Homilía para el domingo de La Santísima Trinidad 2019

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Somos imagen y semejanza de Dios
Estamos celebrando la Eucaristía en este domingo dedicado a Dios en su condición de Trinidad, de familia, de comunidad. Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es la fuente de comunión y el modelo de toda familia y de toda comunidad. Siempre actúan dialogando, en acuerdo, en comunión, haciendo cada quien lo que le toca, como aparece en la Palabra recién proclamada. Su relación plena se llama amor, porque es la entrega total de una persona hacia las otras dos. Ese amor, como dice san Pablo, lo ha infundido en nuestros corazones, por lo que debemos vivir siempre en el amor.

Somos imagen y semejanza de Dios

Textos: Prov 8, 22-31; Rm 5, 1-5; Jn 16, 12-15

Estamos celebrando la Eucaristía en este domingo dedicado a Dios en su condición de Trinidad, de familia, de comunidad. Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es la fuente de comunión y el modelo de toda familia y de toda comunidad. Siempre actúan dialogando, en acuerdo, en comunión, haciendo cada quien lo que le toca, como aparece en la Palabra recién proclamada. Su relación plena se llama amor, porque es la entrega total de una persona hacia las otras dos. Ese amor, como dice san Pablo, lo ha infundido en nuestros corazones, por lo que debemos vivir siempre en el amor.

A Dios no lo vemos. Pero Jesús –y toda la Escritura– nos da a conocer cómo es, cómo se relacionan las tres Personas, cómo actúa, cómo nos manifiesta su amor. La primera lectura nos habla de la relación, del diálogo, del acuerdo en Dios antes y en el momento de crear el universo. Es aquello que narra el Génesis sobre la creación del ser humano, cuando dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Y así nos creó como su imagen y su semejanza. De ahí nos viene la dignidad, la igualdad, la obligación de respetar a todos y el derecho a ser respetados.

Al prometer el Espíritu Santo, Jesús describió la dinámica existente en las relaciones entre las tres Personas. Del Espíritu dice que no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído; glorificará a Jesús, de quien recibirá lo que comunique a sus discípulos. Del Padre dice que todo lo que tiene es de Jesús y eso lo comunicará a los discípulos. Del Hijo, o sea de sí mismo, Jesús dice que le comunicará al Espíritu la verdad lo que Él tenga que transmitir a los discípulos; lo que tiene Jesús es del Padre y juntos lo comunicarán a los discípulos. No se notan celos o pleitos, ni luchas por el poder, ni desavenencias, sino diálogo, acuerdo, comunión, servicio, amor, entre los tres.

De ahí viene lo que somos y lo que estamos comprometidos a realizar para manifestarnos como imagen y semejanza de Dios. En dondequiera que andemos los bautizados, no tendría que haber ni pleitos, ni luchas por el poder, ni desavenencias, sino diálogo, acuerdo, comunión, servicio, amor. En las familias, entre esposos, entre papás e hijos, entre hermanos, entre tíos y sobrinos, entre primos, tendría que aparecer siempre este modo de vivir y relacionarse. Lo mismo en la comunidad, en el barrio, en el rancho, entre vecinos, entre familias, no debería haber pleitos, habladas, desavenencias, agresiones, rupturas, sino respeto, amistad, ayuda, solidaridad, preocupación de unos para con otros y, sobre todo, por los pobres. Por eso, la Santísima Trinidad, además de ser fuente de comunión y amor, es modelo para nuestras familias y comunidades y por eso le damos gracias.

Cada uno de nosotros, al participar en esta celebración dominical, tenemos que revisar nuestro modo de ser y, sobre todo, de ubicarnos en la vida: si estamos colaborando a la armonía en la propia familia, si somos personas de encuentro, amistad y servicio en el barrio, si nos movemos por el amor. Recordemos que somos imagen y semejanza de Dios. Pero también tenemos que revisar nuestra vida como comunidad: qué tanto estamos trabajando para vivir unidos, para respetarnos y ayudarnos, para ver por los demás, especialmente por los más frágiles. No sólo de manera personal, sino también de manera comunitaria, somos imagen y semejanza de Dios.

Al participar del sacramento de la Comunión, renovamos nuestro compromiso de vivir lo que recibimos de Dios, a través de Jesús y de su Espíritu. Por eso se le llama el sacramento de la comunión. Además de agradecer a Dios que ha derramado su amor en nuestros corazones, pidamos que ese amor lo hagamos visible en la familia, en el barrio, en el trabajo, en la sociedad.

16 de junio de 2019

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