Homilía para el domingo de Pentecostés 2016

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El don del Espíritu

Pentecostés C 16

Este domingo celebramos como Iglesia la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, acontecimiento que llamamos Pentecostés, y como sociedad festejamos a los maestros y maestras. Los textos bíblicos que se han proclamado nos presentan la promesa, la bajada y la acción del Espíritu Santo en la vida de los discípulos de Jesús. Con la Eucaristía agradecemos a Dios el don de su Espíritu, que ilumina, guía y fortalece a quienes lo reciben en su ser testigos de Jesús.

El don del Espíritu

Textos: Hch 2, 1-11; Rm 8, 8-17; Jn 14, 15-16. 23-26.

Pentecostés C 16

Este domingo celebramos como Iglesia la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, acontecimiento que llamamos Pentecostés, y como sociedad festejamos a los maestros y maestras. Los textos bíblicos que se han proclamado nos presentan la promesa, la bajada y la acción del Espíritu Santo en la vida de los discípulos de Jesús. Con la Eucaristía agradecemos a Dios el don de su Espíritu, que ilumina, guía y fortalece a quienes lo reciben en su ser testigos de Jesús.

En el Evangelio escuchamos la promesa que Jesús hizo a sus discípulos durante la Última Cena, cuando se estaba despidiendo de ellos antes de ir a la Cruz. Les dijo que el Padre les enviaría al Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad que les enseñaría todas las cosas y les recordaría las que Él ya les había dicho. Hoy damos gracias a Dios porque esta promesa se cumplió con ellos aquel día de Pentecostés y personalmente con cada uno de nosotros en el Bautismo.

La promesa de Jesús se cumplió durante la fiesta judía de Pentecostés. A los cincuenta días de la Resurrección de Jesús vino el Espíritu Santo y llenó a María, a los apóstoles y a los discípulos reunidos en Jerusalén. Inmediatamente se manifestó su presencia, pues comenzaron a hablar de las maravillas que Dios realizó en Jesús, su Hijo. La central y primera es que habiendo muerto en la cruz a manos de los Sumos Sacerdotes, ancianos, fariseos y escribas, lo resucitó.

Lo interesante de este hecho no fue tanto que los discípulos de Jesús hablaran en diversas lenguas sin haberlas estudiado, sino que las personas que los escuchaban, que eran de varias nacionalidades y hablaban distintos idiomas, entendieran en su propia lengua lo que decían los apóstoles. El mensaje era el mismo: el testimonio de la muerte y resurrección de Jesús. Con esto comenzaron a cumplir el mandato de Jesús de ser sus testigos comenzando por Jerusalén.

Allí en Jerusalén el Espíritu Santo empezó a recordarles la experiencia que vivieron con Jesús, les comunicó lo que tenían que decir y el modo como lo debían decir. Allí nació la Iglesia, al dar inicio a la misión que Jesús confió a sus discípulos. Con la Eucaristía de este domingo agradecemos a Dios el don de su Espíritu, el inicio de la Iglesia, la aceptación del mensaje transmitido por los apóstoles. Pero también pedimos que eso se siga realizando hoy a través de nosotros.

Nosotros tenemos la responsabilidad de dar testimonio de Jesús en nuestras comunidades (barrios, colonias, parroquias), en nuestros espacios de trabajo, en la vida de la sociedad. Para eso vino el Espíritu Santo sobre nosotros en el Bautismo. La primera manera de ser testigos de Jesús es el modo de vivir. San Pablo pide que no llevemos una vida desordenada y egoísta sino conforme al Espíritu. Esto vale para la vida personal, familiar, comunitaria, social y ecológica.

La vida personal debe ser ordenada en todo. La vida de cada familia debe ser ordenada, es decir, llevada en armonía. La vida del barrio debe ser ordenada, o sea, comunitaria. La vida de la sociedad debe ser ordenada, esto es, en el bien común. La vida del universo debe ser ordenada, por eso se le llama cosmos –cosmos significa orden–. La razón, dice Pablo, está en que el Espíritu Santo habita en nosotros. Pidamos a Dios que dejemos actuar su Espíritu en nuestra vida.

Teniendo en cuenta que hoy es el Día de los Maestros, agradecemos a Dios el servicio que ellos dan, lo ponemos sobre el altar y se lo ofrecemos, pidiéndole que sea una ofrenda agradable a Él. Invocamos al Espíritu del Señor, que descendió en Pentecostés sobre los apóstoles y nos llenó con su fuerza en el Bautismo, para que siga iluminando a los maestros y maestras en sus tareas educativas y para que a todos nos convierta en verdaderos testigos de su Hijo Jesús.

15 de mayo de 2016

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