Homilía para el domingo de La Sagrada Familia 2020
Hoy domingo, tercer día de fiesta en honor al Santo Niño Milagroso, celebramos a su Familia Sagrada. En ellos y a través de ellos, Dios cumplió su promesa de enviar un Salvador al mundo. Por eso, junto con el salmista, lo aclamamos porque nunca olvida sus promesas.
Dios cumple sus promesas
Textos: Gn 15,1-6; 21,1-3; Hb 11,8.11-12.17-19; Lc 2,22-40
Hoy domingo, tercer día de fiesta en honor al Santo Niño Milagroso, celebramos a su Familia Sagrada. En ellos y a través de ellos, Dios cumplió su promesa de enviar un Salvador al mundo. Por eso, junto con el salmista, lo aclamamos porque nunca olvida sus promesas.
En los textos de hoy aparece claro que Dios cumple lo que promete a su pueblo; a diferencia de nosotros, que no siempre cumplimos lo que le prometemos a Él o a los demás. A Abraham le prometió hacerlo padre de un gran pueblo, a pesar de que él y su esposa Sara eran ya ancianos y ella estéril. A Simeón le hizo la promesa de que no moriría antes de ver al Salvador. A los dos les cumplió, pero para eso se ocupó que también ellos le creyeran.
Abraham recibió un hijo, Isaac, y ahí comenzó a ser padre del pueblo de Dios, al cual nosotros nos integramos por el Bautismo. Cada uno de nosotros es miembro de ese pueblo numeroso como las estrellas o incontable como las arenas del mar. Esto de que la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios fue una de las cosas que recuperó el Concilio Vaticano II y no tenemos que perder la conciencia de que somos responsables de realizar la misión de Jesús como pueblo profético, sacerdotal y real aquí en nuestra comunidad parroquial.
En el cumplimiento de esta promesa tuvo mucho que ver la fe de Abraham. Creyó a ciegas lo que Dios le dijo e hizo lo que le pidió, como dejar su pueblo e irse a una tierra desconocida siendo ya anciano y disponerse a ofrecerle en sacrificio a su hijo único, a pesar de la promesa de tener una descendencia numerosa. Esta fe se la valora la Carta a los Hebreos.
De la descendencia de Abraham nació Jesús. Él se hizo miembro del pueblo de Dios en la Sagrada Familia de Nazaret, una familia pobre, de trabajo, creyente, abierta a los vecinos, integrada en las actividades comunitarias. En el evangelio, san Lucas nos narra la presentación del Niño en el templo de Jerusalén, una de tantas acciones realizadas como familia del pueblo de Dios. Ahí, al ir a presentar su ofrenda, consagrarle el Niño al Señor y realizar los ritos de purificación, Dios le cumplió su promesa al anciano Simeón.
Igual que con Abraham, tuvo mucho que ver la fe de Simeón. ¿Cómo identificar al Mesías en el niño de una familia pobre? ¿Cómo reconocer al Salvador en una criatura de cuarenta días? Solamente con una apertura total a Dios, que se hace presente en los pequeños, en los frágiles, en los pobres. Por eso fue capaz de reconocer al Mesías en el recién nacido. Y no sólo lo reconoció, sino que lo confesó como gloria de Israel, como luz que ilumina a las naciones y como bien para todos los pueblos. Su vida estaba plena, por eso, al experimentar que Dios le permitió ver al Salvador, le dijo que podía morir en paz.
En Abraham, Sara, José, María, Simeón, Ana, miembros del antiguo pueblo de Dios, tenemos que confrontar nuestra conciencia de pertenecer al nuevo pueblo de Dios. En nuestra Diócesis, en los 48 años que llevamos de vida, se nos ha estado insistiendo en que somos pueblo profético, sacerdotal y real de Dios y que, por eso, tenemos el compromiso de continuar la misión de Jesús al servicio del Reino. Para eso, es necesario ser personas y comunidades de fe para reconocer la acción salvadora de Dios en los pequeños, frágiles, pobres.
27 de diciembre de 2020