de su Reino, que pasemos por el mundo haciendo el bien.

Las palabras pronunciadas en relación a Jesús, fueron dichas también en relación a cada uno de nosotros al ser bautizados y recibir el Espíritu Santo. ¿Qué tan complacido estará Dios con nuestra vida? ¿Somos hijos e hijas obedientes como Jesús? ¿Estamos cumpliendo con fidelidad la misión para la que fuimos ungidos por el Espíritu del Señor? ¿Pasamos por el mundo haciendo el bien?

Además de agradecer a Dios el don del Bautismo, en que fuimos aceptados y reconocidos como sus hijos e hijas y fuimos ungidos por su Espíritu, renovemos nuestro compromiso de ser hijos e hijas obedientes hasta la muerte, de pasar por dondequiera haciendo el bien y luchando contra el mal. Dispongámonos a recibir sacramentalmente a Jesús para vivir con entusiasmo esta misión.

12 de enero de 2020

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