Homilía para el Domingo de Ramos 2016

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El signo más grande de la misericordia de Dios

DomRamos C 16

PROCESIÓN: Con nuestras palmas acompañamos a Jesús este domingo en su entrada triunfal a Jerusalén. Nos unimos a aquella multitud de discípulos descrita en el texto del Evangelio, que lo bendecía como el rey que venía en el nombre del Señor. Este es un gesto doble: por una parte, alabamos a Dios por su misericordia mostrada en su Hijo Jesús; por otra, expresamos nuestro deseo de seguir a Jesús hasta la cruz, con la que aparentemente quedaba derrotado.

El signo más grande de la misericordia de Dios

Textos: Lc 19, 28-40; Is 50, 4-7; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56.

DomRamos C 16

PROCESIÓN: Con nuestras palmas acompañamos a Jesús este domingo en su entrada triunfal a Jerusalén. Nos unimos a aquella multitud de discípulos descrita en el texto del Evangelio, que lo bendecía como el rey que venía en el nombre del Señor. Este es un gesto doble: por una parte, alabamos a Dios por su misericordia mostrada en su Hijo Jesús; por otra, expresamos nuestro deseo de seguir a Jesús hasta la cruz, con la que aparentemente quedaba derrotado.

Un día Jesús tomó la decisión de ir hacia Jerusalén y nada lo detuvo. Con la celebración de hoy recordamos precisamente su entrada en la ciudad santa, en la que mostró el signo más grande de la misericordia de Dios por la humanidad: la entrega total de su persona hasta la muerte. Allí vivió su pasión y experimentó la muerte injusta. Al morir asumió totalmente nuestra condición humana hasta la muerte e hizo suyos todos nuestros pecados para perdonarlos.

A nosotros nos toca, como miembros de la Iglesia, seguir el mismo camino de Jesús. Por eso, agitar nuestras palmas benditas implica asumir su mismo camino, su mismo estilo de vida, su mismo destino. Vayamos, pues, con la alegría del gentío que aclamaba al Señor, a escuchar y meditar la narración de su Pasión, a renovar nuestra fe que nos compromete a seguirlo y a celebrar la Eucaristía en la que nos alimenta con su Cuerpo y Sangre para ir a ser sus testigos.

PASIÓN: Acabamos de escuchar el relato que san Lucas hace de la Pasión de Jesús. Él sufrió la entrega, la condena a muerte, la negación, los azotes, el abandono, la cargada de la cruz, las burlas, la crucifixión, la muerte. En la experiencia de su Pasión nos mostró lo misericordioso que es Dios para con nosotros. La respuesta de Jesús fue el perdón, no sólo para quienes lo estaban torturando y crucificando sino para toda la humanidad. Esto es lo que agradecemos a Dios.

Jesús se abajó hasta lo último de la humanidad. Ya se había hecho humano en la Encarnación, nació y creció pobre en la familia de Nazaret, se hizo siervo a lo largo de su vida, ahora se unió a los que sufren la muerte y, además, una muerte injusta. Con esto nos muestra cuál es el camino que sus discípulos y discípulas debemos recorrer en nuestra vida. Estamos llamados a abajarnos, a vivir en la pobreza, a hacernos servidores, a entregar nuestra vida, como Él.

Otro signo del abajamiento de Jesús lo tendremos hoy. Él se ofrece en el Pan y el Vino como alimento. Se sigue entregando por nosotros, a pesar de nuestras infidelidades, de que lo negamos al no perdonar a los demás o al buscar los primeros puestos, a pesar de que lo abandonamos en la misión pues no la realizamos, a pesar de que nos burlamos de Él al despreciar a los pobres. La entrega de Jesús y la Comunión nos comprometen a ser discípulos misericordiosos.

20 de marzo de 2016

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