Homilía para el domingo 16 de mayo de 2021
Jesús volvió al Cielo para ser constituido Señor del cielo y de la tierra. Pero, para subir, tuvo que descender hasta lo más bajo de la condición humana, hasta los infiernos, como expresa una de las fórmulas del Credo.
Promesa del Espíritu para la misión
Textos: Hch 1,1-11; Ef 4,1-13; Mc 16,15-20
Jesús volvió al Cielo para ser constituido Señor del cielo y de la tierra. Pero, para subir, tuvo que descender hasta lo más bajo de la condición humana, hasta los infiernos, como expresa una de las fórmulas del Credo. Con la Eucaristía estamos agradeciendo a Dios la Ascensión de su Hijo, de la que nos dan testimonio los textos bíblicos recién proclamados.
San Pablo nos recuerda que antes de subir, Jesús bajó a lo profundo de la tierra. Siendo Dios, se abajó a ser hombre; siendo hombre, se abajó a ser pobre; siendo pobre, se abajó a morir desnudo; habiendo muerto, se abajó no sólo a la tumba, sino hasta las realidades posteriores a la muerte junto con todos los humanos. Desde allí comenzó a subir: primero a la vida, resucitado; luego, durante cuarenta días, al encuentro con los hermanos y hermanas que lo habían seguido los tres años de su ministerio; después al cielo, donde está sentado a la derecha de Dios, como dice san Marcos. Con todo esto, Jesús nos muestra y nos abre el camino para llegar a la Casa del Padre: es necesario abajarnos, sirviendo y entregando nuestra vida hasta el final, para esperar la vuelta al Creador y la resurrección.
Pero, antes de subir al Padre, Jesús envió a sus discípulos a la misión y prometió enviarles el Espíritu Santo para que los ayudara a ser sus testigos hasta los últimos rincones de la tierra. La misión que les —nos— encomendó fue la misma que Él realizó y por la que fue llevado a la cruz: anunciar la Buena Nueva a los pobres; pidió que el Evangelio se anunciara no sólo a las personas, especialmente a los pobres, sino a toda la creación, cada vez más empobrecida por la ambición de la ganancia. Hoy es día especial para reasumir esa misión.
El Espíritu Santo, cuya venida celebraremos solemnemente el próximo domingo, no es para tenerlo en nosotros, sino para tener la fuerza, la guía, la luz, la motivación, para realizar la misión. A quienes se nos ha confirmado su presencia vivificadora por medio del sacramento de la Confirmación, se nos pide salir a la comunidad, a la sociedad, al mundo a llevar el Evangelio, a vivir como testigos de Jesús, a ser sus discípulos misioneros.
El testimonio lo tenemos que realizar por el estilo de vida semejante al de Jesús, que Pablo sintetiza en su carta a los Efesios: ser siempre humildes, amables, comprensivos, tolerantes, constructores de comunión y de paz. Preguntémonos si así vivimos y si así estamos dando testimonio de haber sido llamados a vivir como otros cristos.
Además del testimonio personal, y en base a este, tenemos que dar un servicio específico en la comunidad, asistidos por el Espíritu Santo. Pablo señala algunos ministerios, concedidos por el Espíritu del Señor: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores, maestros. A estos podemos añadir los catequistas, encargados de los enfermos, animadores de los jóvenes, cuidadores de la ecología, defensores de los derechos humanos, promotores de cooperativas, celebradores de la Palabra, diáconos permanentes, etc. Dios reina, actúa y vive en las personas que realizan cualquiera de estos ministerios, pues son llamados y enviados por Jesús y animados por su Espíritu. ¿Qué servicio o ministerio ejerce cada quien?
Dispongámonos a recibir a Jesús en la Comunión, para salir fortalecidos a vivir la misión.
16 de mayo de 2021