Homilía para el domingo de la Santísima Trinidad 2018
Misión sagrada
Este domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Por eso los textos bíblicos que se han proclamado nos hablan de Dios que creó al ser humano sobre la tierra, que dialoga con su pueblo y lo defiende, que llevó a Israel desde Egipto hasta la tierra prometida, que ofrece vida abundante a su pueblo, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que penetra toda nuestra vida, que nos hace sus hijos e hijas, que nos llama a ser glorificados, que espera que cumplamos sus leyes y mandatos. Hoy con la Eucaristía le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros y renovaremos nuestra relación con Él al recibir a Jesús de manera sacramental en la Comunión.
Misión sagrada
Textos: Dt 4, 32-34. 39-40; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20
Este domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Por eso los textos bíblicos que se han proclamado nos hablan de Dios que creó al ser humano sobre la tierra, que dialoga con su pueblo y lo defiende, que llevó a Israel desde Egipto hasta la tierra prometida, que ofrece vida abundante a su pueblo, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que penetra toda nuestra vida, que nos hace sus hijos e hijas, que nos llama a ser glorificados, que espera que cumplamos sus leyes y mandatos. Hoy con la Eucaristía le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros y renovaremos nuestra relación con Él al recibir a Jesús de manera sacramental en la Comunión.
En el evangelio escuchamos el envío de Jesús a los once discípulos. Para encomendarles la misión los citó en un monte, en Galilea. Es importante el lugar, porque el monte era para los israelitas el lugar de encuentro con Dios. No era solamente un encargo de Jesús a sus discípulos sino que era algo de Dios, por lo tanto, algo sagrado; y lo sagrado se respeta y se cumple. Y, además, era en Galilea, considerada por los judíos como tierra de paganos. En Galilea Jesús comenzó su misión y realizó gran parte de ella; allí mismo encomendó la misión a sus discípulos.
¿Qué fue lo que les pidió? Vayan, les dijo. Lo primero fue enviarlos. Se convertían en misioneros ya sin su presencia física. Esta conciencia no la debemos perder, pues somos misioneros, y esto es algo sagrado. Les pidió que hicieran discípulos a todos los pueblos. El discípulo no se hace de la noche a la mañana; es algo que dura mucho tiempo y lleva su proceso. Ellos caminaron junto con Jesús tres años. Allí se formaron discípulos, viéndolo, escuchándolo, acompañándolo, siendo corregidos, siguiéndolo hasta la cruz, encontrándose con Él después de su Resurrección.
El bautismo viene enseguida. Quien va a recibir el Bautismo ya antes aceptó a Jesús, sus enseñanzas, sus mandamientos, su estilo de vida, su destino, y se decidió a vivir como Él. Además, entre los primeros cristianos se acostumbraba que los jóvenes o adultos, antes de ser bautizados, probaran que sí eran capaces de vivir como Jesús. No bastaba con que dijeran que creían en Él; se ocupaba que mostraran con sus hechos que llevaban una vida cristiana, es decir, que eran ya discípulos suyos. Y entonces la comunidad aprobaba que recibieran el Bautismo.
Entre nosotros se ha perdido esto. Se busca el Bautismo, pero no se trabaja en la formación de discípulos de Jesús. Con que los hijos e hijas tengan sus sacramentos es suficiente para muchos papás. Se ha olvidado el mandato de Jesús, por lo que a los hijos no se les enseña a cumplir lo que Él nos mandó, a vivir en comunidad, a escuchar el Evangelio, a acomodar la propia vida a la de Jesús. Y lo que está pasando es que hay muchos bautizados pero pocos discípulos; casi todos tienen el Bautismo o han hecho su Primera Comunión y han sido confirmados, pero no han sido evangelizados. Podemos decir que nuestra comunidad parroquial, como Galilea, es tierra de paganos. Y aquí nos envía Jesús a hacer discípulos, a enseñar sus mandamientos. Y esto es sagrado.
En esta celebración dominical agradecemos a Dios todo lo que ha hecho por la humanidad desde la Creación. Le damos gracias especialmente por el regalo de su Hijo, que nos muestra el camino para ser misioneros, y el don del Espíritu, que nos sostiene en la misión hasta el fin del mundo. Pidámosle que realicemos con fidelidad la misión que Jesús nos encomendó; que las personas de nuestra comunidad no solamente reciban los sacramentos sino que, con nuestra ayuda, se formen verdaderos discípulos y discípulas de Jesús. Con la Comunión renovemos esta tarea.
27 de mayo de 2018