Homilía para el domingo de la Ascensión del Señor 2019
Testigos de Jesús
Jesús estaba con sus discípulos y discípulas en Jerusalén, así como está con nosotros este domingo. Estando a la mesa, les pidió que no se alejaran de la ciudad, sino que permanecieran allí juntos hasta que viniera sobre ellos el Espíritu Santo. A partir de su Resurrección, todos los días les estuvo dando pruebas de que estaba vivo y les estuvo hablando del Reino de Dios; les estuvo recordando lo que decían las Escrituras sobre su pasión, muerte y resurrección. Con todo esto, durante cuarenta días los preparó para que, una vez que recibieran el bautismo con el Espíritu Santo, salieran a la misión como testigos suyos. Con la Eucaristía, nosotros renovamos este mismo compromiso.
Testigos de Jesús
Textos: Hch 1, 1-11; Hb 9, 24-28; 10, 19-23; Lc 24, 46-53
Jesús estaba con sus discípulos y discípulas en Jerusalén, así como está con nosotros este domingo. Estando a la mesa, les pidió que no se alejaran de la ciudad, sino que permanecieran allí juntos hasta que viniera sobre ellos el Espíritu Santo. A partir de su Resurrección, todos los días les estuvo dando pruebas de que estaba vivo y les estuvo hablando del Reino de Dios; les estuvo recordando lo que decían las Escrituras sobre su pasión, muerte y resurrección. Con todo esto, durante cuarenta días los preparó para que, una vez que recibieran el bautismo con el Espíritu Santo, salieran a la misión como testigos suyos. Con la Eucaristía, nosotros renovamos este mismo compromiso.
Jesús les mantuvo la promesa de enviar, junto con el Padre, el Espíritu Santo. Ya lo había hecho durante la Última Cena, poco antes de morir. Pero les aclaró que lo recibirían para ser sus testigos hasta los últimos rincones de la tierra. Este es el sentido de recibir el Espíritu Santo. Sobre nosotros descendió en el Bautismo y en la Confirmación se confirmó esa presencia suya, por lo que fuimos bautizados y confirmados para ser testigos de Jesús. Y al comulgar, nos alimentamos para salir a dar testimonio de Jesús por todos los rincones de nuestra comunidad y de la sociedad.
Tanto en la narración del evangelio como en la de Hechos de los Apóstoles, Jesús les dijo que serían sus testigos con la fuerza que el Espíritu da. ¿Testigos de qué? De su modo de vivir, de sus enseñanzas, de sus conflictos, de su experiencia de camino hasta la cruz, de su muerte y resurrección. Ellos estuvieron con Él desde que comenzó su misión en Galilea hasta que la culminó en Jerusalén. Ellos sabían lo que había dicho, lo que había hecho, lo que había sufrido; ellos fueron testigos de muchos signos de la presencia del Reino de Dios: la llamada a la conversión, las curaciones, las enseñanzas con parábolas, la resurrección de muertos, la multiplicación de los panes, el perdón de los pecados, la expulsión de los demonios y, sobre todo, de su Resurrección.
De todo eso tendrían que ser testigos, porque lo habían visto, oído y experimentado. Pero, por dar testimonio de Jesús y su misión al servicio del Reino, les pasaría lo mismo que a Jesús… y Él se lo anunció varias veces, con la promesa de que el Espíritu Santo los asistiría en la prueba.
Después de darles las indicaciones, Jesús los bendijo y se alejó de ellos. Su misión había terminado. No se iba para alejarse del compromiso o de los problemas, sino para que sus discípulos pusiéramos la esperanza en llegar a donde Él nos precedió, como dice el prefacio de hoy. Pero para eso, tenemos que haber realizado la misión que nos confió, es decir, ser sus testigos por todos los rincones de nuestra comunidad, en todos nuestros espacios de convivencia, estudio y trabajo.
Como en aquella ocasión previa a su Ascensión, nosotros estamos hoy a la mesa con Jesús. Él nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre y nos recuerda que tenemos que dar testimonio de lo que hemos visto y oído. El testimonio es con el estilo de vida, por lo que debemos mantenernos en constante conversión, en el anuncio del Evangelio, en la atención a las necesidades de los enfermos y empobrecidos, en el perdón mutuo, en la vivencia de la misericordia, en el compartir nuestro pan, en el trabajo al servicio del Reino de Dios. Para eso precisamente recibimos el Espíritu Santo.
No nos quedemos mirando al cielo, como dijeron los ángeles a los discípulos una vez que Jesús desapareció de su vista. Volvamos a nuestra familia, a nuestra comunidad y a la sociedad, a vivir dando testimonio claro de Jesús. Mantengamos nuestra esperanza de estar con Él y con su Padre en la plenitud del Reino. Dispongámonos a recibirlo sacramentalmente en la Comunión.
2 de junio de 2019
Gracias por compartir estos comentarios al mensaje dominical que fortalece nuestra fe con el senor .